Carta desde Mazar
«Queridos compañeros. Es sólo una imagen de poca calidad pero con mucho significado. Además de querer compartirla con vosotros, espero que de alguna forma os reconforte». La carta llegó hace unos días a mi buzón con una carambola extraña: un guardia civil destinado en Afganistán se ha la enviado a sus amigos andaluces, algunos guardias civiles también y otros no. Uno de ellos, a su vez, me la ha remitido a mí después de oír un debate en la radio. Al leer las dos primeras líneas, me he detenido, extrañado: No puede ser, es el guardia civil que está en el ojo del avispero el que le manda una carta a sus amigos para tranquilizarlos, para reconfortarlos.
La foto, en efecto, tiene mucho significado. Se distingue claramente que está hecha en el patio de un acuartelamiento y que ha comenzado a anochecer. En el centro del patio un gran mástil, una bandera, y los soldados forman alrededor con trajes de faena, muchos de ellos cabizbajos. En uno de los extremos del rectángulo que forman las tropas, frente a la bandera, dos soldados más, que podrían ser los oficiales. Parece el momento de retreta, el final del día, cuando las tropas forman, suena una trompeta y se baja la bandera. La carta lo explica: «Ayer por la mañana el pequeño grupo de guardias civiles destacados en Mazar e Sharif decidió pedir permiso para cambiar la bandera de EEUU que habitualmente ondea en nuestra base e izar la española a media asta en señal de duelo por nuestros compañeros. El jefe de la base accedió un poco extrañado, pues era la primera vez que esto ocurría. Al anochecer íbamos a formar los cinco para arriarla y rendir una pequeña oración. De pronto, de forma voluntaria, se nos unió el contingente francés al completo, luego los Marines de Estados Unidos, los polacos y los holandeses. También nos acompañó, aunque no se ve en la foto, el personal civil».
En primer plano, se distingue, de espaldas, a los guardias civiles españoles, con la camisa verde y la gorra azul. Los demás grupos, más numerosos, tienen uniformes de camuflaje; son de otros países pero todos han formado en torno a la misma bandera, la española, porque, en Afganistán, todas las banderas son solo una. No es difícil entender la emoción de esos cinco guardias civiles cuando, poco a poco, han ido llegando al patio los soldados de los demás ejércitos para unírseles en el duelo, en el homenaje. «No hubo corneta ni himnos, no hubo orden previa ni ensayos, tampoco prensa o autoridades. Sólo unas palabras sentidas que a duras penas fueron pronunciadas en su memoria, seguidas de un silencio desgarrador mientras se arriaba nuestra bandera».
La carta termina con el nombre de algunos de los destinatarios, con abrazos subrayados con exclamaciones y algunos vivas enfáticos. Al acabar, vuelvo a leer la paradoja de las dos primeras líneas, que sean los soldados, los que combaten en Afganistán, los que transmitan confianza, serenidad y convicción. En el debate que se produce en España, muchos se han apuntado ya al discurso de «la guerra inútil»; otros mantienen la pose diletante que descarta que la democracia, la libertad, la igualdad, sea un derecho universal, por encima de religiones, por encima de culturas. Pero, en fin, todo eso ya es sabido. Lo seguirán diciendo. Pero desde hoy, con esta carta desde Mazar, que ninguno de ellos sume a sus argumentos el interés, el sentimiento y el deseo de los soldados españoles por abandonar Afganistán.
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