Simetrías
Pulula por internet una interesante conferencia del profesor Marcus du Satoy, matemático de Oxford y escritor de éxito, en la que, para explicar el lenguaje oculto de la simetría, rescata una cita imponente de un texto japonés del siglo XIV, los «ensayos en ociosidad». Dice así: «En todo, la uniformidad es indeseable. Dejar algo incompleto lo hace interesante, y le da a uno la impresión de que hay espacio para el crecimiento». La cita, casi un tratado filosófico, la ilustra el profesor Marcus du Satoy en su conferencia con una fotografía de los templos de Nikko, en Japón. En la fachada, el arquitecto dispuso ocho columnas enormes, que componían una simetría perfecta. Lo más llamativo de aquella obra colosal es que de esas columnas idénticas, siete estaban colocadas en una posición y la octava, al revés. ¿Un despiste fatal de los arquitectos? ¿Un error de los obreros? Nada de eso; siguiendo la filosofía anterior los arquitectos dispusieron de forma deliberada que una columna estuviera al revés para producir la sensación anterior de algo inacabado, incompleto, vivo.
Du Satoy, que tiene el encanto irresistible de los científicos puros que dominan la oratoria y la comunicación de masas, sostiene que «la simetría está en todo lo que miramos». De todos los campos en los que, a su juicio, está presente la simetría, es curioso que nunca se refiera a la política y sí a otros muchos, desde la música hasta la psicología, pasando lógicamente por el arte. Digo que es curioso porque también en la política existe una búsqueda persistente de la simetría, de la uniformidad. ¿Qué son los partidos políticos sino estructuras simétricas? Cuando la simetría se mira desde el punto de vista del arte, se observa que la perfección se encuentra precisamente en esa uniformidad: un objeto simétrico nos parece más bello, quizá porque transmite perfección y serenidad. De la misma forma, cuando la simetría se mira desde el punto de vista político se observa que lo que le aporta la uniformidad a una organización política son siempre valores positivos, muy valorados por la sociedad, como la coherencia, la unión, la disciplina, la organización. Nadie confía en un partido que transmita lo contrario, voces enfrentadas, discursos contradictorios, militantes indisciplinados…
Sí, es así, claro, pero se nos olvida una cosa: la democracia no puede ser simétrica; la simetría sería más bien propia de regímenes totalitarios. ¿Qué ocurre, entonces? Quizá la respuesta está en el texto japonés que se citaba antes. Se trata de comprender que, incluso cuando sabemos que la eficacia de la política está en la simetría, la verdadera perfección sólo se alcanza cuando se deja un espacio abierto para la discrepancia, para el debate, para la disidencia. Ésa es la democracia. Y por eso los espectáculos que estamos viendo estos días en el PSOE con la elección de candidatos son contrarios al sentido democrático. Lo ocurrido en Lepe, por ejemplo, donde la ejecutiva federal ha expulsado a 132 de los 135 militantes del partido porque defendían a un candidato distinto al que quería imponer el aparato. Esa barbaridad no está muy lejana de la de Madrid, porque allí, de la misma forma, la ejecutiva federal de Zapatero no se limita a defender a la persona que considera más apropiada para las elecciones, que es legítimo, sino que lo que exige es que se retiren todos los que tengan la misma ambición. Como en Málaga o en Almería, donde la intervención del aparato ha sido para laminar cualquier petición de primarias.
En una democracia, los partidos políticos son un mal necesario. Como tal hay que asumirlos y aceptarlos, incluso con su déficit de democracia interna. Pero sólo hasta ese punto. Con otro paso más, el político se instala en la tiranía. Si la democracia tuviera un templo, también habría una columna del revés. Y ése sería el símbolo de la libertad.
Etiquetas: Ciencia, Política, Sociedad, Universidad
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