Privilegiados
Hace tres años, dos periodistas publicaron en Italia un libro de impacto, dentro y fuera de aquel país. La Casta, se llama. En poco tiempo se convirtió en el ensayo más vendido de la historia de Italia, con más de un millón de ejemplares, y el éxito traspasó las fronteras en cuanto en los demás países se comenzó a comprobar que, en realidad, lo que sucedía en Italia, el deterioro impresionante de la política, no era sino un anticipo de lo que ocurrirá, antes o después, en muchas democracias occidentales. Si el ensayo de los periodistas italianos era «la caricatura obesa e ingorda della politica», cuando se repasaban los ejemplos de aquel despilfarro se comprendía de inmediato que no se trataba del mal de la política italiana sino que la obesidad y la codicia eran, en gran medida, los males de la política europea. Los ejemplos del despilfarro de la política, de los sueldos de la política, de los privilegios de la política, del crecimiento imparable de la burocracia política, de la corrupción de la política, no son exclusivos de Italia; en todo caso se muestran como exponente del deterioro máximo al que se puede llegar si no se reforma profundamente el sistema.
Entonces, hace tres años, fueron muchos los que en Italia incidieron en la urgencia de «una reforma del sistema» que «quizá llegue a tiempo para salvar las instituciones del colapso y para evitar que la antipolítica se convierta en el sentimiento dominante». Pero como en Italia lo que ha sucedido ha sido lo contrario, que en vez de reformas del sistema el ‘césar Berlusconi’, como le llaman, ha impulsado reformas para intentar blindar la podredumbre del sistema, se ha llegado al punto de que, hace unos días, algunos intelectuales italianos de la talla de Giovanni Sartori afirmaban que el país está viviendo «el peor periodo de nuestra historia». «Hemos batido todos los récords y estamos en un nivel de degradación sin precedentes».
Repasemos otra vez las grandes palabras del deterioro de la política italiana para haber llegado a la situación límite que nos describen: despilfarro, privilegios, corrupción e ineficacia de las instituciones para resolver los problemas de los ciudadanos. Y a partir de ahí, como si se engarzaran a las anteriores en un círculo vicioso, degradación de la política, crisis de credibilidad y desconfianza generalizada de los ciudadanos. ¿De verdad que estamos tan lejos de esa situación? En la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, la que hemos conocido a principios de agosto, la desconfianza de la política ha batido un nuevo récord: sólo la crisis económica y el paro preocupan más a los españoles que la clase política. Casi una cuarta parte de los ciudadanos españoles considera que la política es uno de sus principales problemas; dicho de otra forma, que sin la política todo iría mejor. Sólo un cínico o un insensato puede ignorar el riesgo de ese dictamen público.
Sí, ése es el panorama, pero nos equivocamos si la consecuencia es la desconfianza de la política porque ésas son piedras contra el tejado de los ciudadanos. No, la consecuencia tiene que ser lo contrario: una exigencia cada vez mayor a la política. No hay que dejar pasar ni una. Por eso, que haya un vicepresidente, como Chaves, que tenga a su servicio a la policía para trasladarle el correo privado no podemos tomarlo nunca como un detalle baladí. Porque la Policía tiene que estar para otra cosa y porque Chaves gana lo suficiente para contratar a un asistente en Sevilla que se encargue de esos menesteres. Ni casta ni privilegios, política.
Etiquetas: Democracia, Política, Sociedad
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