El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

20 agosto 2010

Derecha boba



«Al suelo que vienen los nuestros». Podría decirse que se trata de una máxima universal de la política, que afecta a todos los partidos por igual, pero no es así. Ese resquemor es un sentimiento propio de la derecha; en la izquierda existe igual, sí, pero se digiere de otra forma. La de antes, «al suelo que vienen los nuestros», la solía repetir el ministro Pío Cabanillas, pero mucho antes otros dirigentes de derecha de todo el mundo ya habían llegado a la misma conclusión, que el peligro cierto en política no está en los rivales políticos sino en los correligionarios. Hay dos citas espléndidas al respecto. La primera, quizá la más famosa, es del canciller alemán Konrad Adenauer, que estableció un catálogo detallado de rivalidad, una calificación ascendente de hostilidad: «En política, hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido». Los últimos, claro, son los peores, los más peligrosos.

Tras Adenauer, otros muchos dirigentes políticos han repetido luego la misma frase, desde el democristiano Giulio Andreotti, que tomó la sentencia del canciller, la amplió y la hizo suya, hasta el presidente Borbolla, que la tenía entre sus favoritas por su dilatada experiencia personal, por las veces que él participó en cacerías internas contra compañeros de partido y por las cuchilladas que le dieron luego, hasta abatirlo, esos mismos compañeros de partido. Cualquiera de los dos podría haber repetido la escena que se cuenta de Winston Churchil, cuando un joven diputado conservador se colocó a su lado, emocionado, en la sesión inaugural del Parlamento. «Qué alegría, estar aquí, a su lado, con el enemigo enfrente…», acertó a decir el diputado bisoño. «No se confunda joven», le interrumpió Churchill, quizá sin girar siquiera la cabeza para contestarle. «Los que tiene usted enfrente son los laboristas, que son sus adversarios. Los enemigos los tiene usted aquí detrás sentados, en su propio partido».

Adversarios y compañeros de partido. Sí, decididamente, esa distinción podría hacerla cualquiera en política, pero no debe ser casualidad que la inspiración de las grandes citas proceda del centro y la derecha. La cultura de partido, las raíces de la militancia y el sentido de la disciplina en la izquierda son, quizá, las que marcan la diferencia, las que convierten las puñaladas internas en el campo de minas permanente en el que se desenvuelve la derecha. Torpes, estúpidos, envidiosos, osados y engreídos los hay en todos los partidos, pero cuando se trata de apuñalar al compañero, parece que la derecha muestra siempre una habilidad especial. Una atracción fatal hacia la autodestrucción.

Ahora, ya ven con qué extraordinaria torpeza un dirigente del PP ha apedreado a su partido con las primarias del PSOE. La carambola que parecía imposible, cómo convertir en un problema del PP andaluz la tensión del PSOE de Madrid por las primarias, lo ha resuelto el bobo en un plis plás. No ha tenido más que abrir la boca para soltar la memez de que el problema de Trinidad Jiménez es su acento andaluz, que, por lo visto, no es propio para la política madrileña. Ya tiene Arenas el problema dentro, porque ahora es a él al que le piden explicaciones todos los dirigentes del PSOE, lanzados en tromba por la presa sin reparar ni en ridículos ni en desmesuras. «En vista de que Dios limitó la inteligencia humana, es injusto que no limitase también la estupidez». También lo dijo Adenauer.

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