El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

30 agosto 2010

Luz de espejos



Cómo luce el Palacio de San Telmo desde la otra orilla del río Guadalquivir. No brilla más la luna llena en esta noche sedienta de agosto, ni hay estrellas en todo el firmamento que consigan labrar el río con surcos más brillantes que los que dibuja el nuevo Palacio de San Telmo remodelado, con sus torreones portentosos en las esquinas y la fachada recién pintada de albero y rojo, sangre y tierra. No, nada brilla más en la noche de Sevilla ni en toda Andalucía que este edificio sublime ahora que la remodelación urbana parece haberlo rescatado del marasmo de la ciudad; se ha despejado todo el entorno para que nada perturbe la visión, para que luzca sólo, para que nadie lo confunda, para que todos sepan que San Telmo ya no es un edificio más de la ciudad. Porque el palacio de San Telmo ha logrado lo que ningún otro edificio del patrimonio histórico andaluz, ha cobrado vida. Los otros, todos los demás, desde la Alhambra a la Mezquita de Córdoba, la Alcazaba de Almería o la Rábida de Huelva, se han quedado anclados en el pasado, en la historia. Tampoco la Giralda; todos son reliquias sin vida, piezas de museo. Pero no el Palacio de San Telmo, que es historia y es presente. Por eso luce distinto a todos los demás, porque a diferencia de ellos, hoy mismo, San Telmo vuelve a reinventarse, revive con nuevos señores, con nuevos dueños. Aquí no hay recortes ni problemas de presupuesto. Miradlo, el enorme escudo de la entrada, de mármol y oro, un Hércules rejuvenecido con los leones a sus pies. Miradlo bien porque este edificio es distinto a todos los demás, ahí está la Junta de Andalucía.

Quien comenzó a construirlo hace tres siglos y medio debió esconder en una de sus piedras algún secreto, algún hechizo, para que este palacio siempre pudiera atraer a la grandeza. Todos poderes de este mundo se han refugiado aquí, el poder económico de los comerciantes de las Indias, el poder aristocrático de los duques de Montpensier, el poder eclesiástico de la Iglesia del cardenal Spínola y el poder político de la Junta de Andalucía. La vida en este palacio se mira a sí misma, no necesita salir fuera. El horizonte empieza y acaba en el salón de los espejos, metáfora eterna de la distinción, de la grandeza, del privilegio, del ensimismamiento. En el salón de los espejos del palacio de San Telmo sólo se reflejan quienes lo habitan. No existe otra realidad. Nada que salga de este contorno puede verse en los espejos, ni escuelas, ni parados, ni inmigrantes, ni campus con jaramagos, ni bares, ni baches, ni pisos en colmena, ni espera en los hospitales, ni despachos con goteras, ni obras paralizadas. Sólo estuco y fuentes, setos y madreselvas, lámparas y mármoles, caoba y cuero.

Llegará hoy Griñán, su nuevo señor, y el Palacio de San Telmo nacerá a otra etapa de su historia. Caminará despacio hacia su nuevo despacho y quizá se tropiece en los pasillos con la soledad que dejó Borbolla, que se lo compró a la Iglesia y nunca lo habitó; y con el vacío que dejó Chaves, que lo reformó y nunca más volvió. Miradlo, es el palacio de San Telmo, símbolo del nuevo poder que nos gobierna. Nada brilla más en Andalucía. Dicen que aquí reside la dignidad del pueblo andaluz, de sus instituciones, pero nada que se mire en estos espejos puede aspirar a otra cosa que a verse a sí mismo rodeado de soledad. Los espejos saben que siempre ha sido así.

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