La Frontera
¿Dónde estás? Supe de ti cuando comenzaron los conflictos en la frontera, aquellas pancartas que se levantaron al otro lado de la valla de Melilla. La frontera siempre es un lugar ruidoso, mucho más la de un país como Marruecos. De eso de te das cuenta en cuanto se llega a Algeciras, cuando se cruza a Ceuta o a Melilla desde la península; ese alboroto es lo primero que sorprende, un estado de alteración, de agitación que se parece mucho al caos. Por eso, cuando supe de ti, calculé que, a ese ruido de siempre, a ese ruido de frontera, se añadían ahora los gritos que proferían los marroquíes exaltados. En fin, era normal que nadie te escuchara a ti. Sólo en una gasolinera, desorientado, sin saber a qué lado perteneces, de qué lado estás. Luego he pensado que cuando alguien se queda sólo en una frontera, sólo en terreno de nadie, quizá está más sólo que nadie en el mundo. Así estabas tú.
Por eso decidí quedarme a tu vera, por ese aislamiento. Sabía que el conflicto duraría aún un par de semanas, o eso presumía, porque siempre ha sucedido igual. Y pensé que esta vez, antes que escribir de nada, lo mejor era quedarme a tu lado y observar los acontecimientos desde esa posición. Marruecos siempre utiliza la misma táctica con España, eso ya lo sabemos. Y siempre le ha dado buenos resultados, no porque tenga razón alguna en sus planteamientos, no porque la población marroquí apoye los delirios de Mohamed VI; nada de eso, a Marruecos siempre le da buenos resultados sus ofensivas contra España porque conoce bien nuestro punto débil, la división interna, el cainismo. En eso, el nuevo rey, habrá aprendido de su padre, ‘los españoles siempre acaban peleándose entre ellos’. Sucede siempre, ya sea con un gobierno que aplica la mano dura contra los desmanes y las provocaciones, ya sea con un gobierno, como éste, que es capaz de negarse a sí mismo con tal de no pronunciar la palabra conflicto. Sea lo que sea, Marruecos siempre encuentra ese aliado inesperado, la polvareda interna en España que acaba difuminando sus prácticas groseras.
Sí, groseras; he dicho groseras porque daban asco las provocaciones a las mujeres de policía que patrullaban en la frontera. Yo sé que muchos piensan que alguien como tú no entiende de esas cosas, pero yo sé que es todo lo contrario, que se te hubieran saltado las lágrimas con tipos como esos, oyéndolos gritar a las policías. Barbudos y desdentados, con las babuchas sucias y la boca escarchada de baba seca. Y enfrente, aguantando el tipo, mujeres que se han hecho policías rompiendo muchos esquemas, que han luchado, que han ganado, que no van a dar nunca ni un solo paso atrás. No hace falta saber de política ni de religión, no hace falta profundizar en nada más porque, sólo con verlos, ya sabemos de qué parte estamos. Por eso me quedé a tu lado durante el conflicto, para ver mejor lo que sucedía. Y ahora que ha pasado todo, ahora que estamos a la espera de la próxima provocación, he rescatado de la mesa el recorte de periódico que hablaba de ti: «Abandonan a un niño marroquí con síndrome de Down junto a una gasolinera en Melilla, a menos de un kilómetro de la frontera con Marruecos». Lo he vuelto a leer y, sí, lo he entendido todo.
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