El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

02 agosto 2010

Desesparados



Mira a ese hombre que camina por la acera. ¿Qué encuentras de raro en él? No es su forma de andar, aunque ya ves que va caminando cabizbajo; camina lento, mira hacia el suelo y golpea de un puntapié certero los cigarrillos y las bolas de papel que encuentra tirados en la acera y los arroja al asfalto. Tampoco podemos considerar extraordinario que lleve la camisa desabrochada, con la barriga al aire, porque son más de cuarenta grados los que derriten cada día la ciudad y ya sabes cómo van los más jóvenes, unos piratas con chanclas y dos o tres tatuajes chinos que hacen las veces de camisa. No, si te fijas, lo que sorprende de ese hombre que camina por la acera es su aspecto antiguo. Mira bien, porque esa es una de las estampas de tu infancia, cuando los hombres y las mujeres se sentaban en el portal de sus casas de vecinos, cada noche de verano, para esperar en la misma puerta, ni siquiera en el zaguán, la llegada de una brisa, de un soplo, de algún consuelo de aire fresco. Se sentaban, con sillas de anea, hasta la madrugada, y siempre había tipos como éste que camina por la acera, con la camisa blanca desabrochada, un pantalón celeste de mil rayas y unos zapatos de rejilla. La correa atada por debajo de la barriga deja al aire el borde de los calzones blancos que llegan hasta el muslo. Sí, es eso, sí; eso es lo que sorprende de ese hombre que camina cabizbajo por la acera, que parece fuera de la realidad, fuera de contexto; que no pertenece al cuadro que se dibuja en esta mañana de agosto en una calle cualquiera mientras tú estás detenido en un semáforo.

Debe frisar los sesenta años y, por su aspecto, tiene el aire olvidado de un tiempo que se fue, de un tiempo caducado; no es un enfermo mental, ese hombre se ha encontrado así de repente, fuera de la historia, fuera de su vida, como expulsado violentamente del carrusel en el que viajaba con toda su familia. Era una vida ordenada, tradicional, sin sobresaltos. Tan anclado estaba a la tradición que desde joven le ha gustado aparentar más años de los que tenía; por eso hizo gala de vestir siempre como su padre, como sus abuelos. Por eso, su vida era el trabajo en la fábrica, la cerveza con los amigos y el almuerzo con la parienta; los domingos para el Betis y los veranos para Rota. «Como toda la vida de Dios». Ha repetido tantas veces esa frase que, si no le pareciera un exceso, una ofensa a la tradición, casi un pecado, podrían ponerla incluso de epitafio en su tumba cuando le llegue el día.

Lo que le ha ocurrido a este hombre que camina por las aceras, perdido en el tiempo, fuera de su vida de siempre, es que lo único que no estaba en el guión era que un día se quedaría sin trabajo y sin posibilidad de conseguir ninguno más. Ni chapuces siquiera. Su vida tradicional comenzaba todos los días con la revisión del alpiste del canario antes de sacarlo a la terraza, el café en el bar con los amigos y los buenos días a la secretaria jovencita de la oficina de la fábrica en la que trabajaba. Se acabó. Mira bien; este hombre es sólo uno de los dos millones de parados que hay en España que lleva ya más de un año sin empleo. Desesperados, desesparados. Dicen los periódicos que siete de cada diez nuevos desempleados son andaluces; que estamos en verano, en plena temporada turística, que es la principal industria de Andalucía, y el paro roza el 28 por ciento. Por eso camina por las aceras, y patea las colillas, porque este año no hay Rota. Y lleva la barriga al aire, vagando por las calles, porque le consuela pensar que eso es lo que ha hecho toda su vida cuando llega agosto; pasear con el Marca bajo el brazo, camino del chiringuito.



Foto: http://www.flickr.com/photos/mholm/

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