En el córner
Gabrielle Giffords, la congresista demócrata a la que un tarado de Arizona le pegó un tiro en la cabeza, además de asesinar a otras seis personas y herir a una veintena, se encontraba cuando la asaltaron en una actividad pública que establece bien las diferencias entre la democracia estadounidense y la española. Se había citado con los ciudadanos, con sus electores, en plena calle, un encuentro habitual de los diputados americanos que, una vez que han sido elegidos, se echan a la calle de cuando en cuando para explicarles a los vecinos qué están haciendo y preguntarles qué quieren que traslade al Congreso. Es interesante la idea y más interesante aún es el nombre por el que se conoce esos encuentros: Congress on your corner (el Congreso en tu esquina). En el córner. Lo único que hemos importado de la democracia anglosajona ha sido el término, pero para aplicárselo al fútbol, no a la política.
Lo más parecido que se puede encontrar en la política española es ese remedo de diálogo con los ciudadanos que los partidos políticos ponen en marcha durante la campaña electoral. Actos de partido, con público y preguntas seleccionadas previamente, en los que el candidato comparece con atuendo informal, una chaqueta sin corbata o una chupa de cuero beige; con pose de cercanía, sentado en un taburete giratorio en el centro de una reunión de varias decenas de personas; y un guión de promesas electorales que se ajustan al perfil del pueblo, del barrio o del gremio al que se quiere acercar. Pero se trata sólo de eso, una imagen de campaña prefabricada, igual que los mítines atestados de autobuses, banderitas y bocadillos.
Ninguno de los grandes partidos se sale de ese guión a pesar de que la democracia española ha dado ya suficientes señales de alarma por el distanciamiento de la ciudadanía y la apatía creciente de la política. De la misma forma que se rehuyen las listas abiertas, se evita toda iniciativa que suponga una apertura de los partidos y un menor control de las organizaciones por parte de los aparatos.
Es esa cerrazón de los aparatos la que provoca que cada convocatoria electoral degenere, inevitablemente, en un periodo de crisis larvada en los partidos políticos. «Lo que no puede ser es que los partidos políticos, pilares fundamentales de una democracia, se gestionen como cortijos. Esto hay que cambiarlo, es necesaria una ley. En Estados Unidos empezaron en 1840; aquí aún no hemos llegado», afirmaba hace unos días el ex ministro socialista Antonio Asunción, al que van expulsar del PSOE por la osadía de haber querido competir en unas elecciones primarias y haberse quejado luego de las mil zancadillas que le han puesto para impedírselo. Con todas las diferencias que se quieran establecer, cuando Álvarez Cascos se ha largado del Partido Popular también se ha quejado de lo mismo, la imposibilidad de que un partido político elija a sus candidatos democráticamente cuando dos o más personas aspiran a ese puesto. Ya se sabe que Cascos no parece el más indicado para reclamar la democracia interna que él mismo orilló a placer, pero ésa es otra historia.
Ya verán cómo, entre las cientos de promesas que se van a hacer en los dos años de campaña electoral que nos esperan, ninguna se referirá a nada que tenga que ver con la apertura de los partidos, la cercanía de los políticos a la sociedad o la participación de los ciudadanos una vez que pase la jornada electoral. No, no ocurrirá porque aquí el córner tiene otro sentido: En el mundo futbolístico, la expresión equivale a quitarse problemas de encima. Y ahí es donde los partidos han mandado la democracia interna, al córner.
Etiquetas: Democracia, Política
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