El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

29 abril 2011

De la vida



De la vida se espera, sin que nadie nos lo haya anunciado, que nada cuestione ni interrumpa el orden natural de las cosas. Nadie se lo cuestiona porque lo vemos como una obviedad o una secuencia numérica. Primero el uno, luego el dos, el tres… Creemos que la vida o, mejor, la naturaleza es un milagro que se sostiene en un perfecto equilibrio consigo misma, y una de las condiciones esenciales de esa armonía es el orden de las cosas, aquel que establece que los abuelos se mueren antes que los padres y que estos, a su vez, saben que pueden irse a la tumba cuando les llegue su momento pero que nunca, jamás, tendrán que asistir al entierro de sus hijos.

Por eso, la primera puñalada que nos da la vida, la primera vez que un niño se tropieza con la realidad y la inocencia se rompe la cara con el empedrado, se produce cuando antes que el abuelo se muere su padre o su madre o cuando antes que él mismo se ha muerto un hermano pequeño. Se interrumpe entre lágrimas el orden natural de las cosas y el niño que ya no es tan pequeño comprende, mientras ve llorar a su padre o a su abuela, que acaba de perder la utopía de su niñez. Que su mundo infantil ha comenzado a derrumbarse ante certezas, dudas y decepciones.

En ese orden natural de las cosas también está que los hijos respetan a sus padres y les sirven de apoyo cuando se hacen mayores, cuando las fuerzas les flaquean, cuando se hacen viejos. Tampoco es así. Pero ya no son las leyes de la naturaleza las que destrozan ese orden natural en el que creíamos sino que somos nosotros mismos los que acabamos con esa secuencia elemental, lógica, en la que pensábamos. Lo vemos casi a diario en los periódicos, cada vez con mayor intensidad. Los padres y los abuelos denuncian a sus hijos, a sus nietos, por los malos tratos. Ya no pueden más. O como acaba de ocurrir en Málaga, un juez obliga a un joven de 25 años a abandonar el domicilio familiar. Ni trabaja, ni estudia y además había denunciado a sus padres porque no le dan el dinero que pedía.

De la vida uno espera que las cosas se sucedan con un respeto escrupuloso al orden natural de las cosas. Primero nos desengañó la naturaleza y ahora nos estamos traicionando nosotros mismos. Y es más letal para la sociedad esta segunda ruptura del orden natural de las cosas que la primera, la muerte inesperada, el hachazo homicida de la vida que deja a un padre sin sus hijos. Porque esta última va implícita en el dolor de vida, cruzamos los dedos y le rezamos al cielo para que no nos ocurra. Nada podemos hacer. Pero la segunda, esta plaga que se va extendiendo, esta proliferación de malos tratos e indolencia, este abismo de falta de respeto e ignorancia, es más dañino porque, a diferencia de la primera, es una deformación evitable, una deriva soslayable. De la vida uno espera que no sea el hombre, la condición humana, la que añada quebrantos al orden natural de las cosas. Y parece la sociedad empeñada en reventar toda lógica.

Etiquetas: ,

28 abril 2011

Dejar el poder



Al presidente acorralado de Yemen, Ali Abdalá Saleh, algunos ex presidentes están enviándole mensajes de consuelo para que deje de aferrarse al cargo y renuncie de una vez para acallar las protestas. Uno de ellos, Ali Naser Mohamed, se ha puesto él mismo de ejemplo para animarlo: “Dejar el poder no es dejar la vida”, le ha transmitido. Y luego ha matizado que todo es cuestión de respetar la inmunidad internacional que está solicitando el acosado. “Queremos que tenga una salida honorable. Está preocupado por el dinero”, explica finalmente el ex presidente comprensivo y, cuando lo dice, todo se entiende a la perfección. Lo que quiere el presidente del país árabe más pobre es dejar el poder con la garantía de que nadie va a procesarlo y, sobre todo, que nadie va a tocar ni un céntimo de su fortuna, calculada en 34.000 millones de euros. Lo que no se comprende de la secuencia es cómo hay que encabezar la explicación aclarando que nadie se muere por dejar el poder, como si 34.000 millones de euros y la inmunidad no fueran razones suficientes para afrontar el futuro con la misma desvergüenza con la que se ha ejercido el gobierno.


Pensemos, en cualquier caso, que lo que dice el ex presidente no es ninguna bobada, y que también a un tipo como el sátrapa yemení, incluso con la fortuna que ha amasado, haya que explicarle que no se va a deprimir, hundido como quien pierde un amor, por dejar el poder. Pensemos que sí, que no es ninguna tontería porque es muy posible que para algunas personas el poder sea más fuerte que cualquier otro deseo, que cualquier otro placer, que cualquier otra ambición. Aquello que dijo Kissinger, no sé si cuando razonaba sobre el atractivo sexual del poderoso, y él volvió la frase como un calcetín y explicó que el atractivo, que el orgasmo, está en el poder en sí. “El poder es el afrodisíaco más fuerte”, dijo Kissinger, y todo el que conozca a un político de raza observará que ciertamente, nada natural, normal, puede explicar la atracción que ejerce un cargo público para quien lo ostenta. No importa que el poder sea el de un ayuntamiento, el de una región pobre o el del país más rico del mundo; la fascinación del político por el poder no forma parte de este mundo. Por lo menos, del mundo que transitamos los demás.

Aquí en Andalucía, por ejemplo, uno de los ejercicios más interesantes de un tiempo a esta parte es el de ponerse a calcular qué puede ocurrir si algún día, como dicen las encuestas, el PSOE abandona el poder. Después de treinta años, lo que está claro es que no será un proceso normal porque son muchos, miles, los que, directa e indirectamente, han convertido la victoria electoral cada cuatro años en una forma de vida. De ahí que los procesos electorales por aquí nunca se desarrollen con absoluta normalidad democrática. No es que al personal le haya dado por el golpismo, que no es eso, pero la tensión que se crea en vísperas de unas elecciones, la tensión que se detecta en muchas conversaciones de calle, en charlas cotidianas, revela un apego al poder que sobresale los límites razonables de una democracia en la que la alternancia debe estar asumida como principio saludable. Afrodisíaco y sustento. Ese es el coctel que se ha dado aquí.

Etiquetas: , , ,

Vuelco electoral



A seis semanas de las elecciones, en Portugal se asiste a un vuelco electoral inesperado. Lo que nadie podía prever, está ocurriendo: en medio de la crisis económica más grave conocida, con el país intervenido por la Unión Europea con un rescate de 90.000 millones de euros y con el gobierno en funciones por la dimisión del primer ministro ante la incapacidad de sacar adelante las reformas económicas necesarias; en medio, en fin, de ese panorama de convulsión económica, financiera y política, el partido que crece en las urnas es el partido del gobierno, el Partido Socialista, mientras la oposición conservadora se ha desplomado. Al primer ministro y candidato socialista, José Sócrates, se le ve sonreír en las fotografías porque en poco tiempo le ha dado la vuelta a las encuestas, ha subido once puntos, los mismos que ha bajado su rival conservador, y se ha colocado en cabeza. Y eso que cuando se le pregunta al electorado por la situación, la mayoría tiene claro que el primer ministro socialista reaccionó tarde y mal frente a la crisis y que es, por tanto, el principal responsable del agujero en el que se encuentra Portugal. Entre tanto, el líder de la oposición conservadora, que no ha sabido o no ha querido explicar con firmeza las recetas para salir de la crisis, se ha ganado una imagen de timorato entre la población, de pusilánime, y se va hundiendo en el cenagoso clima de desconfianza hacia la clase política.

Elecciones, crisis económica, desconfianza política, una oposición que no acaba de despuntar… Con las diferencias de todo tipo que existen entre Portugal y España, las políticas y las económicas, es inevitable establecer un paralelismo porque, ciertamente, las coincidencias son muchas y, sobre todo, porque también en España, a pesar de la distancia electoral sostenida que existe entre el PSOE y el Partido Popular en las encuestas, lo que ha comenzado a instalarse entre el personal es la sensación de que la victoria de los populares en las elecciones de mayo no será un paseo, como se presumía, y que, en sentido contrario, el desplome socialista no será la debacle que se vaticinaba. Con lo que, si eso ocurre, si el PSOE logra salir airoso (no triunfal, pero sí airoso) de las elecciones municipales próximas, todos los vaticinios que se habían hecho hasta ahora para las elecciones andaluzas y generales del año que viene pueden comenzar a cambiar de la misma forma vertiginosa que ha ocurrido en Portugal.

En política, ninguna victoria, ninguna derrota, está garantizada por los sondeos. Y siempre, en el resultado final de las elecciones, además de todos los aspectos ambientales que inciden (la crisis, el paro, la caída abrupta del zapaterismo), influirá de una manera decisiva la forma en la que cada partido se maneje en el tiempo electoral. Hasta ahora, de forma general, el PSOE siempre se ha manejado mejor en las campañas electorales; ha sabido conducirlas mejor. Y la crisis interna no le ha quitado ese olfato, ese bagaje. Si en el Partido Popular no ven señales de alarma en las encuestas que todavía le otorgan ventajosas mayorías absolutas, es que ya han comenzado a equivocarse. Porque lo que sí saben por experiencia es nada hay tan efímero en la vida política como una victoria en los sondeos.

Etiquetas: , , ,

22 abril 2011

Punto ciego




Muchas veces es bueno sumergirse en el estruendo. Aislarse en el bullicio. Sólo en medio de la multitud, empapado en el gentío, como cuando se hunde la cabeza en el agua y se hace un silencio hueco. En ese momento, la soledad es reflexiva: estás contigo y te observas. Te ves. A través del capirote de un nazareno, ésa es la sensación que se tiene cuando la cofradía atraviesa una calle bulliciosa y hay un alboroto de niños a tu alrededor, un trasiego de voces anónimas que se han detenido en la acera a repasar sus vidas, sus inquietudes, sus preocupaciones, en tanto llega el Cristo crucificado. El nazareno está allí detenido, separado del mundo por una túnica negra que lo envuelve, y después de explorar miradas y de reconocer amigos sin decir nada, después de acariciar labios y colgarse de las voces de otro, después de atravesar la bulla por un leve pasillo de cirios encendidos, se vuelve hacia sí mismo y contempla desde fuera su propia vida en ese mundo al que, por unas horas, ha dejado de pertenecer.

Dicen que, en esos momentos de introspección, existe un punto ciego que impide que veamos toda nuestra realidad, quizá por una subjetividad inevitable. En un libro de Nicholas Fearn leo que «los filósofos han procurado superar este punto ciego mirando de reojo el viaje del individuo a través de la vida». Pues bien, si hay un sentimiento común en todas las experiencias personales que se cuentan de la Semana Santa es justamente ése, que ha servido siempre a los hombres para verse a través de su vida. En la misma acera en la que estás ahora, ante la misma cofradía, puedes verte de niño y de adolescente y puedes imaginarte de anciano. En la misma esquina por la que ya se pierde el manto de la Virgen, puedes ver a los que ya no están y puedes sentir la punzada de tu propia ausencia. Idas y venidas a lo largo de nuestra propia vida para buscarnos, construirnos, aceptarnos, y, a partir de esa mirada hacia dentro, reconocer y comprender a los demás.

No es casualidad que suceda en Semana Santa porque también eso está entre los valores de una fiesta como ésta. Si algo aportó el cristianismo a la civilización fue precisamente el hecho de colocar al hombre en el centro de la creación. La divinidad encarnada en un hombre. «No entender esto supone vetarse toda comprensión del mundo intelectual y moral en el que aún hoy vivimos. Por poner un único ejemplo, está claro que sin la revalorización cristiana del ser humano, del individuo como tal, nunca habrían visto la luz esos derechos del hombre hacia los que hoy sentimos tanto aprecio», escribe Luc Ferry.

Conviene sumergirse en el estruendo y aislarse. Sucede en Semana Santa, pero tendríamos que buscar ese encuentro en cualquier rincón del año. Mirarse, pensarse, comprenderse. Y así superar el punto ciego de nuestra propia subjetividad como aconsejan los filósofos: mirando de reojo a través de la vida de cada uno.

Etiquetas: ,

21 abril 2011

Deriva atea



Sé de muchas personas sensatas y razonables en España, nada de mojigatos y meapilas, que están preocupados por lo que ellos llaman la «deriva atea» de la sociedad. Debe entenderse que cuando esta gente se muestra preocupada por esos comportamientos sociales no es porque les duela que la misa de doce del domingo tenga menos feligreses o porque las catequistas se desesperen clamando contra la frivolidad de las comuniones; no, cuando esta gente habla de ‘deriva atea’ no ponen el acento en la religión y ni siquiera en Dios, sino que lo que señalan es el inmenso conjunto de valores que representa la Iglesia Católica en occidente y que, al desaparecer, origina un vacío social que asusta.

Podemos detenernos, por ejemplo, en la última polémica provocada por la convocatoria de una procesión atea en Madrid, finalmente prohibida, que pensaba celebrarse en este Jueves Santo. Lo que menos sorprende de la convocatoria, porque eso lo sabemos desde hace tiempo, es que en este mundo quienes realmente no pueden vivir sin Dios son algunos ateos que se pasan el día justificando su descreimiento. Al tiempo de volverse un auténtico coñazo monotemático, incapaces de entender que es absurdo reivindicar lo que, según ellos, no existe. Pero eso, ya digo, se sospecha desde hace tiempo y es como una variante extrema de la fe de converso. No, no es eso. Lo que puede preocupar de polémicas como esa procesión atea es el activismo contra el diferente, la provocación contra el que no piensa igual, la intransigencia contra el adversario.

El ateísmo, en ese tipo de personas, es una expresión más de un radicalismo ignaro que sólo sabe reivindicarse con la intolerancia y el sectarismo. No convocan una manifestación en Jueves Santo para defender unos principios, una idea, sino para combatir los principios y valores de los demás. Mucho mejor se entiende el agravante de la provocación en esos ateos cuando se detiene uno en aquellas personas que, a lo largo de la historia, han llegado al convencimiento de la no existencia de Dios mediante el estudio y la reflexión profunda, y exponen su convencimiento con absoluto respeto y consideración hacia los creyentes. San Manuel Bueno, mártir. Para qué explicar más: «que se consuelen de vivir, que crean lo que yo no he podido creer».

Cuando lo que profilera en una sociedad es el ateo provocador, hasta los ateos cultos y tolerantes deben sentirse agredidos. Porque no es la existencia o no de dios, ese debate tan antiguo como el hombre, lo que se pone de manifiesto, sino un problema mayor de la sociedad. Es el sectarismo del mediocre, la osadía del ignorante, la provocación de los radicales, la grosería de quien ha construido una ideología con tres consignas y dos pastiches. Es el fundamentalismo agresivo y la intolerancia de los que no creen en nada. Ni siquiera en el hombre.

Etiquetas: ,

20 abril 2011

La equivocación



Que se suban al balcón con toda la parentela, los primos, los abuelos y los nietos, para recibir el aplauso de los vecinos que ya no reconocían sus facciones envejecidas tras dos decenios de cárcel. Que levanten el puño cerrado, como criminales de guerra fugados de la cárcel, y que entonen sus himnos tribales de muerte y de fuego. Que desplieguen en las aceras cartelones de Independentzia serigrafiados con la sangre que dejaron en el asfalto la mañana maldita en la que se agazaparon en una esquina para reventar un autobús de guardias civiles, el coche de un general o un furgón de policías. Que se emborrachen de txacolí en las herriko tabernas, que brinden con la ikurriña y escupan en el suelo. Que se vayan al monte a celebrar sus aniversarios de una historia inventada y se revuelquen por el musgo anudados como babosas en celo. Que hagan lo que quieran, que digan lo que quieran, que griten lo que quieran, porque ése no es nuestro problema. Esa ha sido nuestra gran equivocación.

La equivocación de pensar que todo eso podía cambiarse, que podía esperarse de la fiera el perdón y la reconsideración de la barbarie. La equivocación de considerar que contra el fundamentalismo valen las treguas y las concesiones, que contra el fanatismo funciona el razonamiento. No cambiarán jamás. Y nosotros, sabiéndolo, muchas veces nos detenemos inútilmente en analizar sus fiestas y sus gritos, para intentar encontrar en esa ciénaga una brizna de cordura o de sentimiento. Nos enzarzamos en disputas políticas y judiciales que nos dividen, que nos alejan de la inmensa mayoría que desprecia a esa gentuza. Esa es la equivocación, porque que hay que de dejar de pensar en ellos como un colectivo que puede integrarse a la normalidad. No, la democracia sólo debe abrir sus puertas a quien acepta la libertad, la tolerancia. A quien respeta al disidente y escucha al adversario. Contra todo lo demás, contra todos esos, la policía y la cárcel. Y aunque encuentren resquicios legales, que tengamos la tranquilidad de conciencia de que, de forma inmediata, todo el aparato del Estado volverá a caer sobre ellos en cuanto se resbalen por la exaltación del terrorismo, la colaboración con la banda armada, la ocultación o la militancia terrorista. Como no cambiarán, aquellos que salen de la cárcel, volverán a caer.

Que canten, que griten, que escupan babas verdes. Que por mucho que nos digan que ETA y su entorno ya no es lo mismo, que quieren dar pasos hacia la paz, sólo tenemos que detenernos un instante a contemplarlos, a ellos y a quienes les vitorean, para saber que todo sigue igual. Por eso, que hagan lo que quieran que yo, como ciudadano, sólo sentiré desprecio; como deudor de las víctimas, sólo intentaré mantener viva la memoria; y como demócrata, sólo aspiraré a un ansia incansable de justicia.

Etiquetas: , ,

19 abril 2011

Cultura perra



«Yo entré en esta compañía en la época en la que se llamaba a los bomberos por el incendio de una centralita, y todo el retén aprovechaba para quedarse en plantilla en la empresa», dice un alto directivo de Telefónica mientras garabatea números en una servilleta de papel en la sobremesa de una comida. Entre los garabatos, los 25.000 empleados de los que la compañía se ha ido deshaciendo en los últimos años y los poco más de 20.000 que van a quedar en la multinacional cuando, antes o después, se apruebe el último expediente de regulación de empleo que ya se ha anunciado para prejubilar a otros seis mil empleados más. «Y lo realmente extraordinario –añade mientras recorre con la punta del bolígrafo las curvas que ha trazado con el descenso de la plantilla y el aumento de la productividad– es que ha sido con la plantilla más reducida cuando ha sido posible la expansión internacional de la compañía». A más trabajo, menos trabajadores. En Telefónica ha sido así.

Si ese aparente absurdo ha sido posible se debe, desde luego, como comentaba jocoso el directivo, a una plantilla desorbitada, confeccionada entre el paternalismo del Estado, el enchufe y el abuso de los sindicatos que obtienen unas condiciones laborales que nada tienen que ver con las del mundo real, allí donde no existe el amparo público. Es inevitable, en esas circunstancias, que, entre los trabajadores públicos se cree una cultura del privilegio: se saben trabajadores distintos a los demás y su única obsesión laboral se limita a no retroceder en ni uno sólo de los privilegios que disfrutan.

Con esa lógica interna, que es uno de los caminos que llevan a la ‘cultura de la subvención’, debió encontrarse Telefónica cuando fue privatizada. A la vista de los sucesivos expedientes de regulación de empleo, parece claro que la estrategia de Telefónica ha consistido en cambiarlo todo sin modificar para nada el statu quo de la compañía. Por ejemplo, con estas prejubilaciones de lujo: El 70% del sueldo hasta los 61 años (que es cuando se jubilará y comenzará a cobrar del Estado), el 34% del sueldo hasta los 65 años, el abono de las cotizaciones sociales hasta los 61 años y una ayuda del 50% de las cuotas si no se suman 35 años cotizados. En el último ERE, el problema de Telefónica es que hubo una avalancha de peticiones de prejubilación. ¿Quién podía resistirse a cobrar un sueldo el resto de su vida sin salir de casa, sobre todo teniendo en cuenta que un prejubilado de 50 años, con su 70 por ciento del salario, está muy por encima de los sueldos mileuristas con los que se contratan a los jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo? Lo tienen tan claro en la compañía que, por lo visto, lo han retratado con una frase: «Yo quiero un ERE para dedicarme a pasear el perro».

Ahora, tras el nuevo ERE que plantea Telefónica, los únicos que no han protestado son los de la casa porque allí, unos y otros, trabajadores y directivos, saben bien cuáles son sus objetivos, que nada tienen que ver con los de la calle ni con la crisis de un país entero. «Responsabilidad social», «ética empresarial», «cultura del esfuerzo», «solidaridad sindical»… A veces parecemos bobos cuando, al discutir en tertulias, planteamos esos valores, esas exigencias, como las claves del debate. La cuestión es más sencilla: en Telefónica, la ‘cultura del perro’ no se discute.

Etiquetas: , , ,

18 abril 2011

Prescripción



Me lo enseñó un viejo lobo de toga negra y puñetas gastadas: En un Estado de Derecho, todos los organismos relacionados o vinculados con la Justicia no están a la vista. Conocemos sólo los habituales, los juzgados y las fiscalías, ya sean en edificios ruinosos en los que las ratas se pasean de noche por la mesa de los magistrados o en Palacios de Justicia de mármoles y cuidados jardines alrededor. También están las dependencias policiales, los calabozos y los despachos de los polis en el centro de la ciudad o las habitaciones empapeladas de historia y desconchones de la casa cuartel de la Guardia Civil en cualquier pueblo de España. A la estructura primera, habría que añadirle aún los despachos de los abogados, con sus togas colgadas en el perchero y sus estanterías consagradas al Aranzadi, y el fru-frú de chismes y componendas en la cafetería de los juzgados, entre tapas de ensaladilla y aliños de pulpo al final de una mañana de juicios. Luego está la cárcel en las afueras de la ciudad, cuatro torretas en las esquinas y el patio de las idas y venidas de los presos, dándole vueltas a la nada cuadrada de cuatro muros altos, una y otra vez, como si persiguieran al tiempo para matarlo.

Con cada uno de esos elementos, se compone a diario la aspiración más razonable que ha encontrado el hombre en su camino a la civilización, la necesidad de hacer Justicia. Un delincuente debe saber que la policía intentará detenerlo y que, cuando eso ocurra, se le someterá a un juicio justo del que saldrá condenado, si existen pruebas suficientes, y puede acabar pagando su pena en la cárcel. Como la Justicia debe ser transparente, todo eso está a la vista. La policía, la judicatura y la cárcel. Lo que me enseñó el tipo aquel es que ese triángulo no es perfecto, que también existen organismos invisibles, como el Benemérito Instituto de la Prescripción. Cuando me habló de ese organismo invisible lo hizo porque, unos días antes, en el Gobierno andaluz andaban preocupados por algún escándalo del pasado que, después de tanto tiempo oculto, había irrumpido en los periódicos de forma abrupta. Hicieron algunas consultas discretas, sobre las repercusiones penales que podría tener aquella basura olvidada, y cuando repasaron las fechas del delito, lo tranquilizaron con una sola frase: «Dile al presidente que debería conocer la existencia del Benemérito Instituto de la Prescripción».

Es así. Contra el delito más flagrante, más palpable, nada puede hacerse si la denuncia llega tarde, cuando el delito ha prescrito por el paso del tiempo. Será eso, por ejemplo, lo que persigue ahora el gobierno andaluz cuando habla de los ‘EREs muertos’. Las irregularidades están ahí, ocultas, pero la Junta de Andalucía se ha apresurado a aplicarles la doctrina de la prescripción: ‘ya se han pagado, luego no existen: están muertos’. Vale, pero tendrá que explicar antes el Gobierno por qué le parece que un delito ya consumado le parece menos delito que otro que se está consumando. Por qué el intruso que ya ha cobrado toda la prejubilación va a ser menos culpable que el intruso que aún está cobrando la falsa prejubilación. Quizá no han reparado que el Benemérito Instituto de la Prescripción sólo vale para la Justicia. La política debería ser otra cosa.

Etiquetas: ,

16 abril 2011

Lo que parece



Nada obsesiona al hombre más que la apariencia. En todas las esquinas de nuestras emociones cuelgan estandartes que representan lo que queremos ser, la imagen que pretendemos ofrecer, las sensaciones que intentamos transmitir, la vida que construimos mientras van pasando los años. Nunca somos, realmente, lo que aparentamos, en buena medida porque en todos nosotros existe un afán de rebeldía interior con aquello de nosotros mismos que no nos gusta y, en parte también, porque aspiramos a ser lo que nunca hemos sido. La apariencia, sí, forma parte de nosotros, de todos. Pero ahí se acaban los beneficios; ahí se agota la apariencia razonable, llevadera. Todo lo que va más allá se convierte en patología, tanto por aquellos que intentan aparentar lo que no son o los que, por el contrario, se empeñan en demostrar que no es cierto aquello que estamos viendo.

En política, la apariencia tiene también vertientes perversas. Lo esencial ya lo dejó sentada el César como primera regla de comportamiento del hombre público que no sólo tiene que ser honrado, sino que tiene que ofrecer esa imagen de honradez; no basta con serlo sino que, además, hay que parecerlo. Lo que ocurre es que la formulación anterior, que debe ser entendida como una exigencia doble de transparencia de la persona que se dedica a los asuntos públicos, acaba pervirtiéndose hasta convertir el lenguaje político en un hacedor de apariencias. Aquello de Orwell: “El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas y el asesinato respetable, y para dar una apariencia de consistencia al puro viento”. En vez de que la apariencia sea un espejo de la verdad, se crea un mundo de simulación en el que lo complejo es descifrar dónde se esconde la verdad.

Al hijo de Chaves, que ahora ha dicho, ante la publicación de los documentos que lo comprometen, que nada de esto “se ajusta a lo que parece”, bastaría con aplicarle la regla primera del César; no a él, sino fundamentalmente a su padre que lleva años intentando hacernos creer que es el hombre más pobre de la clase política europea, aquellos tres mil euros de la cuenta bancaria, y el más desprendido de los oropeles y los privilegios del poder. Bastaría con recordarselo si no fuera porque, en realidad, el problema de Chaves es que sigue la formulación clásica, pero en sentido inverso: Chaves es lo que parece. Un político que lleva treinta años sin bajarse del coche oficial, con sueldo de ministro, y que ha convertido su apellido en un pasaporte de colocación para la familia. Sólo tenemos que preguntarnos, ahora que dice que todo esto no obedece más que a una persecución de su familia, por qué sólo salen en los periódicos sus hermanos y sus hijos, por qué aparece siempre la familia Chaves y no salen los familiares de otros vicepresidentes, de otros dirigentes políticos del propio Partido Socialista. Todos conocimos a los hermanos de Alfonso Guerra porque el entonces vicepresidente le puso un despacho a su hermano en la Delegación del Gobierno de Andalucía. ¿Quién iba a tener interés alguno en conocer a su familia si no llega a ser por aquel despropósito? Si conocemos a la familia de Chaves, y no a la de Griñán, por ejemplo, será porque sólo los hijos y los hermanos del primero se han dedicado a trabajar para aquello que les ofrecía más garantía y más rentabilidad, los negocios en los que su apellido equivalía a un master.

Que no se moleste Iván Chaves en intentar hacernos ver que lo que tenemos delante no es lo que parece, que no se moleste en aparentar que ya es muy tarde. No hace falta que aclare nada, que ya lo dicen sus contratos: Iván Chaves es un comisionista. Basta con esa palabra, y la adenda posterior de que las comisiones las recibía por sus gestiones ante entidades y organismos públicos que controlaba su padre como presidente de la Junta de Andalucía, para que todos sepamos ya de qué se habla, sin necesidad de esperar a que los tribunales aclaren si hubo o no algún delito. Chaves, presidente; su hijo, comisionista. Punto.

Etiquetas: ,

14 abril 2011

Fariseos



Están uncidos por un poder incontestable, una gracia especial a la que piensan que nadie le puede poner reparos, una fuerza terrenal que tiene menos detractores que lo popes de cualquier creencia. Se creen ungidos por el aceite de las mayorías electorales, porque eso exactamente piensan que es una democracia, un bálsamo que los inmuniza de cualquier tropelía. El nombre es lo de menos, porque el discurso siempre es el mismo. «Es un proceso inquisitorial que sólo busca la muerte civil de un líder político y de su familia. Pretenden ganar en los tribunales lo que no consiguen en las urnas, por eso este proceso de tintes franquistas, como cuando los conserjes llamaban a los procesados al juicio y les decían: ‘Que pase el condenado’. Es una campaña de difamación, todo es basura». El nombre es lo de menos, sí, porque ese discurso está hecho de retales de varios dirigentes políticos que siempre, ellos y sus partidos, reaccionan de la misma forma. Unas veces se llama Chaves, y es del PSOE. Otra veces se llama Camps, y es del Partido Popular. Y otras, se llama Rodrigo Torrijos y milita en Izquierda Unida. El uno con los negocios de sus hijos en Andalucía, el otro con los trajes de la Gürtel en Valencia, y el de más allá con la red de colocaciones y coacciones en la que ha convertido sus parcelas de gobierno en el Ayuntamiento de Sevilla.

No se trata, desde luego, de medir por el mismo rasero a todos los partidos, porque esa sería la mayor injusticia. La equidistancia, también en la corrupción, es un ejercicio irritante y penoso. Y esa coletilla populachera de ‘todos son iguales’ es una de los virus más contagiosos de una democracia. No, ni todos los partidos ni todos los políticos son iguales. Pero hasta ahí la salvedad. Porque lo que ningún partido ha asumido hasta ahora es que la corrupción política en España es un fenómeno estructural, que ensarta por la financiación a todos los partidos políticos; que no existe ni un sólo caso de corrupción que se haya conocido porque un partido haya denunciado a sus corruptos y que, por todo ello, cuando salta un escándalo a los periódicos, la reacción primera de todos ellos es la de arropar con aplausos y lisonjas al acusado, en vez de pedirle explicaciones.

Debe entender, por ello, el Partido Popular, por ejemplo, que la misma sensación de vergüenza que produjo ayer el discurso lastimero de Manuel Chaves en el Congreso es la que producen los discursos de Camps en las Cortes valencianas. Y para qué decir nada de la frivolidad de Izquierda Unida, cuando compara al concejal de las cigalas con las víctimas del franquismo.

En su último ejercicio de desmadre, el portavoz del PSOE dijo ayer que estos días son propicios para hablar de los fariseos y de los sepulcros blanqueados, inmaculados por fuera y llenos de podredumbre por dentro. Se lo achacó al PP, claro, pero sería un buen ejercicio de penitencia para todos cuando se coloquen con sus chaquetas y sus mantillas en los palcos de Semana Santa.

Etiquetas: ,

13 abril 2011

Non olet



Si Manuel Olivencia tuviera el desahogo de quienes le han lanzado bolas de barro escondidos tras una tapia de papel impreso, se habría limitado a contarles, simplemente, la anécdota aquella del emperador Vespasiano, cuando su hijo Tito le reprochó el haber creado en Roma letrinas públicas de pago. Vespasiano debió mirar a su hijo con cara de asombro, sin entender muy bien los escrúpulos repentinos de su heredero por cobrarle a los ciudadanos por hacer sus necesidades. Sin decir nada, Vespasiano cogió una bolsa de monedas, la abrió, tomó un puñado y se lo acercó a la nariz. Aspiró para olerlas y volvió la cara hacia su hijo: «Pecunia non olet», exclamó con el gesto de cínica extrañeza. ¿Qué había de malo en cobrar dinero por las letrinas si el dinero no tiene olor? Ninguna diferencia hay del dinero según su procedencia, pensaba Vespasiano. El dinero es dinero; no huele.

El gran Olivencia, que antes que un profesional de prestigio incuestionable, es un excelente conversador, podría haberse limitado a recontar la anécdota de Vespasiano para dejar sentada la evidencia de que un bufete de abogados, como una constructora, un concesionario de coches o una imprenta que contrate con la Junta de Andalucía, nunca puede conocer si el dinero con el que se le paga proviene de un fondo de reptiles o de un fondo de pájaros de mal agüero. Porque el dinero, en efecto, non olet. Es tan torpe la acusación, tan insolente y burda, que es la propia Junta de Andalucía la que acaba enfangándose más en el escándalo de los EREs al admitir ahora que utilizaba el ‘fondo de reptiles’ para todo, como un pozo sin fondo.

Ocurre, además, que la Junta es el único actor en todo este escándalo al que no se le puede aplicar la anécdota de Vespasiano porque en el Gobierno andaluz sí que conocían bien la procedencia del dinero y la irregularidad que se cometía con su uso indebido. Todos los demás actores de este escándalo son víctimas de la chapuza, la burla y la soberbia; los primeros de la lista, los prejubilados de buena fe, no los intrusos, que se acogieron a los expedientes de regulación de empleo después de una vida de trabajo y que ahora se ven envueltos en un proceso judicial por la desvergüenza y la soberbia.

Pero es que, además de todo, resulta que Olivencia, el bufete que preside, ni siquiera cobró por asesorar al Gobierno por los EREs, sino que ganó un concurso público para el asesoramiento de la empresa Santana en su estrategia de externalización de algunas de sus actividades. Nada que ver, por lo tanto, con el escándalo. Y menos mal que Olivencia, a sus ochenta y dos años, hasta habrá contemplado la zancadilla con una de sus sonrisas habituales, sorprendido como tantas veces con la osadía de los mediocres, con la torpeza de los soberbios, con la grosería de los desesperados. Menos mal que es Olivencia, porque con bueno han topado en las fullerías; Olivencia, que no le importó darle un portazo a la Expo 92, poco antes de su inauguración, cuando comenzaron a volar los maletines a su alrededor e intentaron hacerlo tragar con ruedas de molino de dobles contabilidades y auditorías amañadas. «Estos creen que las auditorías internas son para el oído interno», decía entonces con ironía. Y se largó.

Ayer, cuando le lanzaban bolas de barro, lo imaginaba con un gesto similar, casi apesadumbrado por la torpeza de gente como Zarrías. «Los pagos al suegro de Arenas echan por tierra la acusación del PP de que los EREs son un montaje del PSOE», decían. Imagino a Olivencia. Pobrecillos, están desesperados.

Etiquetas: ,

12 abril 2011

Visionarios



Hasta hace muy poco, los andaluces arrastrábamos por el mundo una penitencia que nos unía como hermanos de sangre. Todo era pisar un metro más allá de Despeñaperros, y nada más reconocer el acento andaluz, el personal se quedaba esperando un chiste, una exageración o un ‘ozú, mi arma’ para batir las mandíbulas con una carcajada. Es así, siempre ha sido así y. lo que es peor, siempre ha habido andaluces dispuestos a alimentar ese tópico. Con lo cual, qué le vamos a hacer; si no eres gracioso, si no vas de gracioso, parece que no eres andaluz. Incluso es peor: si eres andaluz y no sabes contar un chiste, te conviertes directamente en un sieso, un desagradable, un desaborido. Y como la humanidad se divide en dos, aquellos que recuerdan los chistes que les cuentan y aquellos a los que se nos olvidan siempre, si has tenido la desgracia de caer en el segundo grupo y, además, eres andaluz, ya no habrá remedio para tu desgracia social. Eres un andaluz sospechoso.

Pero eso, ya digo, era hasta ahora. Desde hace unos meses, sorprendentemente, lo primero que le piden a un andaluz fuera de Andalucía ya no es que cuente un chiste sino que diga qué va a ocurrir en las elecciones andaluzas. Sí, es así. Por otra parte es normal: esta es la primera vez en treinta años que las noticias políticas de Andalucía abren periódicos nacionales con lo que, para muchos, es como un descubrimiento, un hallazgo, el elefante que parecía dormido, eternamente dormido, de pronto se ha levantado. «¿Qué va a pasar en las elecciones, va a ganar Arenas?» Hacen la pregunta y, por mucho que cueste creerlo, al menos el que suscribe prefiere contar un chiste: «No tengo ni puñetera idea», respondo siempre, con lo que la sospecha de andaluz desabrido se acrecienta irremediablemente, ahora con tintes de profundo desconocimiento de la realidad política.

De poco sirve esbozar una teoría del desconcierto grande que existe por aquí, de la imposibilidad de prever lo que puede ocurrir cuando, hace tan sólo tres años, el PSOE volvió a ganar por mayoría absoluta y a cualquiera que hubiera sugerido que el PP se colocaría en la mayoría absoluta en las encuestas (lo que significa que el PSOE cae veinte puntos en los sondeos desde las últimas elecciones) lo hubieran tomado por un pirado.

Entre otras cosas porque, en Andalucía ya se han dado situaciones similares a las de estos días. Hace veinte años, la realidad política se parecía mucho a la de ahora: división interna en el PSOE y grandes escándalos de corrupción en su entorno. Al unísono, estalló en Andalucía el ‘caso Juan Guerra’ y a Borbolla lo apearon de la presidencia de la Junta. ¿Y qué ocurrió? Pues que el electorado premió al nuevo candidato socialista, Manuel Chaves, sin vinculación alguna con Andalucía, con su primera mayoría absoluta. Ahora, vuelve a repetirse la historia: botan al presidente de la Junta, se genera una fuerte división interna en el PSOE por el enfrentamiento entre sectores y todo ello se envuelve en una espiral de escándalos, nepotismo y corrupción. ¿Volverá a ganar el PSOE otra vez? La respuesta es compleja porque existe un factor nuevo, inédito en la política andaluza: la descomposición evidente del PSOE como organización. Y ante ese fenómeno nuevo, desconcertante, cualquier vaticinio es mera especulación. Nadie sabe dónde acaba el hundimiento del PSOE, ni si ese trasatlántico puede salir a flote.

Antes, a los andaluces, nos pedían un chiste y ahora nos exigen una predicción de las elecciones. Chistosos y visionarios. Joder, qué difícil es ser andaluz…

11 abril 2011

Ruido de cátedras



Era tanto el ruido que nadie pudo oír otras voces distintas de aquellas que venían del Gobierno y sus furores. Era tan fuerte el griterío, tan intensas las broncas, que aquel alboroto acabó convirtiéndose en un zumbido agudo, un pitido intenso que atraviesa el oído como una punzada y se clava en el cerebro. Eran tan gruesas las polémicas, tan graves los escándalos judiciales, que se formó una sombra espesa, una polvareda negra, que todo lo tapaba, que nada más se podía divisar porque nos envolvía a todos. Era tan grande la atención que le prestamos a lo único que parecía suceder aquellos días, a lo único que nos importaba aquellos días, que tuvieron que pasan muchos años para que nos diésemos cuenta de que, mientras tanto, se perpetró con un silencio obligado, un silencio impuesto, el último atentado contra uno de los pilares esenciales de una sociedad, la educación.

Ésta de arriba es la única crónica que no deberíamos leer dentro de unos años, cinco o diez, cuando repasemos lo ocurrido o, acaso, cuando nos hagamos preguntas sobre las carencias del presente que está por llegar. Porque estos días, sin que haya trascendido más allá de la red y, ocasionalmente, en algunos medios de comunicación, catedráticos de toda España están firmando un manifiesto de protesta contra el borrador del Estatuto que regulará la carrera docente en las universidades. De la preparación, de la cualificación de esa plantilla, dependerá la sociedad del futuro; que no de otra cuestión se está hablando. Pues bien, tan burdo y grosero es el despropósito que se pretende consumar con ese borrador que los catedráticos ya le han puesto un sobrenombre a las intenciones del Gobierno: profesores y catedráticos por puntos.

Justo al contrario de lo que se impone cada vez con más firmeza en las mejores universidades del mundo (la competencia en vez de la endogamia, la valoración de méritos en vez de la burocratización), lo que persigue el borrador es que en España alguien pueda acceder a una cátedra sin haber reunido ni un solo mérito científico. En su lugar, se sobrevaloran las actividades sindicales o los años de pertenencia al equipo rectoral. Que tiemblen los jóvenes universitarios españoles, los más brillantes, los más ilusionados, los más emprendedores, que tiemblen porque el futuro que se abre con ese borrador sólo les conducirá a la frustración. O al exilio académico.

En el manifiesto, resumen bien cuál será el perfil del catedrático de España, si llega a implantarse ese borrador de la universidad por puntos: “Bastará, por ejemplo, ser muy antiguo (20 puntos), seguir siendo muy antiguo, esta vez en años de docencia (50 puntos), haber realizado muchas ‘actividades de transferencia’ (hasta 40 puntos), haber tenido abundantes cargos (hasta 30 puntos) y haber ido a escuchar a todos los pedagogos que hayan pasado de gira con sus cursos (10 puntos). Con eso salen... 150 puntos”. Y para ser catedrático, sólo se precisará de 120 puntos.

Hay un ruido de cátedras en España que no se oye, que ha quedado sepultado con una escandalera mayor. Y yo no quisiera leer, en unos años, la crónica de arriba.

Etiquetas: , ,

10 abril 2011

Regresión



Nada más inútil y generalizado que la formulación de hipótesis a partir de acontecimientos que ya pasaron. Cuántas energías no habrá derrochado el hombre, a lo largo de la historia, en ese ejercicio estéril que consiste en mirar atrás y, a partir de esa mirada, empezar a calcular qué habría sucedido si en vez de decir o hacer lo que hizo, hubiera dicho o hecho lo contrario. Nos ocurre a todos, se instala en nosotros como un mecanismo mental inevitable que nos lleva siempre de vuelta a lo que pudo haber sido, quizá porque nunca hemos llegado a comprender bien aquello que dijo el poeta, que el pasado no es más que un prólogo. O quizá, simplemente, porque nos gusta abrazarnos a la nostalgia, que es el único sentimiento dulce que nos reserva el pasado. Todo lo demás, es inútil regresión.

Ahora, por ejemplo, entre muchos socialistas andaluces se ha instalado esa constante histórica de elaborar hipótesis sobre lo que estaría ocurriendo si hace dos años, en una primavera como ésta, el presidente Zapatero no decide quitar a Chaves de la presidencia de la Junta de Andalucía. Lo dicen porque el valor político generalizado que todo el mundo le concede a Chaves en el Partido Socialista es el de haber sabido armar un sistema proporcional, de intereses y ambiciones, con el que la estructura orgánica del partido se sentía a gusto, equilibrada, pacificada. A Chaves se le concedió, tras el agrio enfrentamiento de guerristas y renovadores, el papel de árbitro y éste lo ejecutó con tanta precisión milimétrica que los secretarios provinciales era, de hecho, quienes ponían y quitaban consejeros en el Gobierno. Un sistema de cuotas como otro cualquiera en el que Chaves era otra cuota más que, además, armaba el puzle de cada congreso, de cada gobierno. Con Chaves, piensan, se fue el equilibrio; la estructura se desmoronó como una tienda de campaña a la que se le quita la varilla central.

Todo lo anterior, claro, es evidente. Pero si la regresión es un ejercicio inútil es porque la conclusión de todo ello no alcanza a decir que si Chaves siguiera al frente de la Junta de Andalucía, nada de lo que ocurre estaría pasando. En primero lugar porque se olvida que en las últimas elecciones, el deterioro electoral del PSOE comenzó a ser algo muy evidente, por mucho que se añoren ahora las mayorías absolutas. El declive comenzó con Chaves y se precipitó con Griñán. Sí, es verdad que Griñán es el menos habilidoso, el menos experimentado, el más débil, para contener las tormentas, pero la tormenta ya estaba ahí. Este aguacero de escándalos, desde el primero hasta el último, vienen de atrás; este nido de serpientes dislocadas se ha criado en treinta años de soberbia y hegemonía. Como esa leyenda popular que habla de la culebra que, de noche, mamaba de la teta de una mujer dormida y metía el rabo en la boca del bebé para que no llorase, para que se conformara con el engaño de aquel chupete frío de la cola de la serpiente. Pues ocurre ahora que se han bebido la leche y muchos lo han descubierto al despertar.

Ningún esfuerzo más inútil que este ejercicio de querer explicarnos el presente con remordimientos del pasado. Hay un proverbio árabe que dice: “Cuatro cosas hay que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada”. Las cuatro cosas forman parte del pasado del PSOE de Andalucía y, al contemplarlas ahora, sólo constituyen el prólogo de lo que está pasando. Habrá más.

Etiquetas: , , ,

09 abril 2011

Sin preguntas



Bastó que nuestras miradas se cruzaran en la cola del supermercado. Había ocurrido antes, hace ya casi un año, cuando nos encontramos en ese mismo supermercado. Tu mujer cogía algunos productos de las estanterías y tú empujabas el carrito de la compra. Desde que nos conocemos, a las doce de la mañana de un lunes cualquiera, de un año cualquiera, tu hábitat natural nunca hubiera estado entre las callejuelas de latas de conservas, frutas y arroces de un supermercado, sino el trasiego de la calle, de los bancos, de las viviendas y de las hipotecas. Por eso nos sorprendimos al encontrarnos. “Parado, sí, me he quedado sin trabajo”. Ha pasado todo este tiempo y todo sigue igual. Por eso bastó que nuestras miradas se cruzaran ayer, otra vez, en el supermercado. Porque no hacía falta decir nada más. Una mueca, una sonrisa forzada, un ‘ya ves, qué te voy a contar’. No, bastaba con la mirada.

Lo que no te he dicho nunca es que, desde aquella primera vez que nos encontramos, he tomado el portón cerrado de tu antiguo trabajo como una referencia de la crisis, un índice palpable de la evolución de esta canina. Se agolpan las cartas de los bancos y la propaganda de los plasmas del Mediamarck en el rellano polvoriento de la oficina y a mí me parece todo aquello la mejor estampa del suelo de la crisis del que hablan los economistas. Venta y alquiler de pisos en la pequeña oficina del centro de la ciudad; un negocio floreciente en el que nadie pudo imaginar este final abrupto, esta parada en seco, este corte profundo, radical. Porque ninguna actividad se para así, de golpe, y qué otra cosa se puede esperar de un frenazo cuando se circula a ciento ochenta que salir disparado por la ventanilla. No llevábamos el cinturón de seguridad, es verdad, y la velocidad era excesiva, pero si la caída de la construcción hubiera sido otra, de otra forma, el final sería distinto; incluso una desaceleración vertiginosa se puede asumir, pero nadie sobrevive al colapso.

Antes de que se consumieran los últimos ahorros con el pago de las facturas, echaste la persiana y desde entonces te has limitado a esperar una llamada de la oficina de empleo. Para matar el tiempo, entre curso y curso de formación, coleccionista de diplomas y certificados de asistencia, empujas el carrito de la compra cuando tu mujer acude al supermercado. Pero estás, como otros, fuera de contexto, y lo peor es que cada día se ve más gente como tú en los supermercados, matrimonios jóvenes que se han visto arrojados de la normalidad más rampante a la que se puede aspirar: un puesto de trabajo. Que ya se cuentan por millones las personas a las que no les llega ni para tirar para adelante; dos millones de hombres y mujeres que no tienen ni trabajo ni prestación. Por eso, bastó que se cruzaran nuestras miradas en el supermercado. Tú sabías la pregunta y yo conocía la respuesta. “¿Zapatero? ¿Pero tú crees de verdad que a mí me importa que lo suceda Rubalcaba o Carmen Chacón? ¿A quién coño le importa que Zapatero diga ahora que se va? A mí qué más me da, si mi problema es que dentro de cuatro meses dejo de cobrar el paro…” La mirada, sí, lo decía todo. La realidad política no hace cola en el supermercado.

Etiquetas: , ,

05 abril 2011

El cisne negro




En qué momento de la vida se rompe todo, cuándo, en qué fracción, se precipitan los acontecimientos, se desmorona el entorno y ya no es posible caminar más que sobre los cascotes de lo que fue. En la crisis que acaba de estallar en el PSOE de Andalucía, ese instante se localiza en un cine de Sevilla; quizá la última vez que Chaves y Griñán, amigos fraternales hasta que entre ambos medió la sucesión, se citaron juntos para ir a al cine. Todo fue normal hasta la salida, cuando cada cual regreso a su casa y Griñán conoció entonces que Chaves, con quien pensaba que había restablecido la normalidad de unas relaciones leales, había convocado en Cádiz una reunión a sus espaldas, con Luis Pizarro y otros dirigentes socialistas, para analizar y planificar el futuro del PSOE de Andalucía. Esa fue la fracción determinante, el silencio de Chaves que Griñán interpretó como una traición; ese desconcierto helado, fue el instante en el que se desmoronó el entorno y, a partir de entonces, uno y otro comenzaron a caminar sobre los cascotes de lo que había sido.

Por eso, por el mar de fondo, la dimisión de Pizarro, desde la perspectiva general de lo que está ocurriendo en el PSOE, es lo menos relevante de cuanto sucede. La importancia de esa renuncia, la razón por la que ya ha desembocado en una guerra abierta en el PSOE de Andalucía, no la otorga el personaje en sí, que no tiene relevancia política para desestabilizar el partido, sino la servidumbre que siempre le ha mantenido como escudero del hoy vicepresidente del Gobierno y presidente federal del PSOE. No es Pizarro quien dimite, sino Chaves quien ha retado a Griñán con la desestabilización definitiva de su liderazgo en el PSOE. Y también al revés: No es a Pizarro a quien ha desafiado Griñán con sus cambios, igualmente irrelevantes, en Cádiz, sino a Chaves. Pizarro es, lo ha sido siempre, una persona interpuesta en esta crisis del PSOE de Andalucía, la más grave de la que se tiene constancia desde el enfrentamiento entre guerristas y renovadores. Sin Chaves salió victorioso entonces, y derrotó al guerrismo, fue porque en el peor momento de su enfrentamiento, cuando más acorralado estaba, ganó unas elecciones a la Junta de Andalucía y porque contaba con el apoyo de la ejecutiva federal. Esas dos circunstancias son las que, ahora, determinarán de nuevo el final de este enfrentamiento. Lo primero, porque sólo si el PSOE de Andalucía obtiene un buen resultado en las próximas elecciones municipales, Griñán podrá seguir ejerciendo de líder y, en consecuencia, de candidato a la Junta de Andalucía. Y lo segundo porque, en gran medida, dependiendo de quien resulte victorioso en la guerra del PSOE de Andalucía, el sustituto de Zapatero podrá ser Alfredo Pérez Rubalcaba o Carme Chacón. Si el partido lo controla Chaves, el beneficiado es Rubalcaba; si lo controla Griñán, quien sale ganando es Chacón.

Ayer, mientras que el estrépito que provocó la noticia iba y venía, era interesante imaginar el instante previo, de silencio, de los dos protagonistas en el cine. Quizá tenían delante a Natalie Portman. Habrá que imaginarlo así porque la teoría del cisne negro lo explicaría todo; un cisne negro es aquel acontecimiento que, justo antes de que suceda, todo el mundo lo considera altamente improbable. Pero estalla. Se suele añadir que, a partir de entonces, sólo queda una certeza: que ante un ‘cisne negro’ lo único que se sabe es que «el pasado no puede usarse para predecir el futuro».

Etiquetas: ,

04 abril 2011

Tralará



“Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras. Tralará. Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas”. Y Zapatero no ha renunciado a ser candidato porque la presión de las encuestas lo haya vapuleado, ni porque la baraka que lo aupó se haya transformado en badana que le zurra. Zapatero, que corre por el mar como las liebres, ha renunciado a presentarse a candidato por tercera vez porque ya lo tenía pensado. Hace años que lo tenía pensado, desde que llegó a la presidencia lo sabía. Y se lo había callado. Renuncia porque quiere darnos a todos una lección de democracia. Con ocho basta. Se va por un sentimiento profundo de renovación, de modestia, de saberse prescindible como todos los demás. Cualquiera puede ser presidente, Sonsoles, y cualquiera puede dimitir en un fin de semana de abril. Tralará.

“Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras. Me encontré con un ciruelo, cargadito de manzanas. Tralará”. Y Zapatero no se va porque los suyos lo hayan presionado, porque los candidatos se hayan hartado de que en los mítines les invoquen el desastre de Zetapé con más fulgor que la foto de las Azores, porque su imagen se haya transformado en un remedo de la inutilidad, del engaño, de la torpeza, de la impostura. Zapatero no se va porque sea un lastre para los suyos, que ahora le aplauden a rabiar a los mítines a los que acude porque saben que ya se ha ido, y en España no hay nada que guste más que aplaudirle a un muerto camino del cementerio. En la política es igual. Como si en cada palmetada esbozaran un suspiro por el susto que han pasado de pensar que seguiría de candidato. No, Zapatero se va por un sentimiento profundo de deber con España, porque es lo mejor para el país, porque sólo un patriota como él es capaz de inmolarse con las reformas que nadie se atrevería en beneficio del futuro de su país. Porque sólo un estadista como él sabe que la estabilidad final de la economía la otorga un sacrificio en plena plaza pública. Tralará.

“Me encontré con un ciruelo, empecé a tirarle piedras, y caían avellanas. Tralará.” Que Zapatero no se va porque del zapaterismo ya no quede nada, porque aquel castillo de naipes se haya derrumbado con el primer soplo de los problemas económicos; de los problemas sociales. Zapatero, tralará, se marcha porque España necesitaba ofrecerle al mundo un ejercicio completo de democracia, de primarias. Cualquiera que analice un país en crisis diría lo mismo, que lo importante es que el Gobierno se descabece, que permanezca un año sin liderazgo y que se abra en canal ante la sociedad con un debate de elecciones primarias. Ese es lo que conviene, ése es el final de Zapatero, un adiós anticipado y un futuro incierto. Lo mejor para combatir la crisis que nunca existió. Tralará.

“Niño, no tires piedras, que no es mío el melonar, que es de una señora viuda que se acaba de casar.Tralará.” Porque se va Zapatero y en Andalucía ya todo se ha solucionado, que el escándalo de los Eres ya encuentra su final. Que el problema era el presidente de la baraka, el que ya se ha ido. Ahora que se ha quitado ese tapón, ya todo irá mejor; ya todo se olvidará. Lo de los Eres lo dicen su conjugación, es pasado; tampoco las prejubilaciones amañadas ni los sindicatos cobrando su comisión. Que ahora Griñán podrá subirse tranquilo a un ciruelo a coger manzanas. Tralará.

Etiquetas: ,

01 abril 2011

Etcétera



Cada vez que la Justicia se desvía de sus límites, siempre se recurre al ejemplo de aquel Código Penal de Guinea en el que el dictador incluyó alegremente un artículo que decía: «Serán objeto de pena de cadena perpetua aquellos que atentaran contra el Estado, cometieran asesinatos, fraudes, etcétera». Sólo con pensar la cantidad de gente que podría ser condenada por el etcétera, se le ponen a uno los vellos de punta y se corta la carcajada que produce la lectura del artículo. Porque el Derecho es, para lo bueno y para lo malo, todo lo contrario: un cuerpo legislativo que regula y delimita los procesos judiciales y que otorga al presunto delincuente un amplio abanico de garantías para que nunca pueda ser objeto de un juicio inquisitorial.

Es muy probable, por todo ello, que la Junta de Andalucía tenga razón cuando afirma que es un exceso que la jueza de la trama de los ERE le haya pedido al Gobierno andaluz que le remita todas las actas de sus reuniones en los últimos diez años. Sí, es posible que sea así, que se trate de una petición desproporcionada de acuerdo a la investigación que se realiza. Una petición así, aun sin pretenderlo, se asemejaría más a una ‘causa general’ contra la Junta de Andalucía, a un etcétera como el de antes, que a la investigación judicial sobre un asunto concreto: el uso irregular de 700 millones de euros durante nueve años para financiar expedientes de regulación de empleo que, a su vez, están plagados de chorizadas. Tanta es la envergadura de este escándalo, por sí solo, que lo que requiere es concreción y delimitación, antes que ramificaciones de la instrucción que acaben convirtiendo este proceso en un remedo de aquellas infaustas instrucciones de otros casos de corrupción que acabaron en un laberinto imposible y, a posteriori, en una frustrante cadena de anulaciones. Cualquiera que esté interesado en que la trama de los ERE llegue hasta el final, contra lo que debe luchar ahora es contra los excesos. El rigor es más implacable que la espectacularidad en un proceso judicial.

De todas formas, cuando la juez de la trama de los ERE solicita las actas de los Consejos de Gobierno, sabe muy bien a donde apunta. Los informes reiterados de la Intervención General de la Junta de Andalucía, en los que se daba traslado de las irregularidades y la falta absoluta de control de esos fondos ocultos, han abierto en este caso la puerta de la prevaricación administrativa de los responsables del Gobierno andaluz. Es el artículo 404 del Código Penal el que recoge este supuesto especial de prevaricación, ciñéndola a las decisiones arbitrarias, entre las que se incluye la adopción de resoluciones que ignoran las normas esenciales del procedimiento administrativo. Y eso, justamente eso, es lo que, siete veces siete, advirtió la Intervención General. ¿Se trató este asunto en un Consejo de Gobierno? ¿Se le dio ‘luz verde’ en esas reuniones al ‘fondo de reptiles’? Eso es lo que, presumiblemente, quiere saber la jueza para delimitar las responsabilidades. Probablemente para alcanzar ese objetivo exista otro camino, menos enrevesado que la petición de las actas del Consejo de Gobierno durante tantos años. Debe existir, porque lo peor que le puede ocurrir a la trama de los ERE es que el Gobierno encuentre en el afán de la jueza la vía perfecta para dormir este escándalo en el Tribunal Supremo con un litigio competencial.

Etiquetas: , ,