Fariseos
Están uncidos por un poder incontestable, una gracia especial a la que piensan que nadie le puede poner reparos, una fuerza terrenal que tiene menos detractores que lo popes de cualquier creencia. Se creen ungidos por el aceite de las mayorías electorales, porque eso exactamente piensan que es una democracia, un bálsamo que los inmuniza de cualquier tropelía. El nombre es lo de menos, porque el discurso siempre es el mismo. «Es un proceso inquisitorial que sólo busca la muerte civil de un líder político y de su familia. Pretenden ganar en los tribunales lo que no consiguen en las urnas, por eso este proceso de tintes franquistas, como cuando los conserjes llamaban a los procesados al juicio y les decían: ‘Que pase el condenado’. Es una campaña de difamación, todo es basura». El nombre es lo de menos, sí, porque ese discurso está hecho de retales de varios dirigentes políticos que siempre, ellos y sus partidos, reaccionan de la misma forma. Unas veces se llama Chaves, y es del PSOE. Otra veces se llama Camps, y es del Partido Popular. Y otras, se llama Rodrigo Torrijos y milita en Izquierda Unida. El uno con los negocios de sus hijos en Andalucía, el otro con los trajes de la Gürtel en Valencia, y el de más allá con la red de colocaciones y coacciones en la que ha convertido sus parcelas de gobierno en el Ayuntamiento de Sevilla.
No se trata, desde luego, de medir por el mismo rasero a todos los partidos, porque esa sería la mayor injusticia. La equidistancia, también en la corrupción, es un ejercicio irritante y penoso. Y esa coletilla populachera de ‘todos son iguales’ es una de los virus más contagiosos de una democracia. No, ni todos los partidos ni todos los políticos son iguales. Pero hasta ahí la salvedad. Porque lo que ningún partido ha asumido hasta ahora es que la corrupción política en España es un fenómeno estructural, que ensarta por la financiación a todos los partidos políticos; que no existe ni un sólo caso de corrupción que se haya conocido porque un partido haya denunciado a sus corruptos y que, por todo ello, cuando salta un escándalo a los periódicos, la reacción primera de todos ellos es la de arropar con aplausos y lisonjas al acusado, en vez de pedirle explicaciones.
Debe entender, por ello, el Partido Popular, por ejemplo, que la misma sensación de vergüenza que produjo ayer el discurso lastimero de Manuel Chaves en el Congreso es la que producen los discursos de Camps en las Cortes valencianas. Y para qué decir nada de la frivolidad de Izquierda Unida, cuando compara al concejal de las cigalas con las víctimas del franquismo.
En su último ejercicio de desmadre, el portavoz del PSOE dijo ayer que estos días son propicios para hablar de los fariseos y de los sepulcros blanqueados, inmaculados por fuera y llenos de podredumbre por dentro. Se lo achacó al PP, claro, pero sería un buen ejercicio de penitencia para todos cuando se coloquen con sus chaquetas y sus mantillas en los palcos de Semana Santa.
Etiquetas: Corrupción, Política
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