El huevo del cuco
Debimos suponer cuando se supo de la muerte de Marta del Castillo que el tormento peor no era aquel descubrimiento atroz, que el asesinato de Marta del Castillo era, en realidad, una muerte lenta, exasperante, en la que el sometimiento de amargura, de dolor, a los padres, el sometimiento de angustia y desesperación a la sociedad que se ve reflejada en los padres, se trazaría como una línea infinita, en la que nadie podría adivinar el final. Debimos suponerlo porque, desde aquel esperpento de la búsqueda del cadáver en el río hasta este juicio disparatado de El Cuco, todos los puntos van marcando el infinito. Debimos suponerlo y actuar en consecuencia porque en este tormento, lo queramos o no, todos somos actores.
Lo ocurrido ahora, por ejemplo: es casi peor la cascada irracional de descalificaciones que se ha abierto tras el juicio, que la sentencia misma, que exculpa al tipo ese, el Cuco, del asesinato de Marta del Castillo. Los unos, con el trazo más grueso, establecen la comparación absurda de la sentencia endeble contra el menor con las sentencias más abultadas de otros casos, ya sean de corrupción política o de tráfico de droga, no importa cuáles sean, porque lo único que se pretende es llegar a la conclusión de que no hay Justicia en este país y que el asesinato “sale barato”. No cabe mayor barbaridad que esas comparaciones que, sin pretenderlo, aumentan la angustia de los padres. Otras opiniones, con un trazo más culto, cargan contra las acusaciones, la familia y la fiscalía, por no haber sentado en el banquillo a Miguel Carcaño, el principal acusado de la muerte de Marta del Castillo, que fue quien en una declaración anterior culpó al menor del asesinato de la joven. El razonamiento es, en apariencia, impecable: como en el juicio contra el Cuco no se ha sentado en el banquillo a quien lo acusaba, el menor ha salido absuelto. Hasta el juez parece mantener en su sentencia esta tesis. Pero se olvida lo fundamental: ¿en calidad de qué se podía sentar Carcaño en el juicio del menor? No podía hacerlo como acusado, porque se trataba del juicio de un menor en el que no puede estar acusado un mayor de edad. Eso lo determina así la Ley del Menor, aprobada por unanimidad en España. Cuando hay menores y mayores implicados en un delito, tiene que haber juicios separados. ¿Y como testigo, por qué no acudió al juicio como testigo? Pues porque la Ley de Enjuiciamiento criminal determina, igualmente, que cuando un testigo acude a juicio tiene la obligación de decir la verdad, al contrario de lo que sucede con un acusado, que tiene derecho a no declarar contra sí mismo. Es decir, si Carcaño hubiera acudido a ese juicio como testigo se estaría vulnerando, e invalidando, su derecho a la defensa en el juicio principal de este caso, el que está por llegar contra los mayores de edad involucrados en el caso. Es más, a El Cuco se le ha declarado encubridor de un delito, el asesinato, que no existe formalmente porque no se ha celebrado el juicio. Se trataba, pues, de un callejón sin salida. Sólo el juez del menor podría haberlo evitado con la postergación del juicio a El Cuco hasta que se hubiera celebrado el primero, el principal. Pero no lo ha hecho. Él sabrá.
Lo que todo el mundo sabe del cuco, el pájaro, es que pone sus huevos en los nidos de otros pájaros para que se los empollen. La pillería no acaba ahí; luego sus crías dejarán el huevo antes que los demás y, poco a poco, por instinto natural, empuja los otros huevos fuera del nido hasta quedarse solo. Si lo piensan, eso es lo que nos ha ocurrido. El huevo del cuco es lo único que ha quedado en este juicio.
Etiquetas: Justicia, Medios de Comunicación, Sociedad
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