Ojú, la guerra
Una sobredosis de agua de miel inyectada en vena, una indigestión de azúcar de caña, un cólico de merengue, una borrachera de sirope. Cada vez que se desata una guerra en el mundo, el personal tiene que atrincherarse en su casa para resistir un bombardeo continuo de frases hechas y de tonterías; una lluvia estomagante de chucherías. Camino del trabajo, una pintada juvenil: «Haz el amor y no la guerra». En la cadena de tópicos, quizá esta leyenda juvenil será la más inocente, la más justificable, pero, ¿habrá algo más repetido y más insustancial? Como si la elección fuera entre catres y trincheras. Como si las guerras más estúpidas de la historia no las hubiera provocado un revolcón en un catre. «La primera víctima de la guerra es la verdad», repite otro en una radio, no para comentar ningún aspecto que tenga que ver con la frase, sino para respaldar una irritante posición equidistante con el conflicto de Libia: todos mienten. Y él, tan tranquilo. También he leído estos días otro tópico empalagoso: «En una guerra perdemos todos». ¿Puede haber una generalización más dañina que ésa, más ignorante que ésa? Pero sigue la secuencia: «La guerra nunca ha solucionado nada», se le oye decir en un debate de la tele a un dirigente andaluz de Izquierda Unida con más trienios que La Pasionaria. Ahí va, con un par. ¿Cómo que ninguna guerra ha solucionado nunca nada? Ya hay que tener desahogo intelectual para resumir la historia de una patada así, como si el progreso del que disfrutamos ahora no fuera consecuencia de tantas guerras contra la represión, batallas por la libertad; como si la civilización no se hubiera construido sobre los cadáveres de quienes han luchado, se han sacrificado, para acabar con privilegios y prebendas.
En Libia, confluyen, es verdad, la hipocresía diplomática de occidente y el interés ante las grandes reservas de petróleo y gas de aquel país. Pero no es verdad, en absoluto, que esta guerra se haya desencadenado por el petróleo. Demasiado pronto se ha olvidado que hace tan sólo unas semanas, saludábamos en Túnez las primeras revoluciones democráticas en el mundo árabe. Pan y Libertad. Se celebraron esas revueltas porque, de todas las revoluciones pendientes, ésta del mundo árabe de la más esperanzadora para el principal problema con el que ha amanecido este siglo XXI, el fundamentalismo terrorista islámico. Con contradicciones, con intereses creados, con incertidumbre, con todas las reservas y todos los riesgos, desde Andalucía tendríamos que verlo más claro que nadie en el mundo.
«La guerra nunca ha solucionado nada». Ahí va, con la misma consistencia ideológica que ‘Las Niñas’, cuando cantaban aquello del Ojú, «desde Madrid a París, desde Cai a Pekín, la gente en las calles dice que no, que no a la guerra, que la guerra es mu perra». Y eso que ahora, en esta guerra, no se oye el ‘rap del Ojú’. Igual es que Teddy Bautista la ha descatalogado para que nadie la piratee contra Zapatero.
Etiquetas: Alianza de Civilizaciones, Guerra de Irak, Islamismo
1 Comments:
Pues para consistencia ideológica, la de los que abrazaron los maximalismos del "No a la guerra" y el resto que citas, y ahora se empeñan en destacar los matices que diferencian la de Libia con la de Irak.
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