El tercer efecto
En una charla de cervezas, una mujer intenta dejar al descubierto mi ignorancia con los asuntos de la actualidad. Y con lo fácil que le hubiera sido dejarme en pelotas en tantos asuntos, elige el único tema que le lleva a un callejón sin salida: Se empeña en encontrarle una lógica a las decisiones de Zapatero. Misión imposible, claro. Porque en el zigzagueo del presidente, la única explicación razonable es que un alto porcentaje de sus decisiones no obedece a ninguna lógica. Y seguirlo es quedarse bizco, como el que sigue con los ojos el vuelo de una mosca alrededor de la cabeza.
Hubo quien lo definió como un político con un toque de personaje de la tragedia clásica. «Le pasa como a Antígona, que intenta con su intuitivo sentido de la justicia y monta bel ‘cristo’ que monta. Es como un personaje en busca de autor. No ha encontrado a nadie que le dé una teoría consistente a la que ajustarse, porque no se deja». La inconsistencia y el atrevimiento, unido a la creencia de estar llamado por la historia, son elementos suficientes para convertir a un tipo en un ser, por lo menos, desconcertante. Y peligroso.
Una a una, o todas en su conjunto, la inmensa mayoría de las ‘zapateradas’ lo que consiguen es, primero, descolocar al personal, y luego, cabrearlo. Hasta ahora, las decisiones de un gobierno provocaban sólo dos efectos en la ciudadanía, la aceptación o el rechazo. Con Zapatero, se añade un tercer efecto, cada vez más generalizado: la irritación y la burla. Ésta última de los límites de la velocidad a ciento diez kilómetros por hora podría servir de estandarte de todas sus políticas. No es ya el momento elegido para adoptar una decisión así (como la radical ley Antitabaco, aprobada en el peor momento de la crisis económica), sino que nada de lo que se afirma tiene ningún sustento teórico, técnico o práctico. Ni los motivos de ahorro energético, ni la inestabilidad de los países exportadores de petróleo, ni la seguridad vial en las carreteras españolas son capaces de explicar la medida que,. además, se presenta como coyuntural, pero puede ser indefinida. No lo ha logrado explicar el Gobierno, que se debate entre contradicciones, y no le han encontrado explicaciones los técnicos a los que se les ha preguntado estos días. ¿Por qué, entonces? No se sabe. ¿Le parece bien o le parece mal que se reduzca la velocidad? Preguntaban hace unos días en la radio. Y el personal, en su mayoría, contestaba al unísono: Ni bien ni mal, es una gilipollez. El tercer efecto, pues; la marca identitaria del zapaterismo.
Ahora Zapatero se ha ido al Magreb. Lo único que le faltaba al follón de las revueltas del Magerb es que pusieran a Zapatero de guía. El inspirador de la alianza de civilizaciones, aquel que trataba de hacernos ver que el problema no era la falta de libertad en el mundo islámico, aquel que sugería que el problema era nuestro, de tolerancia, por no aceptar como hecho cultural las dictaduras de esos sátrapas; ese mismo se ha ido ahora a Túnez para ofrecerse como líder. Lo curioso es no ha puesto de ejemplo su alianza de civilizaciones, sino la Transición española. Zapatero, que es el valor político más opuesto al espíritu de consenso y superación que hizo triunfar a la Transición. ¿Por qué no ha ido Zapatero al Magreb y ha ofrecido, en esta oportunidad de oro, su alianza de civilizaciones como modelo? La próxima vez que vea a la señora de las cervezas, se lo pregunto.
2 Comments:
“Mirad, mi abuelo fue fusilado por Franco. Cuando cumplí 15 años murió el dictador y tres años después, a los 18, ya teníamos una Constitución. No sabéis cómo se puede disfrutar de la democracia. En mi caso hasta he llegado a ser presidente del Gobierno.”
Reta a tu amiga a que encuentre una explicación a ésto, que no sea la obvia.
Diran que nombro general a su caballo y que ordeno a su ejercito atacar unas plantas de papiro.
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