El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

11 marzo 2011

Comadronas



Se están apagando las luces de las redacciones y ya nadie da un duro por este oficio cansado y maldito, que se ha hecho viejo de pronto, que se ha mirado al espejo, y ha comenzado a ver su propia muerte en las arrugas de la frente, como las gitanas adivinan el destino en la palma de la mano. Se están adelgazando las redacciones, entre la tiesura y el internet, y ya nadie confía en el futuro de esta profesión que languidece traicionada por su propio hijo, la globalización; porque aunque ya nadie lo recuerde, la globalización, esta aldea global, nació en las esquinas de cualquier ciudad, cuando un mozo voceaba las noticias del día con un mazo de periódicos en la mano. Y ahora es la difusión universal de la información el puñal que le han clavado en la espalda a los periódicos.

Sí, ya nadie da un duro por este oficio, le están contando los días y lo miran de reojo, como a un enfermo terminal, porque todos piensan que el tiempo de los periódicos se ha escurrido por las alcantarillas de la historia. Pero se equivocan; no saben los buitres que el periodismo, capaz de rivalizar en la barra de un prostíbulo sobre cuál es el oficio más antiguo de la humanidad, es una necesidad del hombre y, más allá, de las democracias y de la libertad.

Aquí sí que se aprecian brotes verdes, como estos días con la escandalera de la Junta de Andalucía. Habría que remontarse a los tiempos de Juan Guerra para que un escándalo de corrupción lo haya seguido toda la prensa. Lo acostumbrado aquí es que unos periódicos denunciaban y otros, la mayoría, silenciaban. No ocurre así con lo de los ERE y esa novedad, que sin duda constituye un síntoma más de la descomposición de un régimen, yo lo resalto hoy como síntoma de la vitalidad intacta del periodismo, sea cual sea el momento histórico que atraviese.

Los periodistas veteranos, que siempre guardaban una máxima o un misterio, no concebían el periodismo sin una aureola de transgresión y mala vida. «El periodista es un hombre que ha renunciado a todo en esta vida, salvo al mundo, al demonio y a la carne». Y nosotros, con el tipómetro negro sobresaliendo de la carpeta de los apuntes de la universidad, abrazamos aquella vida y temblábamos ante la confidencia que se sirve con café en el rincón de un bar; cuatro notas apuntadas en una servilleta de papel que mañana se convertirán en titulares del cuerpo treinta y seis que reventarán en los despachos del poder. Y en esta ocasión, con la podredumbre de los ERE, ha vuelto a pasar. Los periodistas han vuelto a sentir esa emoción que los convierte en gigantes de papel, héroes que al día siguiente envolverán el pescado.

Fue un escritor alemán el que dijo que el periodismo, los periodistas, hace de comadronas y de enterradores de cada tiempo, de cada época. Y así vamos, alumbrando lo que viene, con torpezas equivocaciones, y siempre con tozudez, y poniendo paladas de tierra, que son paladas de papel empapado en tinta, a lo que se va muriendo. Los buitres tendrán que esperar.

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