Escalofrío
Que no son los controladores, que no. Que la barbarie de los controladores no provoca discusión alguna porque todo está muy claro, porque sus portavoces engominados lo dejan muy claro cada vez que se ponen delante de una cámara de televisión. No hay debate sobre esos tipos que han paralizado el país entero con una huelga salvaje, esa gentuza que se ha puesto de acuerdo, mintiendo, ocultándose, para dejar tirados en los aeropuertos a seiscientas mil personas, sin importarles nada si eran niños o viejos, enfermos o desesperados, jóvenes enamorados o familias que buscaban un reencuentro; no, nada hay que discutir sobre lo que han hecho los controladores aéreos porque todo está muy claro: que se les caiga el pelo. Pero no es eso. Esa discusión, esa condena, se zanjó en el primer minuto de la huelga del viernes. No hay debate porque existe unanimidad: el comportamiento de los controladores es abominable, además de ilegal.
Que no son los controladores, que no. Que lo que preocupa ahora, una vez que se han normalizado los aeropuertos, no son los controladores, sino el descontrol del Gobierno. La peligrosa inercia en la que se ha embarcado España, la sensación de que cualquier chispa puede prender y degenerar en un enorme caos; que cualquier conflicto, cualquier situación, puede acabar hundiéndonos. Es esta angustia de vivir con la sensación de estar al borde de un precipicio, ora por los especuladores, ora por los controladores, sometidos al vaivén de una borrasca que viene y que va, nos trae y nos lleva.
Que no son los controladores, que no. Es el vértigo que se adueña de cualquiera cuando se detiene a mirar alrededor y le da por preguntarse qué es exactamente lo que controla el Gobierno. ¿Qué parcela esencial de la gestión de un Gobierno se puede decir que está controlada en este momento? No será la crisis económica, desde luego, ni el empleo. Tampoco el modelo territorial, el control de las autonomías y mucho menos el gasto de las administraciones. No será el Ministerio de Exteriores tampoco: ¿Cuántos días, tras su toma de posesión, ha tardado en achicharrarse la nueva ministra de Exteriores? ¿Dos días, tres? Estalló el conflicto del Sahara y comenzó el naufragio de la ministra. Tampoco será Fomento o Interior, los ministerios responsables del caos de este puente, los unos porque han sido incapaces de negociar nada y los otros porque han sido incapaces de prever nada, de anticiparse a nada. Una a uno, se van tachando nombres y ministerios y cuando se queda la lista en blanco, se produce el vértigo de antes: pensar que puede ocurrir cualquier cosa, temer que todo es posible.
Que no son los controladores, que no. Ni siquiera el enorme daño que se ha provocado en el maltrecho prestigio internacional de España. Tampoco las pérdidas irreparables en el turismo, la principal industria de una región, como Andalucía, con casi el treinta por ciento de paro. Es la indefensión de sentir que no hay nadie en el puesto de mando, que no hay rumbo. ¿Dónde se ha metido el presidente de la Junta de Andalucía? ¿Cómo es posible que Griñán haya seguido de puente, como si tal cosa? ¿No es suficiente un estado de alarma que afecta a Andalucía como a pocas comunidades para que el presidente andaluz hubiera salido a dar la cara, a decir algo? Que no, que no. Que no son los controladores. Es este escalofrío.
Etiquetas: Crisis, Sindicatos, Zapatero
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