El rector
Hace un tiempo, le regalé un relato breve –medio broma, medio guiño cómplice– a un amigo de la Universidad de Sevilla que celebraba su cumpleaños. Se llamaba ‘El rector que olvidó su nombre’. Con su permiso, lo rehago y lo reproduzco aquí: «Iba trajeado y no recordaba su nombre. La Policía lo localizó en las afueras de la ciudad, vagando por el arcén de una carretera de circunvalación. Iba el hombre solo, ajeno al tráfico intenso de los coches que pasaba a su alrededor sin prestarle atención. Al fondo, se podía divisar un barrio marginal, con lo que el contraste de aquel tipo, trajeado y elegante, deambulando por la carretera destacaba poderosamente con el paisaje del suburbio de bloques de pisos despintados, chatarras, burros y candelas. La Policía se paró a su lado y le preguntó su nombre: No lo recordaba. Lo único que les dijo es que era el rector de la Universidad. Lo subieron al coche patrulla y lo trasladaron a la Comisaría. Y es ahí donde se desencadena un episodio kafkiano. Lo presentaron al comisario que, en efecto, lo reconoció como el rector de la Universidad, pero tampoco él recordaba su nombre. Docentes, empresarios, políticos y periodistas pasaron entonces por sucesivas ruedas de reconocimiento con idéntico resultado. ‘Sí, sí, es el rector’, afirmaban todos. Los empresarios lo sabían porque lo habían saludado en la firma de algún convenio, los políticos lo habían cortejado en numerosos ágapes y los periodistas lo reconocían porque, en algunos actos, aparecía siempre al lado de un ministro o de algún consejero. También los docentes afirmaban sin titubear que aquel señor era el rector de su Universidad desde hacía años, pero tampoco recordaban su nombre. Nadie sabía su nombre. Uno de los docentes, un catedrático de Física, intentó improvisar una explicación razonable para resolver aquel absurdo: ‘Esto se veía venir’, dijo. ‘Desde hace tiempo, nadie sabe el nombre del rector de la Universidad; sólo que existe. Sería conveniente comenzar a ponerles nombres científicos, con una lógica matemática, para evitar más engorros como éste’. Cuando se fueron todos, el rector que no sabía su nombre estaba sentado en uno de los bancos del pasillo de la comisaría. Repetía continuamente que quería volver a su despacho».
Hace unos días, cuando las elecciones a rector de la Universidad de Almería, el catedrático al que le escribí el cuento me envió una carta sobrecogedora. Decía más o menos así: «El candidato que ha perdido estrepitosamente las elecciones, Blas Torrecillas, podría ser profesor de Álgebra en cualquier universidad del mundo, cualquiera de las que están situadas entre las primeras en los ranking internacionales, mientras que el candidato que ha arrasado, el rector, tendría dificultades para conseguir una plaza de bedel en esas mismas universidades». Como el prestigio docente e investigador podemos medirlo por hechos objetivos (publicaciones en revistas internacionales, por ejemplo), parece evidente que en la universidad española –porque no se trata de una peculiaridad de Almería– existe una preocupante confusión entre la democracia y la excelencia académica. Quiere decirse que lo esencial de una universidad no es que sea democrática, que todos puedan votarlo todo, sino que sean instituciones perfectas para la formación de grandes profesionales; fábricas de excelencia, de mérito y de trabajo. La universidad se ha despeñado por una pendiente de endogamia y, a medida que va cayendo, es la sociedad la que se aleja de la senda del progreso. Un país que quiera progresar no debe buscar universidades en las que los rectores sepan ganar elecciones, por populismo o por clientelismo, sino que sepan preparar a los mejores alumnos. Seguro que el rector que no sabía su nombre también ganaba las elecciones por goleada.
Etiquetas: Sociedad, Universidad
1 Comments:
Lo que yo me pregunto, Javier, es lo siguiente: Si al rector mediocre le viene de perlas un sistema sustentado sobre el intercambio de prebendas y corrientes de voto (quid pro quo), ¿cómo es posible que la Conferencia de Rectores esté cocinando con el Ministerio de Educación (con dos ex rectores al frente)un nuevo modelo de gobierno a la americana, con gestores profesionales y poder casi ilimitado? ¿Cambiarán Málaga por Malagón? Juanjo Becerra
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