Rafael
He calculado la distancia física que nos separa para intentar comprender y medir otros valores, el egoísmo, la felicidad, el agradecimiento, el sufrimiento, la humildad. Lo he mirado a la cara, delante de decenas de cámaras y de fotógrafos de prensa, y me he mirado al espejo yo para entender que la valentía es otra cosa. He visto sus ojos tristes llenos de alegría y la paradoja, esa luz de satisfacción que brilla entre sus grandes cejas caídas, desarma cualquier argumento previo. Lo he visto abrazarse a su médico, a su madre, y esa ternura invalida todos los sentimientos previos de cualquiera de nosotros. Porque inevitablemente nos deja pequeños; porque sin quererlo nos traslada una sensación grande de frivolidad al mirarnos nosotros también al espejo y recordar los motivos diarios de nuestra insatisfacción, de nuestra infelicidad.
Grandes han sido los avances de la medicina en esa operación de trasplante de cara que se ha realizado en Sevilla y excepcionales habrán sido los logros quirúrgicos, pero nada podrá equipararse al desconcierto frío que recorre el cuerpo cuando Rafael, con sus ojos tristes, con su media cara sanada, con su frente deforme y su voz gangosa, dice que, al levantarse por primera vez de la cama para mirarse al espejo, lo que sintió fue «felicidad y alegría». Esa lección de humanidad no tiene parangón con ningún avance científico.
Por eso, al verlo, al oírlo, he querido calcular la distancia física que nos separa de Rafael para, a partir de este trecho enorme, medir todo lo demás. El abismo que existe entre nuestra vida y su vida, la distancia sideral que hay entre los parámetros de vida entre ambos, aquellos que consideramos imprescindibles para definir la felicidad, para sentirnos contentos con nuestro cuerpo, con nuestra cara, con nuestra realidad. Tan grande es la distancia que nos separa que por eso nos cuesta trabajo pensar que un hombre como Rafael, que es la imagen más cruel de una enfermedad, se sienta alegre, contento, y que tenga el valor de ponerse delante de los micrófonos y de las cámaras para dar las gracias a sus médicos y contarnos que aquella apariencia suya, esa imagen que vemos, es la estampa de felicidad.
Quizá por casualidad, en el vídeo que han colgado en internet, el reportaje de Rafael, cuando se acaba, está seguido de la publicidad de una crema revitalizante que anuncia Elsa Pataki. ¿Dónde está la felicidad? Rafael y Elsa Pataki, símbolos de lo opuesto y, como tales, exponentes hoy de la terrible certeza de que los sentimientos más profundos suelen nacer en el fondo de un sufrimiento, que brotan de la desesperación.
Sus ojos tristes llenos de alegría rompen todos los esquemas y desbaratan muchas preocupaciones cotidianas. Rafael, con su media cara, nos ha recordado a todos aquello que escribió Paulo Coelho, que «la felicidad es a veces una bendición, pero por lo general es una conquista».
3 Comments:
No me resisto!. Una de las mejores columnas que has escrito en tu vida!.
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