Declive
No llega a los cuarenta años. Es profesora de educación secundaria en un instituto andaluz; el instituto de un pueblo que, todavía, cuando se menciona, con sólo decir su nombre, se paladea el zumo amargo de las aceitunas y se imagina a los hombres sentados en una plaza de cal en el centro del pueblo; se menciona el nombre del pueblo y se oye el silencio del campo en verano, cuando el viento hace olas entre los trigales, y las cuadrillas de jornaleros vienen y van. Cuando la destinaron al pueblo en el que ahora da clases, tenía esa imagen y por eso le reconfortaba la idea de acariciar la sencillez del campo, lejos de la gran ciudad.
En el curso que ha transcurrido, muchos de esos esquemas se han venido abajo. Las aceitunas saben amargas, sí, pero eso es lo único que quizá no ha cambiado. Nadie se da cuenta, o nadie parece darse cuenta, pero cada lunes por la mañana, cuando camina por las calles camino del instituto, a ella le invade la sensación de que todo a su alrededor se está pudriendo. No es la crisis económica, ni la quiebra de las inmobiliarias, ni los polígonos industriales desiertos, ni la economía sumergida como único medio de subsistencia. No es el fraude del PER, ni las limitaciones europeas de la Política Agraria Comunitaria, ni los subsidios agrícolas que han enseñado a muchos agricultores que a veces lo más rentable es no cultivar. No son las botellonas que comienzan los jueves y se alargan hasta el domingo, ni la pasmosa facilidad con la que corre la cocaína, ni las reuniones matinales de jóvenes sentados todos los lunes al sol, sin trabajo ni formación, alrededor de un coche con las puertas abiertas, la música de par en par, una litrona y unos porros. No es la dejadez del instituto en el que imparte las clases, ni el patio de tierra pelada, ni las rejas oxidadas, ni el tercio escaso de alumnos que quiere atender en clase mientras que el resto canta, grita, bota, y convierte cada clase en un infierno. No es ninguna de esas cosas porque cuando, al pasear por el pueblo, le invade una sensación de hundimiento, como si se fueran a desplomar las casas y agrietarse las calles y las aceras; esa angustia es un puzzle formado por cada una de las piezas anteriores.
Es mirar alrededor y comprender que no puede salir bien, que este pueblo de cal está condenado al fracaso. Que no hay futuro. «¿Quieres un ejemplo de este declive?», me dijo. «Te lo daré. Me ocurrió ayer. Imagínate una clase ingobernable, como muchas, y una joven de quince años que no para de cantar, de masticar chicle y tirar bolas de papel. Me harté, encendida me fui hacia ella: ‘¿Es que no te das cuenta de estás acabando con tu vida? ¿Qué te espera cuando seas mayor? ¿Qué crees que va a ser de ti, sin estudios ni nada?’ Se lo dije de golpe, irritada, dolida, desesperada. Pero ella, sin inmutarse, me contestó: ‘Con saber follar bien, es suficiente’. Sí, me ocurrió como a ti ahora, me quedé muda. ‘¿Pero qué barbaridades dices, chiquilla?’ Y ella, como si tal cosa: ‘Pues claro que lo sé, porque ese es el consejo que me da mi padre’. Salí de clase y me fui directa a la sala de profesores. Marqué el número de su padre, ‘Oiga, ¿sí?, ¿es usted el padre de Marta? Pues oiga lo que acaba de decirme su hija’. ¿Y sabes lo que me contestó? ‘Bah, ¿era eso? Pues sí, claro, es lo que yo le digo, que si no sabe estudiar, por lo menos que aprenda a follar bien y se busque un buen marido’.
No es la crisis económica, no es la penuria de la educación, no son los subsidios, ni las botellonas. No son los parados. Es todo lo que rodea esta maldita crisis, todo lo que nos rodea. Es la ética. Es la cultura. Es la sociedad.
3 Comments:
Pues que pena...porque con actitudes (que no aptitudes que eso queda ya dentro de la esfera íntima) como la de Marta mal futuro nos espera.
Física o química en Antena 3...
Sin tetas no hay paraíso en Tele 5...
y Bibiana... contra Perrault y Andersen...
volvamos a las orejas de burro, al repetidor ignominioso, al escribe 100 veces, a la notita a papá, al castigo sin recreo...
que estos carajotes del lenguaje llamen, si así les pone, corrector posicional a la colleja clásica...
yo a esta niñata la seguiré llamando putilla...
y su padre chulo cabrón...
qué asco profundo...
Mucha tontuna hemos admitido en materia educativa, y ahora nos pasa factura. Es una pena para el país, pero ¿y para estos jóvenes? Personalmente no sé cómo soportarán el peso de una vida vacía, una vida "llena de nada", como se dice en "El secreto de sus ojos", porque para esa vida vacía hay muchos cáminos: tal vez la cobardía y el conformismo sean dos de ellos, pero estoy segura que el desprecio hacia la cultura y el cultivo de la mente es uno seguro hacia el embrutecimiento y hacia este vacío que a mí se me haría aterrador.
Una vuelta a la cordura y a llamar a las cosas por su nombre nos vendría genial, pero ¿valdría a estas alturas para paliar la enfermedad que padece la sociedad?
A mi la actitud de esta niña no me da pena, me da asco y rabia. Pues nada, que se dedique a follar, como dice, que a lo mejor dentro de unos años se encuentra con la pata quebrada en casa, tres o cuatro churumbeles berreando y el mundo desmoronándose a su alrededor; lo peor es que entonces culpará a la vida y a su negra suerte, nunca a la incultura y la falta de principios morales que ella misma ha abrazado.
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