Manos arriba
Que levante la mano uno solo de los parados andaluces que hoy mismo, sin pensárselo un instante, no se cambiaba por Pina con los ojos cerrados. Sí, hombre, Pina, el tipo que trabajaba en Delphi, o que hacía como que trabajaba en Delphi, porque allí el absentismo laboral batía récords mundiales, «que se joda el americano», y que ahora, tres años después del cierre de la fábrica se va a prejubilar con cincuenta tacos. ¿Quién no se cambia por Pina hoy mismo? Tenemos más de un millón de parados y ni uno solo habrá de levantar la mano porque Pina, que tiene nombre de plan de la Junta, el PINA, el plan industrial para nuestros amigos, debe ser la envidia de los parados y de los puteados, que son legión porque son autónomos y están tirados, porque se han pasado cinco años estudiando una carrera y ahora no encuentran trabajo o porque son curritos que trabajan diez horas al día para sacarse un sueldo se poco más de mil euros. Todos ellos, millones, piensan hoy en Pina y se muerden los labios.
Qué suerte, gachó; en 2007 cerró la fábrica, al poco se afilió al PSOE, dejó de lado su vieja militancia comunista, y desde entonces ha estado cobrando de un ente singular como él, un dispendio con dinero público, el Dispositivo de Tratamiento Singular, el organismo que creó la Junta para convertir a los parados de Delphi en parados singulares porque sólo ellos tienen garantía pública de que se les buscará un empleo. ¿Quién de los cientos de miles de parados no se acogería ahora mismo a los treinta mil euros que suelta la Junta a cada parado de Delphi sólo por renunciar a la promesa de que los van a colocar? Y si no quieren la pasta, a seguir esperando en escuelas taller o en el Dispositivo de Tratamiento Singular. Que a los cincuenta, ya se podrán prejubilar. El PINA, eso es.
Que levante la mano uno solo de los directivos, de los catedráticos, de los empresarios andaluces que hoy mismo, sin pensárselo un instante, no cambiaba con los ojos cerrados su nivel de vida por el de esos tipos que viven treinta años de la administración pública, de despacho en despacho, sin que nadie conozca bien ni qué hacen, ni qué piensan, ni qué cualificación profesional tienen. Tipos como este Francisco Javier Romero, del que ahora se conoce que burló a la Cámara de Cuentas en su despedida. Más de seis mil euros por un traslado de domicilio que nunca efectuó.
Ya resulta un insulto el elevado sueldo y los privilegios de esos consejeros, que acceden a la Cámara de Cuentas gracias a una cuota política, como para que, además, se impongan subresueldos e indemnizaciones. Claro que ese tipo ya apuntaba; llegó a la Cámara de Cuentas desde la dirección general de Tesorería de la Junta y no tuvo empacho alguno en auditarse él mismo las cuentas que había gestionado. Entonces fue cuando dijo aquello memorable: «Esta paella la he cocinado yo y yo me la comeré». De la Cámara de Cuentas pasó a una caja de ahorros y no debió parecerle suficiente.
Que levante la mano uno solo de los contribuyentes andaluces que no le parezca una barbaridad que la autonomía más tiesa de Europa disponga de esta burguesía política. Parados, trabajadores, autónomos, empresarios, científicos, currantes, mileuristas, catedráticos y pringados. ¿Alguien levanta la mano?
Etiquetas: Política, Sindicatos, Sociedad
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