El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

15 febrero 2010

Formación



Todo ocurrió a partir del día en el que Marco Acilio Glabrión quiso que lo nombraran censor de Roma. En la colosal capital de la antigua república, Marco Acilio Glabrión tenía ganado el prestigio como tribuno de la plebe, primero, como comandante de las milicias después y, finalmente, como cónsul. Ganó batallas y gloria pero quiso ir más allá; quiso que lo eligieran censor, el magistrado al que se le encomendaban los litigios más pertinaces que ha tenido que hombre, aquellos que tienen que ver con la bragueta. Fue entonces cuando el censor más famoso que ha tenido la historia, Catón el Viejo, lo destrozó con una sola frase: “los ladrones de bienes privados viven en la cárcel y con cadenas, los ladrones de lo público viven en medio del oro y de la púrpura”.

Tendría que ser así. Lo más exasperante de las noticias que nos trae todas las mañanas el periódico es la impunidad con la que despilfarran cientos y cientos de millones de euros de dinero público. Y detrás de cada despilfarro, vamos a ver, hay siempre un tipo que se ha beneficiado del dinero. Ocurre ahora, por ejemplo, con las denuncias que han surgido en Punta Umbría por las subvenciones que ha recibido el alcalde. Dice la patronal de Huelva, seguramente con toda la razón, que el alcalde de Punta Umbría, Gonzalo Rodríguez Nevado, es un excelente empresario y que su restaurante, El Paraíso, es uno de los lugares emblemáticos de la costa onubense. Es verdad. Pero, ¿qué tiene que ver todo eso con la denuncia? De lo que se trata es que resulta moralmente inaceptable que las subvenciones que recibe ese empresario se hayan triplicado desde que es alcalde socialista. Y que no tiene sentido alguno que a uno de los mejores restaurantes de Huelva, que por sí solo podría crear una escuela de hostelería, se le tenga que pagar un millón de euros para contrate a setenta o a ochenta chavales al año en sus cursos de formación.

No, no tiene sentido alguno. Pero esa es la lógica política en España y en Andalucía: Mientras en las universidades se recortan los gastos para investigación, los empresarios y sindicatos se reparten todos los años cientos y cientos de millones de euros en cursos de formación. Es como el escalofrío que produce pensar que la vaina de la concertación social en Andalucía ya lleva consumidos cien mil millones de euros. ¿Y si ese dinero se hubiera dedicado a una educación de calidad, a una investigación de calidad en las universidades? En ese caso, como decía la revista Nature a finales del pasado año, probablemente los científicos españoles no irían camino de la Edad de Bronce. Y lo que es más grave, con un mayor desarrollo de la investigación estaría más cerca la salida de la crisis, que no otra cosa debería ser el cacareado cambio de modelo productivo: No hay desarrollo sin innovación. También lo reseñaba Nature: "A largo plazo, la industria se verá perjudicada por el fracaso en el desarrollo y mantenimiento de una base de investigación básica. No es una forma sabia de responder a la crisis financiera".

Cuando Catón el Viejo soltó aquella frase, las sospechas eran que el victorioso comandante Marco Acilio Glabrión se había quedado con parte del dinero que Roma envió para las batallas. Y así debió ser porque el tipo, después de toparse con Catón, aparcó sus ambiciones y ya no quiso ser censor. Por lo menos, en eso ganó Catón. En estos días, no hubiera tenido tanta suerte. El despilfarro se ha hecho legal y no incomoda moralmente a quien lo perpetra.

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