El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

11 febrero 2010

Lucha de clases



La tesis más inquietante de estos días es aquella que ha trasladado la lógica marxista de la lucha de clases al interior de nosotros mismos. Si, como sostenía Carlos Marx, la historia de la humanidad ha sido siempre la historia de la lucha de clases, llegamos a este punto de la evolución en el que la pelea está dentro de cada cual: «La lucha de clases se ha trasladado al interior del individuo». La teoría la ha elaborado un filósofo francés, profesor de La Sorbona, Sidi Mohamed Barkat, para explicar el incremento de suicidios entre los trabajadores. Dice el filósofo que los suicidios son consecuencia directa de que «el trabajador se ha transformado en una especie de empleador de sí mismo: El sujeto emplea al cuerpo. Es decir, una parte de sí mismo –el sujeto– va a emplear a la otra parte –el cuerpo– y le va a pedir una serie de cosas. Si los objetivos que se impone son muy elevados, el sujeto puede pedirle al cuerpo tal vez lo imposible». Según el filósofo francés, es entonces cuando se produce el suicidio.

Con el atrevimiento que supone readaptar la lucha de clases a la globalización, lo que sí parece razonable es pensar que si el signo de estos tiempos es la competitividad y el individualismo, el consumismo y la soledad, también el viejo concepto de lucha de clases se acaba interiorizando. La lucha de clases, tal y como la concebía Marx, ha desaparecido a medida que las clases trabajadoras y burguesas se han ido diluyendo en una inmensa clase media que comparte idénticos valores, apetencias y necesidades a pesar de las diferencias de renta que pueda existir entre los individuos que la componen. También es lógico pensar, siguiendo el planteamiento del filósofo, que en esa uniformidad de clases, las pugnas se produzcan entre el interior capitalista que todos llevamos dentro y la resistencia humana del organismo; estaríamos pues en una fase de explotación del hombre por el hombre pero en sentido estricto, el hombre explotado por su mismidad. Si, en esas, sobreviene una situación crítica, llega el desastre personal porque no existe el enemigo externo al que culpar.

Ocurre, sin embargo, que, a diferencia de Francia, no consta que en España, y mucho menos en Andalucía, con porcentajes de paro que triplican la tasa francesa, al personal le haya dado por tirarse de las azoteas. Más bien al contrario, lo que ha sorprendido hasta ahora a algunos periódicos y analistas internacionales es la paz social que reina en España a pesar de la abrupta caída del empleo en dos años. No se explican cómo es posible que no haya revueltas en la calle, ni grandes conflictos sindicales, ni barricadas diarias frente a las instituciones.

Lo que pasa es que, aunque es cierto que no hay convulsión callejera, existe una realidad oculta, una desesperación soterrada, en las decenas de miles de familias, con todos sus miembros en paro, que ya han comenzado a hacer los cálculos de cuándo se acaba el dinero del paro. Lo último que sabemos es que el número de hogares en el que todos sus miembros están en paro se eleva ya a 1.220.000 en toda España, con lo que habrá que calcular que en torno a trescientas mil de esas familias viven en Andalucía.

No hay suicidios en España, no, pero esa angustia existe, se palpa en la calle, en el mercado, en la reunión de amigos o en la familia. Sin ingresos estables, con ayudas de subsistencia y chapuces en el mercado negro, lo que se desploma de golpe es un modelo de vida, de clase media, y esa inquietud está latiendo en el fondo de esta crisis.

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