Espejo argentino
El escritor argentino Alvaro Abós reflexionaba hace unos días en un artículo de prensa sobre el destino cruzado de Argentina y de Brasil. «¿Por qué Brasil consiguió lo que Argentina desperdició?», se pregunta el escritor argentino y lo malo de la respuesta, de ésta y de otras sobre el mismo asunto, es que, inevitablemente, se acaba pensando en España como la Argentina europea; un país que, cuando le tocó su época de esplendor, cuando todos lo miraban por su desarrollo, se detuvo a contonearse, a mirarse el ombligo, a vivir por encima de sus posibilidades.Hasta en la estadística, la similitud produce escalofríos porque también Argentina era en 1910 la octava potencia del mundo, como ahora España. Y a partir de ahí, el declive imparable: «las constantes crisis económicas se entrelazaron con la degradación de la corrupción política, diezmada por la corrupción estructural», sostiene Abós.
Por fortuna, hasta los más pesimistas sobre el futuro de España acaban concluyendo que, en efecto, no nos ocurrirá como a Argentina por la diferencia sustancial de la integración en Europa, la moneda común, las políticas comunes, las ayudas al desarrollo… Sí, eso es verdad, pero no será por falta de esfuerzos en España para acabar tumbando el país en la lona. La proliferación de casos de corrupción, por ejemplo, no puede contemplarse ya como algo habitual, normal; la muestra fehaciente de que funciona a la perfección la democracia y el sistema interno de alertas en el que acaba supurando la podredumbre. No, la proliferación nos debe llevar a plantear que, en realidad, la corrupción política es un fenómeno extendido en España, generalizado. No son «casos puntuales», como se dice, sino prácticas generales. La alerta, como ya se apuntó hace unas semanas, es que en España se está perdiendo la batalla contra la corrupción. Como declaraba hace unos días el ex concejal del PP que destapó el ‘caso Gürtel’, la corrupción política está tan interiorizada que, incluso, se declara en Hacienda. «Mi partido lo declaraba todo a Hacienda. El dinero (de Correa) se metía en las cuentas del partido y era para financiar la pequeña estructura».
Quizá no se trate de una «corrupción estructural», como se dice de Argentina, pero desde luego sí estamos ante una situación de «corrupción transversal» porque afecta a todos los partidos políticos, con el mismo tipo de delitos y con la misma estructura mafiosa. Por eso tiene tan difícil el PSOE de Almería explicar ahora porqué, a costa del desgastar al PP y de quitarle poder, acabó aliándose con el alcalde de El Ejido, considerado por los propios socialistas como un tipo de extrema derecha. ¿Otra vez un caso puntual? ¿Otra vez tolerancia cero? Otra vez ese discurso estomagante y vacío, entre otras cosas porque El Ejido no es fruto de la casualidad: En Marbella y en Estepona, al PSOE le volvió a ocurrir lo mismo.
En su artículo, el escritor argentino de antes acababa con un interesante juego de simbolismos entre la política y el deporte: el gobierno argentino se identifica con Maradona, el antiguo ídolo convertido en un obeso, un bocazas y un mal profesional, mientras que el gobierno brasileño se asocia con Pelé, el ídolo bueno, el hombre elegante y maduro, un empresario de éxito para quien no pasa el tiempo. ¿Cuál sería el equivalente futbolístico de España?
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