El árbol caído
La paradoja es el signo de nuestros tiempos. Todo aquello que dicta el sentido común se vuelve del revés y aparece, a diario, como un síntoma de normalidad. Como estos días. En una casa cuartel, unos guardias civiles celebran la festividad de su patrona, la Virgen del Pilar, e instalan en el patio del acuartelamiento un castillo hinchable para que jueguen sus hijos. Desde fuera, comienzan a llover piedras y palos hacia el interior del cuartel: son los vecinos de una barriada marginal de Dos Hermanas, Los Montecillos. Un par de guardias civiles sale del cuartel a ver qué pasa y reciben una paliza concienzuda, palos con estiletes en la punta y navajas. Ayer, en el periódico, venían declaraciones de los apaleados: «La Guardia Civil tendría que marcharse ya de Los Montecillos, allí no hay seguridad ni podemos hacer nada». Sublime paradoja: la Guardia Civil se queja de falta de seguridad en el barrio, en su barrio.
Es evidente que la paradoja no es fruto de la falta de profesionalidad de los agentes, que sólo faltaría que se les culpe a ellos, aunque habrá por ahí quien considere, para redondear el disparate, que el suceso, en realidad, se desató por la provocación innecesaria de los guardia civiles que salieron del cuartel para pedir a los vecinos que dejaran de tirarles piedras. No, la paradoja de los guardias civiles acorralados en su barrio por la falta de seguridad se produce por la desconsideración general hacia la autoridad. Y se pone el acento en la autoridad porque, al subir ese escalón, se da por entendido que todos los peldaños inferiores, civismo, respeto, educación, se han desbordado mucho antes; si no se respeta ni a la guardia civil, qué se puede esperar del resto de valores, qué pueden esperar el resto de ciudadanos.
Rescatemos la pregunta de hace unas semanas sobre la violencia de género: ¿Y si resulta que la causa de la violencia de género no es el género? Igual que entonces, el problema mayor es la violencia que afecta a todos los órdenes de la convivencia. Erramos el análisis si pensamos que la agresión a un profesor de instituto proviene de un mal distinto a la paliza que le propinan a un médico en el ambulatorio; que es distinto el maltrato de un menor a sus abuelos de las bofetadas que le da a su novia; que no es lo mismo las pedradas a un cuartel de la guardia civil que las amenazas de muerte a un profesor de instituto por catear a un alumno o expulsarlo del centro. El problema general tiene una sola explicación: en amplios sectores de la sociedad actual el concepto de autoridad, se ha diluido, el respeto no existe.
Hace algo más de un año, se hizo famoso Jesús Neira, el profesor que quiso evitar que un salvaje matara a su pareja a puñetazos y, al interponerse, recibió una paliza del maltratador que lo dejó en coma. Ahora, el abogado del maltratador le ha puesto una denuncia porque Neira protestó ante la posible puesta en libertad de su agresor. Le acusa un delito de amenazas y coacciones contra el juez del caso. Dice en su escrito de denuncia que «del árbol caído es muy fácil hacer leña». Y le reclama «juego limpio». O sea, según el abogado, el maltratador es el árbol caído y quien reclama justicia es quien practica juego sucio. ¿Llamamos a todo esto la paradoja del árbol caído?
Etiquetas: Guardia Civil, Sociedad
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