El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

09 octubre 2009

Infinito



Antes de irse a dormir, una joven ha dejado colgada en Internet una frase de Einstein que quizá la atormente en pesadillas. «Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro». Ciertamente, es difícil saber qué puede ser más inquietante, si la estupidez o el universo porque los dos llevan consigo la angustia de lo inabarcable. De la estupidez, ya se citó aquí el tratado de Cipolla, «un esfuerzo por comprender y, por lo tanto, posiblemente neutralizar, una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana».

Lo que ha ocurrido desde el tratado de Cipolla (1976) hasta hoy es que la estupidez no sólo no ha mermado su fuerza en el mundo, sino que, en ocasiones, parece que se convierte en una de las estrategias políticas más efectivas. Y no sólo eso, a menudo, cuando se contempla el discurso de algunos dirigentes públicos da la sensación de que la estupidez se ha adoptado como una fórmula eficaz de comunicación ante la sociedad. Es una degeneración llamativa: en el momento de la historia en el que la sociedad puede disponer de más información de todo cuanto ocurre, algunos gobiernos tienden a considerarla más ignorante, más inmadura. Lo de estos días, por ejemplo, cuando, ante las protestas que han surgido por la inminente subida de los impuestos, el PSOE ha anunciado una gran campaña «pedagógica» para explicar la medida. Reparemos en esa expresión: El gobierno anuncia que va a subir los impuestos y el personal, que sabe muy bien de lo que se está hablando y que conoce perfectamente cómo se despilfarran los fondos públicos, se cabrea, harto de que le expriman los bolsillos siempre a los mismos. Es decir, se sabe perfectamente qué supone subir los impuestos y, en consecuencia, se es plenamente consciente de por qué se quiere rechazar esa medida.

¿Pedagogía de impuestos? No oiga, que el problema no es de entendimiento: ‘Sé lo que propone y no quiero’. Pero nada, el Gobierno, erre que erre, que no, que hay que explicarlo, que es como decir, siéntate un instante, que voy a engañarte. Como Griñán ayer o el otro día la vicepresidenta Salgado, ‘se van a subir los impuestos de los trabajadores, pero es por su bien’. Paternalismo para estúpidos, se diría.

Angela Merkel, la canciller alemana, cuyo gobierno también se volcó en ayudas multimillonarias a las entidades financieras y a las empresas para salir de la crisis, ha elegido el camino contrario: para impulsar la salida de la crisis, que en Alemania ya es una realidad, ha anunciado una bajada de impuestos de renta, sociedades y sucesiones. Y aún matiza que su propósito es «aliviar las cargas fiscales, especialmente para los ingresos bajos y medios». ¿Qué pedagogía política puede resolver la contradicción de que una dirigente política de derechas considere que para salir de la crisis hace falta bajar los impuestos a las clases más desfavorecidas y que un dirigente político de izquierda afirme que lo mejor para los trabajadores es que le suban los impuestos?

Debe ser cosa de la estupidez, sí. Que es infinita, como decía Einstein. Como el pensamiento de esa chica que se fue a la cama con tormentas de infinito. Aunque para el infinito hay metáforas más reconfortantes, menos inquietantes. Como la inmensidad del pozo de unos ojos negros o el vertiginoso abismo de unas caderas.

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