Voces
Al ministro de Justicia le han preguntado en una entrevista que cómo se relaja y ha confesado que lo que más le tranquiliza es “recitar a voz en grito a Miguel Hernández”. De las cosas que se han dicho últimamente en España, ésta del ministro Mariano Fernández Bermejo, el abrupto fiscal madrileño, es de las que mejor definen el estado de la nación. O por lo menos es una metáfora perfecta de este personal. Talante. Antes que grandes debates parlamentarios, antes que los mítines que se nos vienen encima, esta frase del ministro que se emparenta bien con la jueza decana de Málaga, la que piensa que «la cárcel es una jaula donde se esconde a los ciudadanos que nos molestan a las clases medias de la sociedad».
“Tengo otros métodos, pero éste es el mejor. Me hace salir a mí mismo de forma que me encuentro después muy relajado”, añadió luego el ministro, acaso para que nadie piense que se trata de algo casual; para dejar claro que es una elección consciente. Nada de masajes musculares o una cabezada furtiva en el despacho como terapia de relajación, que será para ver a los ujieres rondando y cuchicheando por los pasillos mientras el ministro se relaja a voces. Que todo el mundo se quede con la imagen grabada del ministro recitando a gritos a Miguel Hernández en el despacho oficial. “Crepita el alma, la ira./ El llanto relampaguea./ ¿Para qué quiero la luz/ si tropiezo con las tinieblas”
Este ministro, que ha hecho de su biografía oficial una reivindicación de lo que nunca fue, un canto al odio reseco de la Guerra Civil, no recita a Miguel Hernández, sino que lo vocifera, y habría que decirle, como salido de la boca de Fernando de los Ríos, que la poesía debe provocar sentimiento, no resentimiento. “Seamos sentidos, no resentidos, como exige el principio de la libertad”.
Miguel Hernández a voces, salivazos de poesía. Es muy gráfico porque no se recuerda al poeta, sino al fetiche progre, hecho de pinceladas de hipocresía, de desprecio al otro. Vómitos de rencor como ideología, escudos del poder. Esa asfixia, ese absurdo, es una constante en la historia de España y en este tiempo de campaña electoral habremos de asistir, de nuevo, a la invocación eterna de las dos españas, conmigo o contra mí. Tiempo de resentimiento. Invoca el ministro el aura idealizada de la Segunda República sin reparar que a aquella estrella la mató el rencor, su rencor. Que repase a Miguel Hernández. Sin gritos ni tempestades. “Pasiones como clarines,/ coplas, trompas que aconsejan/ devorarse ser a ser,/ destruirse, piedra a piedra”.
Al ministro de Justicia le han preguntado por sus momentos de tensión en el despacho y ha dicho que se relaja recitando a Miguel Hernández “a voz en grito”. Pobre niño, si el ministro tuviera que cantarle las nanas de la cebolla.
“Tengo otros métodos, pero éste es el mejor. Me hace salir a mí mismo de forma que me encuentro después muy relajado”, añadió luego el ministro, acaso para que nadie piense que se trata de algo casual; para dejar claro que es una elección consciente. Nada de masajes musculares o una cabezada furtiva en el despacho como terapia de relajación, que será para ver a los ujieres rondando y cuchicheando por los pasillos mientras el ministro se relaja a voces. Que todo el mundo se quede con la imagen grabada del ministro recitando a gritos a Miguel Hernández en el despacho oficial. “Crepita el alma, la ira./ El llanto relampaguea./ ¿Para qué quiero la luz/ si tropiezo con las tinieblas”
Este ministro, que ha hecho de su biografía oficial una reivindicación de lo que nunca fue, un canto al odio reseco de la Guerra Civil, no recita a Miguel Hernández, sino que lo vocifera, y habría que decirle, como salido de la boca de Fernando de los Ríos, que la poesía debe provocar sentimiento, no resentimiento. “Seamos sentidos, no resentidos, como exige el principio de la libertad”.
Miguel Hernández a voces, salivazos de poesía. Es muy gráfico porque no se recuerda al poeta, sino al fetiche progre, hecho de pinceladas de hipocresía, de desprecio al otro. Vómitos de rencor como ideología, escudos del poder. Esa asfixia, ese absurdo, es una constante en la historia de España y en este tiempo de campaña electoral habremos de asistir, de nuevo, a la invocación eterna de las dos españas, conmigo o contra mí. Tiempo de resentimiento. Invoca el ministro el aura idealizada de la Segunda República sin reparar que a aquella estrella la mató el rencor, su rencor. Que repase a Miguel Hernández. Sin gritos ni tempestades. “Pasiones como clarines,/ coplas, trompas que aconsejan/ devorarse ser a ser,/ destruirse, piedra a piedra”.
Al ministro de Justicia le han preguntado por sus momentos de tensión en el despacho y ha dicho que se relaja recitando a Miguel Hernández “a voz en grito”. Pobre niño, si el ministro tuviera que cantarle las nanas de la cebolla.
2 Comments:
Bienvenido, se te echaba de menos.
Tendrías que escribir si queda en España gente que no le guste el grito, y sí el susurro.
No quiero imaginar el tener que volver a llorar otra vez con la Elegía que en vez de a Ramón Sijé se la lloremos a España. A eso nos pueden conducir todos estos que tanto gritan y tan poco dicen.
Las nanas de la qué? Coño, Caraba, ya era de que volvieses, leches, que vacacionas como los ricos aunque curres en agosto. Este tío voceará los vientos del pueblo y el cancionero de la guerra, o sea, el Miguel Hernández menos favorecido, el devorado por el encono de las trincheras. Qué bonito país se está poniendo, entre unos y otros, nos va a pasar a algunos como a José María Osuna o a Raimon Carrasco Formiguera: nos van a condenar a muerte en los dos bandos. Saludos desde el Retiro.
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