Ubicuo Blas
La memoria de un muerto siempre tiende a la ubicuidad. Los recuerdos que se archivan en cada uno son visiones parciales de la vida de quien se fue y, cuando pasan los años, al recordarlo cada cual hará un retrato de su propia experiencia, tamizada por el olvido, sesgada por los rencores, avivada por las emociones, mutilada por las ausencias. Cuando el muerto es un personaje histórico, la síntesis se complica todavía más por la tendencia antigua del hombre de reconstruir el pasado de acuerdo a sus propios intereses y, sobre todo, por la inclinación persistente de encasillarlo todo en cuadrículas elementales, bueno o malo, blanco o negro, de los nuestros o de los otros. El resultado inevitable es que la memoria del personaje en cuestión acaba dividiéndose, fragmentándose, de forma que será imposible reconocerlo porque todas las versiones que se ofrecen se han deformado.
Con Blas Infante está ocurriendo exactamente eso, cada año que pasa es probable que nos alejemos más de la realidad del personaje y que, en su lugar, se jibarice el legado en forma de fetiches variados y, a veces, contradictorios entre sí. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que la misma persona, el mismo Blas Infante, pueda ser reivindicado a la vez por gente tan dispar como socialistas y conservadores, comunistas y andalucistas, radicales y liberales, andalucistas y españolistas? Con la renuncia de un solo acto de homenaje a Blas Infante, en el aniversario de su fusilamiento, que se ha cumplido esta noche, el recuerdo de su memoria se ha multiplicado y cada cual lo presenta como parte de su propia ideología. Según unos, fue un andalucista moderado, integrador. Otros lo presentan, por el contrario, como un nacionalista radical, islamista, un idealista utópico de Al Andalus. Hay quien lo presenta como un mártir de la República, un luchador incansable, un precursor de las autonomías, y hay quien sólo lo considera un buen hombre, con un débil legado intelectual, que ascendió a los anales de la historia por el vil asesinato de un grupo de fascistas desalmados.
Es muy probable, por todo ello, que si Blas Infante viviera no se reconocería en ninguno de los actos de homenaje que se celebran en su nombre, cada madrugada del diez de agosto. Si Blas Infante viviera, acaso no se reconocería incluso en esta autonomía que lo ha colocado en el frontispicio de su estatuto, con el título pomposo de ‘padre de la patria andaluza’, sencillamente porque los tiempos ya son otros y el mensaje que más se puede adecuar hoy a este mundo de globalización era su idea de andaluces universales, que no se encasillan, que contemplan a los demás con el orgullo de su profunda historia y el respeto de reconocer que la riqueza del hombre está en la diversidad. «Hombres de luz que a los hombres, alma de hombres les dimos». En la ubicuidad de la memoria de Blas Infante, para huir del interés sesgado del oportunismo político, para escapar de los fetiches hueros, el alma, esa que se construye con humanidad, humildad, respeto y sacrificio, debería ser la única reivindicación de un hombre que murió fusilado por el fanatismo.
Etiquetas: Andalucía
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