Patapalo
De cómo me encontré con Diego de Alvear, se contará al final. Entre otras cosas, para no restarle protagonismo a este personaje fascinante de la historia de España. Y de eso, de olvidar a los suyos, ya se encarga bien este país. Por eso, fijemos el foco en el personaje: el almirante Diego de Alvear, aquel que el cinco de octubre de 1804 respiraba en la cubierta de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes el aire cercano de la costa andaluza rodeado de sus hijos, de sus ocho hijos, y de su mujer, y junto a ellos toda la fortuna que había logrado reunir en las Américas, en el río de la Plata. Ya respiraba, sí, el aire de Cádiz cuando le salió al paso, a la altura del Algarve, una flotilla de guerra de la armada británica. Los dos países, España e Inglaterra, no tenían contiendas pendientes, gozaban de un tiempo de paz, por eso el almirante se sorprendió de la maniobra bélica que les interceptó. Para explicarles a los soldados ingleses que nada malo podían temer, para hablarles de paz, que estaban cansados, ansiosos por llegar, el almirante se dirigió al buque insignia, el Medea; iba con uno de sus hijos, ‘tranquilo, muchacho, verás qué pronto se aclara todo’, le diría mientras su mujer, rodeada de sus otros hijos, lo veía alejarse desde la cubierta de la fragata. Iba en son de paz, pero los cañonazos de intimidación de la flotilla inglesa no se detenían, salpicaban el entorno de la fragata española para que se mantuviera anclada. Llegó el almirante Alvear a la nave inglesa y, antes de poder decir nada, uno de aquellos cañonazos intimidatorios se desvió y alcanzó de lleno al buque en el que estaba su mujer, sus hijos, su fortuna, su vida, sus esperanzas, sus sueños. Todo aquello se hundió mientras el almirante contemplaba impotente la tragedia desde el barco inglés. Murieron 249 personas y aquella fragata cargada de oro y de plata se hundió en el Cabo de Santa María. Diego de Alvear fue hecho prisionero y, era tan evidente la barbarie cometida, que el Gobierno inglés se comprometió a devolverle al almirante la fortuna perdida.
Es en ese punto donde la historia de Diego de Alvear donde su tragedia se ha cruzado con la actualidad de estos días. Porque charlábamos en una sobremesa de los recortes que se quieren hacer en la administración pública, los planes de ahorro sucesivos que se van anunciando, hasta que un amigo irrumpió en la retahíla de promesas con el comentario que le hizo un marinero a Diego de Alvear cuando los ingleses le prometieron resarcirlo de su desgracia. ”Mi almirante, antes me crece a mí de nuevo una pierna en esta pata de palo que esperar nada de los ingleses”, le espetó. “Con todo este fru-frú de reformas y de ahorro –aclaró mi amigo-, yo digo lo mismo: Crecerá antes una pata de palo que un recorte de verdad de la burocracia política española”.
[Dos meses después del trágico suceso de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, España entró en guerra con Inglaterra. Fue la guerra que acabó, en 1805, en una tragedia mayor, que marcaría la historia de España, la batalla de Trafalgar. Como escribe Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales, en la batalla de Trafalgar “todo se perdió como un tesoro que cae el fondo del mar (…) tan cruel ante la fortuna como ante la desdicha”. Los restos y la inmensa fortuna de la fragata de Diego de Alvear fueron recientemente encontrados y expoliados por la empresa británica cazatesoros Odyssey. El expolio, que llegó a los tribunales, aún está pendiente de una resolución definitiva. Quizá algún día, podamos contemplar en un museo español la fortuna de aquella fragata y recordar en una película o en un libro la historia increíble de Diego de Alvear]
Etiquetas: Memoria Histórica, Política, Varios
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