Rodeados
Una cena de amigos, una velada que se adentra en la madrugada y una conclusión que deja pensativos a todos, como cuando nos ahogamos en pensamientos de infinito al contemplar el universo de una noche de estrellas. Así como miramos el firmamento estos días de verano y nos sentimos pequeños, diminutos, insignificantes, alguien ha dicho esta noche que la crisis no es una, ni está cerca o lejos, es una sucesión de círculos concéntricos que determinan, cada uno de ellos, un episodio de la crisis; desde los últimos que divisamos torpemente porque recorren el mundo como una aureola de problemas hasta los círculos que se pintan en el suelo que pisamos, como un redondel de tiza en el asfalto, y nos atañe a cada uno de nosotros porque determina nuestro lugar en la crisis.
La primera mirada siempre es la más lejana, la que nos lleva a preguntarnos, como hace unos días, qué mundo nuevo se está alumbrando con la caída, progresiva, del sistema que hemos conocido en los últimos decenios, el declive del imperio americano y la crisis del modelo capitalista que ha gobernado el mundo hasta ahora. Luego de repasar las convulsiones financieras de los mercados, el vértigo de quiebra de tantos países y el predominio soterrado y efectivo de la economía china, la agitación se detiene en un segundo círculo de crisis, la que azota a los países islámicos, esa revuelta de polvo y de hambre, como ahora en Libia. Primavera árabe se ha llamado y son muchos los que atisban en ella el síndrome de la primavera de Praga, un final de involución por el triunfo postrero del fundamentalismo islámico. El próximo círculo comienza en la otra orilla del Mediterráneo, la Europa que bosteza, que se mueve como un elefante pesado, el continente que hace tanto tiempo que ha dejado de ser el centro del mundo y que ya hasta le cuesta recodar su propia historia. La Europa que avanza con los ojos vendados, a trompicones de los acontecimientos.
Los círculos concéntricos, como si las ondas del agua invirtieran el sentido de su movimiento, se van haciendo más pequeños y se ciñen ahora a España, este país de sobresaltos y cainismo, con el norte perdido de su modelo económico. Este es el cuarto círculo concéntrico, la crisis propia de España, la desestructuración de la economía de un país. Lo siguiente es Andalucía, el próximo círculo que se dibuja se establece aquí donde estamos, porque también Andalucía presenta peculiaridades propias en la crisis, problemas sólo nuestros, particularidades que ni siquiera tienen que ver con la crisis de España, aunque en un juego de círculos concéntricos, todos los problemas se comparten, fluyen hacia arriba y hacia abajo. Andalucía, una región que en treinta años de autonomía, bañada en ayudas multimillonarias de la Unión Europea, no ha sabido salir de los últimos puestos de todas las estadísticas. Los últimos círculos, los más cercanos, se detendrán en la provincia, tanta industria desmantelada, tantos campos olvidados, tantos polígonos destartalados, y llegarán finalmente hasta ti; éste es el último de los círculos concéntricos. Van cambiando en cada casa, en cada puerta, con matices personales que rompen la generalidad, porque nadie más que tú conoce tu lugar en esta crisis. Una tertulia de verano, una noche que planteó la crisis como una sucesión de círculos concéntricos. Y como cuando miramos el cielo de una noche de verano, al final no hay respuestas.
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