El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

09 junio 2010

Los espejos rotos



No había piquetes por las calles, ni ministros acorralados entre el coche oficial y la puerta de algún palacio institucional. No había sindicalistas crispados en las televisiones ni sobresaltos de dimisiones sobre la mesa del gobierno. No había colapsos en las urgencias de los hospitales ni protestas de madres en la puerta de los colegios vacíos. No había universitarias tendidas en el césped ni jueces de traje y corbata y la toga recogida en el brazo. Lo que había por todas partes era un cabreo sordo. La huelga fue arrolladora porque fue distinta: nunca antes la protesta se había llevado por delante a los sindicatos y al gobierno. Eso, en buena medida, es lo que ocurrió ayer.

Se ha roto la lógica política y social con la que analizábamos las huelgas anteriores porque esta vez el descrédito y la desconfianza eran los piquetes que irrumpían en la barra de los bares y en los mercados, en las tertulias de radio y en los foros de internautas. En las principales páginas de información en internet, las noticias más leídas nada tenían que ver con la huelga; el morbo de la relación de la princesa Letizia con Isabel Sartorius, la intriga del actor porno que se despeñó por un acantilado o la llegada del nuevo iphone a España. Si la huelga de ayer era un test, el resultado fue el hartazgo. Ni siquiera el ritual de las cifras disparatadas, un once por ciento de seguimiento de la huelga según el gobierno, un setenta y cinco por ciento según los sindicatos, levanta ya otra sensación que la cansina repetición de una comedia en la que cada cual interpreta su papel.

Se han roto los esquemas como si se hubieran roto los espejos, ya deformados, en los que antes se reflejaba el cabreo del personal. Porque nadie que le haya puestos oídos y ojos a la calle podrá decir que en el éxito o el fracaso de la huelga se podía medir la aceptación o el rechazo de las medidas del gobierno contra la crisis. Lo que sabíamos antes de la huelga, lo que respirábamos antes de la huelga, sigue intacto, y el descrédito de quienes iban cantando hace dos días el bolero de los brotes verdes no tiene remedio ni medida. Las razones del escaso seguimiento de la huelga de funcionarios no se pueden encontrar en la satisfacción de los guardias civiles con su salario y con el miserable ajuste de medios al que se los somete. Tampoco en la alegría de los profesores con este sistema educativo que hace aguas de fracaso. Ni en la sanidad ni en la justicia. Ni en los funcionarios mileuristas que, después de aprobar unas oposiciones, contemplan cómo crece a su alrededor un ejército de contratados a dedo.

Se ha roto la lógica de huelgas anteriores, y quizá los sindicatos deberían comprender que cuando se convierten en correas de transmisión de los partidos políticos, siempre del mismo partido político, dejan de servir de correa de transmisión del malestar de los ciudadanos; que ya sólo sirven de correa de transmisión de sus propios liberados sindicales, que son los que llenan las manifestaciones con sus banderitas de colores. Y quizá el Partido Socialista debería saber que si antes el fracaso de la convocatoria de una huelga suponía un balón de oxígeno para el Gobierno esta vez no tendrá el consuelo de verle el final al descalabro de las encuestas. Porque se han roto los espejos en los que nos mirábamos.

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