El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

23 junio 2010

La fábrica




En el pasillo hay un revuelo de faldas y pantalones caídos que van y vienen arrastrando los pies por las baldosas grises del instituto. Tanto como el sabor de un helado de vainilla o el olor furtivo de una dama de noche, podemos adivinar con los ojos cerrados que estamos en un instituto. Con el olfato y el oído, porque este revuelvo adolescente es distinto a cualquier otro y, además, está grabado en el subconsciente de cada uno de nosotros. Si la adolescencia tuviera un olor, si la tuviéramos que asociar con un sonido, sería este zumbido de los pasillos de un instituto y este olor de hormonas hirviendo, rompiendo a borbotones en la piel. Hace calor, ellas estrenan escotes y ellos se asoman embobados al precipicio. Acaban de dar las notas. «¿Cuántas te han quedado?» «¿A mí? Cuatro. Pero me la pela. ¿Vienes a bañarte?»

En el pasillo, los alumnos hacen corro, cuchichean, se empujan o se abrazan, mientras los padres, alineados, guardan cola para hablar con el tutor del bachillerato. Antes, el director les ha explicado a todos que, en el fondo, el instituto es como una fábrica y que hoy, en este día de final de curso, con las notas se reconoce el mérito y el trabajo de quienes han brillado más. Por desgracia, son pocos los que brillan. Sobrecogedoramente pocos. Lo sabe el director, lo saben los profesores, lo saben los padres. En esta fábrica, lo que se produce, sobre todo, es fracaso escolar.

En este instituto, como en los demás institutos de Andalucía y de España, el curso ha sido una sucesión de desastres diarios. Clases ingobernables en las que sólo un diez o un veinte por ciento de los alumnos atendía al profesor mientras que el resto silbaba, cantaba, reía, chillaba… Esta fábrica no funciona, no. Si la estrategia era el igualitarismo, bajar el nivel educativo para ampliar el número de aprobados, ya vemos que no ha resultado: La reducción progresiva del nivel de exigencia en los estudios medios no se ha acompañado de un descenso equivalente del fracaso escolar. La calamidad es una cadena: El 30 por ciento repite curso en la enseñanza media; el 35 por ciento no acaba el segundo de la enseñanza obligatoria; el 48 por ciento no supera el bachiller y el 50 por ciento fracasa en la universidad.

Pero lo peor no son esas cifras; lo peor, como se afirma, es que sólo el dos por ciento del fracaso escolar se produce por motivos intelectuales. La mayoría del fracaso escolar se debe a un coctel mental explosivo: desgana, desmotivación, indisciplina, falta de esfuerzo. Pero si no son problemas intelectuales los que provocan el fracaso escolar, ¿de qué sirve reducir progresivamente el nivel de contenidos? Y, sobre todo, si ése no es el problema, que son otros, qué ocurre, cuál es el resultado de persistir en una política equivocada..

Las aulas ya están vacías. Relucen los piercing y se empapan en sudor los tatuajes chinos. «¿Cuántas te han quedado?» «Cinco, pero me la suda. ¿Te has traído la moto?»

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