El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

13 julio 2010

El regreso



Para bajar de la euforia sólo existe un camino escarpado. No hay más alternativas. Y puesto que la felicidad es un sentimiento pasajero, que nadie puede quedarse a vivir en una nube de pasión, todo el mundo recorre apesadumbrado el sendero que conduce de la euforia a la rutina. Al principio, cuando comienza el descenso, todavía se oyen los gritos y los cánticos de la euforia pasada. Retumban en la cabeza con la persistencia de un eco interno, atrapados en una resaca de besos y de alcohol, de lágrimas y de risas. Está tan embotada la cabeza en ese primer instante que nada de lo que ocurre alrededor puede captar nuestra atención. Aunque quizá no sea el ruido, quizá sea un acto reflejo de la naturaleza humana, una reacción de aislamiento inducida por el propio organismo. Como sabemos que el placer ya ha pasado, que la fiesta se ha acabado, estiramos con pensamientos repetidos aquellos instantes que nos hicieron felices. La cabeza no deja de darle vueltas a los mismos momentos, que ya no están, que se esfumaron, queriendo recrear y atrapar la euforia que se ha dejado atrás. Y así se nos ve descendiendo por el camino escarpado que conduce a la normalidad, embobados y felices. Envueltos en una ensoñación, en una letanía, «yo soy español, español, español…».

El primer sobresalto del descenso llega con la enésima comprobación de que entre la alegría y la pena, entre la fiesta y la tragedia, sólo existe una raya tan delgada como un hilo. Descubrimos espantados que junto a la euforia hay siempre un abismo, un precipicio, una amenaza. Otros tipos que, como nosotros, estaban celebrando la fiesta y acabaron en el tanatorio, en el hospital o en la comisaría. Aquel hombre que, en Algeciras, se salió al balcón a celebrar la victoria de la selección española, a gritarle al viento su inmensa satisfacción, y se precipitó al vacío por un traspiés. Falleció al instante, sin que se interrumpiera el grito que estalló con un gol y se transformó en un alarido mortal. O la pandilla de jóvenes borrachos que convirtió en una batalla campal, a botellazos, la celebración de cincuenta mil personas en Granada. Luego oímos que, en el minuto final del partido de fútbol, mientras el estadio de Sudáfrica estallaba en confetis y fuegos artificiales, unos terroristas islámicos hacían estallar un coche bomba en Uganda, con casi un centenar de muertos. Surgen las noticias alrededor para ratificar que, al igual que ocurre con la libertad, mi felicidad termina donde empieza tu desgracia.

Con el ruido de matraca de las protestas por el Estatut de Cataluña y la propaganda reciclable de la ‘caja única’ y otras filfas imparables de Andalucía, comprobamos que hemos llegado al final del camino escarpado. ¿Aquella euforia de triunfo, de España, era sólo una ilusión? ¿Quedará algo de todo esto, alguna experiencia, alguna lección? No lo sé. Para explicar lo posible y lo imposible, Aristóteles recurrió a lo elemental: en el caso de que sea posible algo, también lo será su contrario. Pero añadía una frase: «Asimismo, si lo más difícil es posible, también lo es lo más fácil». Quedémonos con la evidencia de haber logrado algo que parecía imposible para no olvidar que lo más fácil también se puede alcanzar. Y lo más fácil será recordar que la receta del triunfo siempre es la misma, excelencia, humildad, esfuerzo y unidad. Quedémonos con la certeza de haber logrado lo que parecía imposible para saber que España es posible.

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1 Comments:

At 13 julio, 2010 19:28, Blogger Panduro said...

Bueno, también queda el mal rato que están pasando Carod, Anasagasti y compañía.

No está mal, no.

 

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