La pereza
Pocos pueblos han tenido tan mala suerte con los tópicos como el pueblo andaluz y muy pocos pueblos han trabajado tan esforzadamente como el pueblo andaluz para perpetuar esos tópicos por los que se desangra. ¿Cuántos ofician de graciosos aquí? ¿Cuántos se divierten haciendo reír a los de fuera con una pose forzada de cateto? La sociedad andaluza, desde luego, evoluciona, cambia, y nada tienen que ver los andaluces de hoy con los que retrataban los escritores románticos hace cien años o con los que fustigaba Ortega, hace cincuenta años. Salvo algo que permanece igual, el espécimen del andaluz del tópico que atraviesa generaciones. Si no lo han visto aún, les recomiendo que busquen en Internet los vídeos de dos actores sevillanos, Mundo Ficción, porque ahí encontrarán la demostración divertida, caricaturesca, de esa imperturbabilidad. Los sevillanos, como los gaditanos o los malagueños, como los andaluces en general, están encantados de que se les identifique con el tópico.
Evoluciona la sociedad, se extingue el analfabetismo y los fondos europeos entierran la Andalucía del señorito del cortijo; aparecen modelos emergentes que provienen del progreso y también de la marginación, pero entre ellos siempre se mantendrá invariable un gracioso profesional, retratos precisos de sus padres y de sus abuelos. ‘Niño, dale una pataíta al olivo’.
No se agotan ahí los tópicos, en cualquier caso, que los andaluces fomentan a diario. Junto a los anteriores, los andaluces parecen empeñados en recrear todos los días la imagen de su pereza. ¿Por qué Cádiz es la provincia con mayor índice de absentismo laboral? La secuencia es la de siempre, España es el país de Europa con más absentismo laboral; Andalucía es la región de España con más absentismo laboral; y Cádiz es la provincia con mayor absentismo de Andalucía, de España y de Europa. Y siendo esto así, ¿por qué nos hace gracia que se pasee por las teles un tipo gordo, embutido en una camiseta del Cádiz, que presume de no darle un palo al agua? La respuesta, política, sindical y social, tendría que ser la contraria, de rechazo al zángano carnavalero, al obrero que abusa de sus compañeros con bajas injustificadas. Pero no. Será porque, al final, se considera que lo normal, eso que llaman picaresca, es engañar a la empresa.
Como estas dos noticias de ayer. En Granada, decidió abrir un negocio, un bar, y contratar a una persona. Pues bien, de las 82 personas que se interesaron por el puesto de trabajo, 78 de ellas rechazaron la oferta porque preferían seguir cobrando las ayudas al desempleo a tener que darse de alta en la seguridad social. La situación produce frases surrealistas: «No trabajo porque entonces pierdo el paro». Reflexionen sobre esa contradicción. Pero no ocurre sólo en Granada. En Huelva, hace meses que se ofrecieron 2.582 puestos a los 13.500 desempleados que hay en la provincia. ¿La crisis más grave de los últimos tiempos? ¿Las cifras de paro más altas de Europa? Pues bien, sólo mil quinientas personas se han ofrecido para trabajar; el resto, doce mil, personas, sigue la lógica de Granada, «si trabajo, pierdo el paro».
Después de visitar Andalucía a principios del siglo XX, W. Somerset Maugham escribió que la opinión pública universal etiqueta a los pueblos con un epíteto, como un veredicto lapidario. El francés voluble, el alemán tozudo, el orgullo español o el flemático inglés. «Los habitantes de Andalucía son tan felices de este modo que desconocen el aburrimiento, satisfechos de poder quedarse al sol durante horas y horas sin conversar, pensar ni leer. Jamás de cansan de holgazanear».
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