El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

01 junio 2012

Calor africano


Me da miedo este calor africano que se ha echado sobre las ciudades como una manta de pelo gris. Asusta cuando se sale a la calle y el aire, espeso y caliente, presiona tanto la cabeza que parece que las venas se inflaman con sangre ardiente, se hinchan y  golpean las sienes con el martilleo constante de los latidos del corazón. El sudor hace surcos en las mejillas, desciende como un río de lava salada desde las patillas hasta el cuello; toda la piel se empapa con ese sudor y no habrá sombra que lo mitigue, ni de día ni de noche llegará el descanso. Dicen que ha llegado una ola de calor africano y a mí me da miedo porque hasta el cielo parece haberse quemado, ha dejado el azul primaveral y ahora aparece gris, achicharrado.

Me da miedo, sí, este calor africano porque anda el personal tan presionado por todo, con los sentimientos acorralados en un rincón del alma, los ánimos tan afilados, que sólo hace falta un desequilibrio externo como este bochorno para que todos explotemos, rendidos, hastiados, quemados. En la vida tenemos aprendido que, cada día, nos exponemos al azar de un tropiezo en la acera, una llamada de teléfono inesperada, un pinchazo en la carretera que puede cambiarte el resto de la existencia. De la misma forma, en una situación tan tensa como ésta, sólo falta un chasquido, una chispa, para que todo se incendie.

Aquellos, cientos, miles, que se levantan pendientes de las listas de despidos de su empresa; aquellos, cientos, miles,  que abren con cuidado el extracto del banco porque saben que su cuenta seca no llega a fin de mes; aquellos, cientos, miles, que viven pendientes de una orden de desahucio, de una mañana sin agua en la cocina ni electricidad en el salón porque le han cortado el suministro. Aquellos, cientos, miles, que suben el volumen del televisor cuando llegan noticias de Grecia con la oleada de suicidios que  ya se ha extendido por todo el país. Un músico arruinado que se arroja al vacío desde el balcón, abrazado a su padre; un hombre que se encierra en el coche con sus hijos y lo incendia; un joven que se dispara en la garganta; una madre enferma de Alzheimer que sonríe en el filo del balcón antes de saltar cogida de la mano de su hijo. Y siempre, una nota desesperada, dictada con la lucidez que sólo puede atribuírsele a los suicidios de la crisis. «En mi vida sólo he trabajado todo el día. Ahora soy un idiota de 61 años y tengo que pagar. Espero que mis nietos no nazcan en Grecia, ya que no habrá griegos a partir de ahora. Dejemos que aprendan otro idioma, porque el griego será borrado del mapa a no ser que haya un político con el valor de la Thatcher para ponernos firmes a nosotros y al Estado».

Me da miedo este calor africano que se ha echado sobre la ciudades, que ha dejado los cielos grises y la boca seca. Que los ánimos se exaltan, los nervios se rompen, la paciencia estalla en un grito de protesta definitivo, un alarido: Qué mal hemos hecho para enfangarnos en esta penuria.    

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28 mayo 2012

Muy triste, pero...



No importa quién esté delante. No importa el lugar del encuentro ni importa tampoco el momento del día o el motivo de la conversación. Nada importa porque estés donde estés, estés con quien estés, en algún momento alguien pronunciará la frase que redondeará la grima y el desconcierto; las palabras que hacen homogéneo el desencanto y la incertidumbre por lo que pueda venir. Pueden ser médicos o abogados, guardias civiles o profesores de bachiller. Desempleados, científicos, periodistas, camareros, empresarios, rentistas o jubilados. No importa quién porque la conversación siempre comenzará con un esbozo general, acaso una pregunta indagatoria a la persona que está enfrente. “¿Y usted cómo lo ve?”

No hará falta siquiera que nadie delimite el campo de la conversación porque existe un sobreentendido generalizado, que se ha extendido por todos los rincones: la crisis, qué va a ser si no. Y nada más formular la pregunta, se iniciará una cadena de asentimientos para remarcar que todos comparten la misma preocupación y el mismo diagnóstico, sea cual sea el punto de observación, una escuela, un hospital, un restaurante, un juzgado o una siderurgia. Y dirán, y diremos, que en este país hemos vivido tan por encima de nuestras posibilidades que hasta vértigo nos produce ahora mirar para atrás, tan sólo unos años más atrás, y observarnos en la complacencia boba en la que nos habíamos instalado. Un sector profesional, cualquier sector profesional, todos los sectores, sea cual fuera su peculiaridad, ha acabado engullido por una crisis que no era suya, que no pertenecía a su realidad de entonces, que no se correspondía con sus posibilidades de futuro, pero ya no parece haber salida; no era la crisis de nadie en particular pero ahora es la crisis de todos porque esta crisis nos ha arrastrado a todos, ha arrasado con todo.

Vendrá luego un elemento común denominador, la culpa. Y sabemos de quién es la culpa, o eso diremos, o en ese punto exacto asentiremos de nuevo en la conversación. Banqueros, políticos, auditores, especuladores avarientos de los mercados financieros. Elites de privilegios y de poder, castas endogámicas, ajenas a la realidad de la calle. En ese magma inalcanzable encontraremos la conexión y el epicentro de estos males de ahora, el primer soplo de este torbellino que quiere tragarse una civilización, un imperio, una forma de vida, una época de esplendor. El origen de todo lo proyectamos ahí, se proyecta ahí, en esas alturas tantas veces etéreas, en ese universo que no es sino una proyección de otras limitaciones, de otros excesos compartidos, de la ceguera de todos. La conspiración, el poder, los secretos escondidos, las grandes fortunas amasadas.

Nada importa porque estés donde estés, estés con quien estés, en algún momento alguien pronunciará la frase que hace homogénea la multiplicidad del desencanto. Es la frase con la que se cierra toda conversación: “Es muy triste, pero es así”. Es la frase que resume la penuria de la Educación, el colapso de la Justicia, la ruina de  la construcción, la parálisis de los restaurantes, la tiesura de los periódicos, la hartura de los funcionarios, la asfixia de la Sanidad, la raquítica realidad de la investigación, el horizonte incierto de la juventud. “Es muy triste, pero es así”. Y con el amargor resignado de ese final, buscaremos en otra cara el bucle eterno de esta desazón.

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18 mayo 2012

Línea roja


Sé del insomnio por Lidia, que la otra noche se despertó sobresaltada con una pesadilla que nada tenía que ver con mundos oníricos: soñó que era ella a la única a la que despedían en su empresa. Lidia es periodista y en su periódico le han comunicado a los trabajadores que en breve ejecutarán un Expediente de Regulación de Empleo que afectará a gran parte de la plantilla. Lidia soñó con una llamada a primera hora, una visita al despacho de un señor gris que, después de bajarse las gafas para mirarla, extrajo de un fichero una carta con su nombre: estaba despedida. Era ella la única despedida de toda la empresa, y se veía abandonando la redacción, sola entre sus compañeros, sola ante sí misma. Sola. Miró a su marido dormido, a su lado, y se levantó para abrir la puerta del cuarto de sus dos niñas pequeñas. Ahí encontró el consuelo en las horas que todavía tardó la noche en diluirse con los primeros rayos de sol de la mañana.

Sé de la desesperación por Fernando, que no ha llegado todavía a cumplir los 35 y ahora, cuando mira para atrás, piensa que todo en su vida ha estado equivocado. Su matrimonio no funcionó y su trabajo, el periodismo, se está desmoronando. Y dice Fernando que sin amor y sin trabajo, de qué ilusiones vive el hombre. También él trabaja en un periódico, de los muchos que hay en España con planes de regulación de empleo, y piensa que él será uno de los primeros en abandonar la redacción. Cada día, cuando llega a la redacción, se espera que, en la misma puerta, el vigilante o una secretaria lo detenga. “Pasa antes por el despacho”, y será entonces cuando le entreguen la carta de despido. Los problemas cotidianos, que se amontonan en la mente, la hipoteca, los plazos del divorcio, el préstamo del coche, la luz, el agua… todo eso, que se viene encima como una cascada de sudor frío, no es nada comparado con el intento baldío de calcular alguna otra parte en la que poder trabajar de periodista. Sencillamente, no existe.

Sé de la ansiedad por Pedro, que es soltero, que no tiene problemas de hipoteca ni cargas que lo angustien, pero no alcanza a verse lejos del entorno en el que ha estado toda su vida. Un habitat, un tipo de vida, un modo de ser, una forma de comportarse. También en su periódico amenazan con despidos, porque no llega la publicidad, porque las ventas caen en picado, porque los empresarios locales que apoyaban la sociedad ya se han retirado, y le angustia verse desgajado, arrancado, de las tres o cuatro referencias vitales a las que consigue asirse cada día para tirar para adelante. La ansiedad ya se le ve en los ojos, se adivina en la forma compulsiva con la que devora la comida, los nervios que se desatan sin explicación en medio de una ronda de cervezas.

Sé de los agravios porque esto que ocurre aquí, en la prensa, es sólo un reflejo de la desproporción, cada vez mayor, entre los trabajadores de empresas públicas y los trabajadores de empresas privadas. Yo no aspiro a que el rasero y la medida de los problemas sea el nivel más bajo, la tajada más pequeña. Pero no dejo de pensar en Lidia, en Fernando, en Pedro, cuando oigo decir al Gobierno andaluz que los empleados públicos nada tienen que temer por la Reforma Laboral y por los despidos. Porque en Canal Sur hay 1.600 trabajadores y son incontables los que ejercen en los gabinetes de prensa de toda la Junta de Andalucía. ¿Tan difícil se hace comprender que, sencillamente, no es posible sostener esa diferencia, que se podría ampliar a cualquier otro sector, a costa de nuevos impuestos y más recortes de inversión? Sacrificios para todos, esa tendría que ser la única línea roja. 

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16 mayo 2012

La nota


Me sobrepasan. Estas noticias que atraviesan la garganta de una punzada, que se clavan en la sien como queriendo horadar la conciencia, me paralizan, no puedo más. Intento seguir la actualidad y prestarle atención a las idas y venidas del discurso político; lucho contra la apatía creciente y combato la repulsa que nace cuando se les observa con cierta distancia y se contempla el ridículo pomposo en el que viven, pero llegan estas noticias y cualquier intento se derrumba, carece de sentido. La vida está ahí, en la calle, está en esas noticias que llegan y te sobrepasan. La ley de la gravedad también existe en la crónica de actualidad, son esas noticias que tiran de los pies y los hacen pisar el suelo miserable de la verdad.

Una bolsa de deportes abandonada en la puerta de una guardería y alguien que se queda observándola mientras echa un cigarrillo apoyado en un árbol de la acera de enfrente o mientras se acerca en su paseo rutinario de cada amanecer. Se queda observando la bolsa porque, mira, mira, hay algo que se mueve en su interior. Debe ser un cachorrito, piensa, y por eso araña con las patas las paredes de tela de la bolsa. O será que con la narizota humedecida de los perritos está olfateándolo todo. Será un cachorro, sí. Y se acerca a curiosear un poco más de cerca la bolsa que se sigue moviendo y, en un gesto decidido, se detiene para descorrer la cremallera de la bolsa. ¿Lo hacemos, tiramos de la cremallera o hablamos de los recortes, de la justificación política mentirosa que le ha dado el Gobierno andaluz  a la quiebra en la que se encuentra buena parte de la gestión andaluza, el estado insostenible de tantas empresas públicas? ¿Detallamos otra vez el despilfarro que se sigue produciendo en multitud de organismos confeccionados sólo para sostener la burocracia política, la estructura clientelar de miles y miles de personas? ¿Nos enojamos de nuevo con la hipocresía de exigir sacrificios con nuevos impuestos y menos salarios a aquellos sobre los que ya recae el mayor esfuerzo?

Ahí está el tipo detenido en la acera, delante de la bolsa abandonada en la puerta de una guardería. Tira hacia debajo de la cremallera y los ojos diminutos de un bebé le provocan un gesto instintivo de miedo, un sobresalto mayúsculo que le lleva a retirarse dos pasos de la bolsa, como si hubiera descubierto una bomba a punto de estallar. Mira a los dos lados de la calle, a ver si alguien lo ha visto, y se acerca de nuevo a la bolsa, para demostrarse a sí mismo que no está equivocado, que es una niña recién nacida lo que hay en la bolsa. «Si fuera un cachorro, estaría feliz; pero me he asustado al comprobar que es un niño», se dice para sí, sin ánimo alguno de explicarse el sentido contradictorio de sus reacciones inconscientes. Ya al final, se decide a sacar la niña de la bolsa. Ya sabe lo que hará, llamará al timbre de la guardería y luego a la policía. Toma a la niña y acuna la cabeza en su hombro. Luego hurga dentro de la bolsa, por si hubiera algo más. ¿Hablamos de ‘las líneas rojas’, del argumentario falso que se ha establecido como consigna en el Gobierno andaluz para que la propaganda nos haga ver que aquí no hay recortes en la sanidad o en la educación? ¿Repasamos de nuevo las carencias en la universidad, en la justicia, que se niegan que se ignoran? ¿Detallamos de nuevo el insoportable desnivel, que existe entre la precariedad de esos servicios y la ostentación de las instituciones autonómicas? 

Con la niña acunada en su hombro, abre la bolsa y descubre en su interior una cuartilla doblada, la nota manuscrita de una mujer: «Cuidenla. No me juzguen. Es lo más duro que he hecho en mi vida».

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11 mayo 2012

Desconexión


En medio del ruido político, la página marcada de un libro viene a resolver el hastío. «Hay bastante metafísica en no pensar en nada». Sí, quizá sea esa la solución, la respuesta adecuada a este ambiente viciado que vuelve a reproducirse en Andalucía como único discurso político. No pensar en nada, desconectarse de la realidad política rampante, vulgar y previsible, que se ha vuelto a imponer aquí, la confrontación política ajena a todo y a todos. Desconectarse de la inercia de debatir naderías y bobadas, aislarse de la inutilidad de analizar discursos hueros, huir de la pompa ridícula de los mediocres, de la estulticia de los bien pagados, de la grosería insultona de los agitadores. Desconectarse, espantar de la mente cualquier intento de reflexión sobre este camino político que ha vuelto a imponerse en Andalucía y que hace pasar por problemas los intereses electorales de una minoría instalada en el poder desde hace tres décadas y que sustituye la ideología por el sectarismo, por la bandería, y que suplanta los problemas reales con un puñado de consignas y crispación.

Desconexión, sí. Porque en lo que no solemos reparar nunca es que para que esa política de ceguera y bronca se haya impuesto en Andalucía ha necesitado de la colaboración de muchos agentes que intervienen desde fuera, desde los medios de comunicación, que la propagan, hasta de decenas de asociaciones profesionales que se prestan de correa de transmisión de los intereses de esa política. La participación de esos agentes, claro, no es tan inocente como aquí se expone, es evidente, porque en su inmensa mayoría también ellos, medios de comunicación y asociaciones, dependen para su supervivencia del papel que desarrollan en la agitación de las consignas. Pero salvado eso, al margen quedan muchas asociaciones, muchos medios de comunicación, muchos profesionales y una gran parte de la sociedad hastiada del círculo vicioso al que nos conducen siempre. Es ahí donde nos encontramos, es esa estrategia de fango la que devalúa las instituciones, las deprecia, y la que conlleva el rechazo por la actividad política. Y ni siquiera admitirán esa grave responsabilidad cuando también aquí, en unas elecciones, los movimientos extremistas, repugnantes filonazis o zumbados de extrema izquierda, irrumpan en esas instituciones.

Confrontación, dicen ahora, otra vez, al unísono, los miembros del nuevo Gobierno andaluz, los sindicatos que los acompañan, las asociaciones que se desparraman por todos los sectores profesionales y los voceros que agigantan sus proclamas. Otra vez el Estatuto, otra vez los agravios de Madrid, otra vez las ofensas inventadas a los andaluces... Hay que alejarse de todo eso, despreciarlo, no participar ni siquiera con la crítica. «No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos y no pensar. Es correr las cortinas de mi ventana (que no tiene cortinas)». Se lo dijo Alberto Caeiro a Fernando Pessoa. Y la luz de ese poema vino a resolver el hastío.

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10 mayo 2012

Corrupción de crisis


La corrupción nunca entra en crisis, pero sí existe una corrupción de la crisis. El corrupto es un ser que se amolda a los tiempos porque su carácter, el carácter de un aprovechado, es, sobre todas las cosas, moldeable, adaptable, chaquetero. Y ahora que corren tiempos de canina, la corrupción, los corruptos que van saliendo en los periódicos a diario, también han cambiado de faz. Si faltaba algún factor que redondeara este tiempo de crisis histórico, quizá sea éste del cambio de modelo de la corrupción. Han entrado en crisis los mercados financieros arrastrados por la crisis primigenia de la construcción. Y luego, en cadena, han ido cayendo todos los demás, se ha desmoronado a nuestro alrededor todos aquellos valores estables que conocíamos, desde la taberna de la esquina o la tienda de ropa del barrio hasta las instituciones y los Estados. Todo se ha devaluado, se ha tambalea sin que nadie sepa en qué acabará, y sólo nos quedaba, quizá, comprobar que también la corrupción ha cambiado de grado. La corrupción de ahora es más cutre, más bajuna, y ese detalle miserable redondea la crisis.

Si nos fijamos, los grandes pelotazos ya han dejado de aparecer en las crónicas de actualidad porque de los manantiales de los que se alimentaban, el despilfarro de las instituciones y el desarrollo urbanístico, ya no brota ni un solo céntimo. Los pelotazos de ahora son invisibles a nuestros ojos, se dan en los mercados financieros, y no pertenecen al género de la corrupción tal como la conocemos. La corrupción de la crisis propiamente dicha la conforma esta serie de noticias que están surgiendo ahora. El Ayuntamiento de la provincia de Jaén en el que han desaparecido 347.000 litros de gasóleo destinados a un generador de agua que nunca llegó a utilizarlos, el concejal que se ha largado de crucero por el Caribe y, desde hace cinco meses, sólo envía al ayuntamiento facturas de su teléfono móvil, el Consorcio de Bomberos de Córdoba que compró por más de 50.000 euros 2.300 litros de espuma contra incendios de los que solo se recibieron 480 litros y de mala calidad, el alto magistrado que se ha pegado la vida padre en Marbella a costa de la institución, los políticos que se niegan a dimitir de una caja de ahorro porque “no les da la gana”… Esa corrupción de baja estofa, de caraduras y sinvergüenzas, es la propia de la crisis; es la que se corresponde con estos tiempos.

En el origen de todo, alguna vez se ha citado aquí aquel caso de corrupción de los albores de la democracia en los que cuatro tipos se repartían el botín de una comisión ilegal en el Campo de Gibraltar. En el coche de vuelta, abrieron el maletín y allí se les grabó la conversación que mantenían: “Hemos trincado dos millones, ¿entre cuatro a cuánto cabemos?”. La corrupción política ha vuelto a esos tiempos de bajuna y cutrerío. Pensándolo bien, ya con el escándalo de los ERE se debió apuntar el cambio de tendencia hacia esta corrupción de bajo nivel, los amigos que se apuntan a las prejubilaciones de empresas en las que nunca trabajaron, las juergas de putas y cocaína con el dinero de los parados, las subvenciones a los familiares, a los amigos, a los fieles. Antes se pegaban pelotazos inmobiliarios, ahora roban gasolina de los almacenes municipales y se falsea una paga para la suegra del alto cargo. Dos millones, entre cuatro, ¿a cuánto cabemos?

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09 mayo 2012

Tontos oficiales


Cuando mi compañero Paco Robles revolucionó el mundo de las cofradías de la Semana Santa de Sevilla con su libro ‘Tontos de Capirote’, para muchos de nosotros, ajenos a ese mundo, lo más inexplicable de todo fue que ese universo, tan celoso de sí mismo, tan meticuloso con las costumbres, tan reacio a las críticas, tan sensible a la menor irreverencia, hubiera aceptado de mil amores aquel retrato mordaz de la sociedad capillita. Pecado de ignorancia, claro, porque si hay algo que puede entenderse de un pueblo como el andaluz, con tres milenios de historia a sus espaldas, es la capacidad de reírse de sí mismo, de trivializarlo todo y de desnudar de pompa la mayor oficialidad con una sonora carcajada. En periodismo, ese estilo ácido, el retrato descarado del poder y de la propia sociedad, supone, antes que un atrevimiento, una línea de crítica que deberíamos fomentar más. Que para lisonjas y adulaciones, ya están los del ejército oficial.

-- ¿Yo adular? ¿Adular es decir la verdad?
-- Cuando la verdad no es amarga, es una adulación manifiesta; corríjase usted ese defecto, y nada de alabar, aunque sea una cosa buena, que ese no es el camino del bolsillo del público. El público de las Batuecas no está ahora para versos. Prosa, prosa mordaz y nada más.

Los tiempos que corren son como aquellos que retrataba Larra en sus artículos de costumbres: tampoco ahora está el personal para muchos versos; con tanta crisis y tantas malas noticias repetidas, con esta angustia de cada día, nos hace falta el respiro de una prosa mordaz, que cruja. A parte de las razones anteriores, el desparpajo como válvula de escape de la tensión social, la prosa mordaz se justifica porque en un paisaje como el actual de tiesura algunos personajes públicos, que ya parecían ridículos antes, adquieren ahora una notoriedad especial. Es como si la estrechez proyectara sobre ellos un foco de atención y se les viera, en su boato, más ridículos de lo que ya parecen normalmente. Ahí es donde entraría una nueva catalogación de tontos oficiales. El tonto del coche oficial, el tonto de la pegatina, el tonto de los abojofirmantes, el tonto del nudo de corbata, el tonto facha, el tonto de los mítines, el tonto de género… Y sobre todos los tontos, el último tonto de la temporada, el tonto del imperativo legal. Aquí debe imponerse un punto y aparte.

El tonto del imperativo legal es una modalidad que se ha extendido en Andalucía con el gobierno de coalición del PSOE e Izquierda Unida. El tonto del imperativo legal se ha refugiado en esa fórmula de promesa cuando ocupa un cargo público y enjugar así sus contradicciones. Que sea la fórmula utilizada desde antiguo por los batasunos del País Vasco no es más que un precedente cafre, ya que en realidad la cosa no llega a mayores que la mera pose. El tonto del imperativo legal lo único que persigue es la notoriedad ante los suyos y promete el cargo con esa coletilla como si estuvieran aceptando un sacrificio. La dura tarea de una corte de asesores, un cargo público bien remunerado, un despacho con sus moquetas y sus banderas, un coche oficial y un relumbrón de flashes de fotógrafos. Todo eso, que los hace partícipes de aquello que condenan en los discursos, lo aceptan por imperativo legal. Podrían renunciar a muchos privilegios, pero no lo hacen. Lo dicen, se guardan una sonrisa burlona, y se marchan tan panchos a su nueva vida. El tonto del imperativo legal, una verdad amarga.

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02 mayo 2012

Los rehenes


Iba detrás de él en la cola del banco. La distancia suficiente para reparar en las manos castigadas, encallecidas, nerviosas, apretando un puñado de documentos, enrollados como un pergamino. Debía ser el final de la conversación porque aquel hombre ya se había apartado de la mesa del bancario, se recostó en la silla; acaso aguardaba alguna explicación última, algo distinto a la misma respuesta con la que se había tropezado cien veces ya; la misma negativa de manual que le cerraba todas las puertas. «Lo sentimos mucho, pero hemos analizado su propuesta, y aún reduciendo de forma sustancial los márgenes establecidos en el protocolo de requisitos básicos que le notificamos, el Banco no puede concederle el préstamo que solicita para su negocio porque se excede con mucho el diferencial de riesgo permisible y no existen sólidas garantías para avalar la operación». Yo iba detrás en la cola del banco, la distancia suficiente para reconocer el nudo que se le hacía a aquel hombre en la garganta, la nuez que subía y bajaba en el cuello canijo, la piel arrugada de los cincuenta y cinco años. Con la enésima negativa de manual del operario del Banco, agarró con fuerza los brazos de la silla y se levantó.

¿Cuál sería aquel proyecto de inversión que acababa de naufragar? ¿Qué gran financiación habría requerido? ¡Una churrería! Aquel tipo que abandonaba el Banco, dándose golpecitos en la pierna con los documentos enrollados en pergamino, lo único que pedía era unos miles de euros para abrir una churrería. «Yo entiendo la desesperación –aclara el bancario–, pero ni en este Banco ni en ningún otro se concede un crédito a no ser que se demuestre que no se necesita, que quien lo pide no le hace falta. Ésa es la única realidad». Es preciso detenerse en la frase para encontrar en esa especie de oxímoron bancario la disparatada inercia a la que nos ha llevado la crisis: sólo se conceden créditos a quien no los necesita. Puede entenderse, en fin, que el sistema financiero intente evitar que una espiral mayor de impagos pueda acabar en la quiebra de un banco o de una caja de ahorros; que nadie en Europa quiera afrontar la peor estampa de una crisis, una turba que apedrea los cristales de un banco porque se han evaporado de golpe los ahorros de miles de ciudadanos. Pero, admitiendo esa precaución principal, la evidencia que transmite cada día la calle es que un sistema debe velar por igual por las entidades financieras, para que no naufraguen, pero también por las clases medias y bajas, brutalmente golpeadas por el desempleo de esta crisis. ¿Cómo entender que las decenas de miles de millones que se inyectan en el sistema financiero español, a través de ayudas directas y de préstamos a bajo interés del Banco Central Europeo, se queden ahí, que no calen más abajo, que no lleguen a las pequeñas y medianas empresas que necesitan financiación para mejorar su producción o para el desempleado que busca en el autoempleo una salida a la desesperación de la cola del Inem? Si a las entidades financieras españolas se les aplicara la lógica que ellas mismas aplican a quien solicita un crédito en la actualidad –‘no se conceden créditos a no ser que se demuestre que no se necesita’– las subastas periódicas del Banco Central Europeo quedarían desiertas; el ‘bufé libre’ –como se ha definido– de miles de millones de euros a bajo interés al que acuden decididos los bancos españoles, tendría que buscar otra clientela.

Iba detrás de él en la cola del banco. La distancia precisa para reconocer en ese tipo a muchos más, miles o millones: los rehenes  inocentes de una crisis en la que han quedado atrapados, con todas las puertas cerradas.

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30 abril 2012

Volver a empezar


¿Vos me entendés? Cuando te enfrentás a un quilombo fenomenal, tené claro que son siempre producto de una degeneración anterior, un problema grave que no detectás y que se remonta a veces a decenas de años atrás. Nada en esta vida, querido, se produce por generación espontánea; cada acontecimiento que vivimos, este presente sobresaltado que nos ha tocado vivir, se corresponde exactamente con una secuencia del pasado. Sólo tenés que pensar en el tiempo de una forma distinta, olvidate del transcurrir armonioso de la vida. Vivimos tan atropellados con el presente, que es como si caminás mirando tus propios pies. ¿Cuántas veces tropezarías? La reputa, sí, la reputa porque nadie puede llegar lejos si no mirá al frente… Pues eso mismo es lo que intento decir: dejá de analizar el día a día que nada es fruto del momento. Remontate, al menos, a tres generaciones atrás.

Tenés que partir de una primera generación que sufrió cada maldito día de su existencia; nacieron en una adversidad absoluta, con trabajos de mierda y sueldos de mierda. Pero salieron para adelante y le levantaron el piso a la generación que venía después. Muchos gurises de aquella generación se licenciaron en la universidad y se hicieron grandes profesionales, y otros continuaron con el laburo de sus papás, un localcito, el taller de venta de gomas de autos o un almacén que heredaron y lo convirtieron en sólidos negocios. Los hijos de éstos ya se encontraron la vida resuelta pero, como aún permanecía en la familia el espíritu de trabajo, el negocio familiar y la proyección profesional se mantuvieron. El problema se plantea con los nietos, mimados, acomodados y desmotivados. La generación opuesta a la de sus abuelos o bisabuelos, aunque no los culpo a ellos porque no son más que el último reflejo de una sociedad y unos gobiernos que han ido complaciendo la desmotivación de esa sociedad que vive por encima de sus posibilidades a base de ayudas, subvenciones y subsidios…

¿La sociedad argentina? Pero qué decís, pelotudo, que yo no hablo de Cristina Kirchner ni de los nietos del peronismo. Que no, que no, que yo no te hablaba de la Argentina ni de esa tarada. No, mirá, la cosa en la Argentina está muy clara, yo creo que siempre ha sido así, al menos hasta donde me alcanza la vista y los conocimientos. Por eso, muchos argentinos te dicen, con sarcasmo, que a lo mejor la solución es probar a que nos gobiernen las putas, porque hasta ahora con los hijos nos ha ido muy mal. Claro, claro… Y lo del Repsol, pues nada, es una malvinada más. No tenés que preocuparte, antes o después nos enteramos de los motivos reales de la expropiación. Pero, miráme, que yo no te hablaba de la Argentina, sino de España y de esta región tuya tan linda, Andalucía. Porque llevo quince años aquí y, desde que llegué, estoy sintiendo el vértigo de que acá pueda pasar lo mismo que allá. Ustedes están a tiempo, pero si no lo remedian, del corralito no los salva nadie. Oíme lo que te digo porque yo todo esto ya lo viví. Y sé que puede pasar. Te levantás un día y todo se fue al carajo. El dinero del banco, el valor de tu casa, el precio de tu auto… Tu vida se va al carajo. ¿Sabés lo que decía Julito Cortázar? Pues que «nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo». Mirá a tu alrededor: ¿Creés que hay alguien dispuesto al sacrificio de volver a empezar?

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27 abril 2012

Zurriagazo


En los años del Trienio Liberal de España, aquel periodo tan convulso de principios del siglo XIX, se editó en Madrid un periódico que en muy poco tiempo alcanzó gran fama por la agresividad, la dureza y el sarcasmo de cada uno de sus comentarios. El Zurriago, se llamaba, para dejar claro desde la misma cabecera que sólo podían esperarse latigazos a diestro y siniestro. Gracias al bicentenario de las Cortes de Cádiz, se han editado ahora algunas de las recopilaciones que, al leerlas, provocan, a la vez, asombro y vértigo por la certeza absoluta de que un periódico así sería inimaginable en la actualidad, de tanto como hemos asumido e interiorizado el lenguaje y las formas políticamente correctas. Unos más que otros, es verdad, pero de forma general nadie se asemeja siquiera al estilo del Zurriago, descarnado, cruel, despiadado con aquellos tipejos, tuvieran el poder que tuvieran, se adornaran con los títulos nobiliarios que quisieran, que cometían algún tipo de abuso en el ejercicio del caro público. Los editores del El Zurriago, de hecho, lo expresaron, como declaración de intenciones, en el primer número y nunca defraudó su lema. «Los editores se declaran en guerra abierta con los abusos, con los que viven de los abusos y con los que abusen de su autoridad».

¿Quién hace aquí ese periodismo? ¿Quién puede decir que lo ha practicado en el pasado? Muy pocos, desde luego, con el detalle añadido de que cuando un periódico ha iniciado una línea de denuncias contra un Gobierno, la reacción de muchos otros medios ha sido la de silenciar los escándalos o justificarlos, para así participar de una mayor porción de tarta de ingresos publicitarios de la administración. Por eso, provoca hasta irritación que las asociaciones de prensa, tantas veces calladas, hayan comenzado a difundir ahora, con motivo del día internacional de la libertad de prensa, que se celebra el próximo día tres, un «manifiesto reivindicativo» en el que se incluyen algunas bobadas importantes, como la frase central: «sin periodistas no hay periodismo; sin periodismo, no hay democracia». Pues vale, pero señalemos también que no todo lo que se ha editado en papel de prensa en España en los últimos treinta años debería considerarse periodismo y que, por consiguiente, no sólo no contribuye al funcionamiento democrático de una sociedad, sino que la atrofia. Mucha prensa, muchos periodistas, no sólo no han combatido los abusos sino que han vivido de los abusos. Y en Andalucía, mogollón.

Si miramos ahora hacia atrás, con la perspectiva que tenemos ahora del escándalo monumental de los ERE, nos sorprenderíamos del silencio enorme, la complacencia incluso, durante todos estos años en los que en la Junta de Andalucía ha dilapidado mil millones de euros. El propio ex consejero Fernández lo dejó caer el otro día en su declaración ante la juez Alaya, cuando dijo, con evidente sorna y mala hostia, que nadie podía acusarlos de opacidad en la gestión de los fondos de Empleo porque todo el mundo lo conocía, los sindicatos y la patronal, los primeros. Y tiene razón: la discrecionalidad, la arbitrariedad y el sectarismo han sido una constante aquí durante tres decenios, hasta convertirse en un vicio aceptado por todos los actores que acudían fieles a ese pesebre. ¿No lo iban a conocer los sindicatos, si ellos mismos se beneficiaban de los ERE? ¿No lo iba a conocer la patronal, si entre los empresarios ese chalaneo debía ser generalizado? Pues claro. Como dirían en El Zurriago, «los ladrones prosperan en todo tiempo. Ojo al crucifijo, que es de plata».

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26 abril 2012

Guadalajara Dos


Que salgan en procesión, que organicen caravanas de militantes con sus banderitas y sus bocatas, que agiten a las juventudes socialistas para que acampen a la puerta con una protesta indefinida, que celebren mítines encendidos de todos los dirigentes nacionales, que publiquen manifiestos solidarios de abajo firmantes, que contraten a cantautores antiguos y modernos, españoles y cubanos, para que ofrezcan conciertos y se empañen los ojos de lágrimas con el atardecer y una canción que se llame libertad. Que organicen otra feria política como aquella frente a la cárcel de Guadalajara, cuando un juez mandó al talego a los que pagaron en los tribunales la barbarie de los GAL y el despilfarro de los fondos reservados en tiempos de Felipe González. Que hagan lo mismo ahora que una juez ha enviado a prisión a un ex consejero del Gobierno andaluz, que no se corten, que no se queden con la limitación del comunicado que ha aprobado el PSOE de Cádiz, que no escondan su visión de la Justicia en el exabrupto de una agrupación provincial. Si de verdad consideran, como han dicho, que el ex consejero procesado es un “represaliado político”; que el fiscal anticorrupción y la jueza que lo han enviado a prisión forman parte “de la derecha más recalcitrante”; y que el proceso judicial es tan arbitrario e “injusto” que llega a imputar a un hombre sin pruebas porque “no hay, ni puede haber una sola prueba" para culpar a Antonio Fernández de la trama de los ERE; si eso es lo que piensan, que organicen ya las manifestaciones a la puerta de la prisión. Guadalajara Dos.

Es tan desproporcionada, tan antidemocrática, la reacción visceral de los socialistas gaditanos, que lo que han conseguido, al final, es profundizar aún más en las contradicciones internas del PSOE y de la propia Junta de Andalucía en este caso; el imposible metafísico de ser, a la vez, acusación y defensa de la trama de los ERE. Podrían reparar, por ejemplo, los socialistas gaditanos en la evidencia de que también la Junta de Andalucía, personada en el proceso como acusación, solicitó que se le impusiera una fianza de casi 70 millones de euros al ex consejero Fernández, además de obligarlo a comparecer semanalmente en los juzgados. Parece evidente, por tanto, que aunque la Junta no solicitó prisión para el ex consejero, lo que sí tiene claro es que Fernández ha podido delinquir por su participación en el diseño y ejecución del ‘fondo de reptiles’. Según la teoría de la conspiración que manejan los socialistas gaditanos, ¿deberíamos considerar que la Junta de Andalucía forma parte también de la ‘derecha más recalcitrante’ que acusa al ex consejero “sin ni una sola prueba”?

Pero es que, más allá incluso del comunicado incendiario del PSOE de Cádiz, cuando la ejecutiva regional o el propio Gobierno andaluz salen en defensa de Fernández, y se muestran apesadumbrados por el procesamiento de un político que ejerció su cargo con “dignidad” y con “eficacia”, lo que tendrían que aclarar es por qué, en consecuencia, la Junta de Andalucía no ha solicitado que el ex consejero quede en libertad sin cargos. Y es que parece evidente, en definitiva, que el PSOE andaluz, con su secretario general a la cabeza, se ha instalado en un laberinto de contradicciones del que sólo puede escapar de la forma abrupta que ya ha apuntado: con la descalificación y el insulto.

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24 abril 2012

Café


Es verdad, la política española se puede medir de café en café. Sin que nadie lo esperase, el café se ha convertido en metáfora de los tiempos políticos. El primer café que se recuerda fue el “café para todos” de Manuel Clavero. Con aquel café, se rompió el diseño primero que se había fijado, pactado en secreto entre centristas y socialistas, para limitar las autonomías de primer grado a las llamadas comunidades históricas. La previsión se hizo añicos con la movilización andaluza y fue entonces cuando se generalizó el sistema autonómico con el “café para todos” que luego, con el paso de los años, se ha desbordado hasta crear este gigante administrativo que ahora ni siquiera de puede abarcar. Café, copa y puro.

Lo curioso es que de la misma forma que el café sirve para medir la abundancia y los excesos, también se utiliza para expresar lo contrario, las cosas que no tienen importancia o que se trivializan. Ahí está, por ejemplo, el último café del que tenemos noticias, el café del consejero extremeño del Partido Popular que, para quitarle importancia al copago sanitario, ha dicho eso de que para los pensionistas la subida no les va a suponer más que “cuatro cafés al mes”. Lo mismo hizo unos años antes Pedro Solbes, que pasará a la historia por ser el ministro de Economía que, por dos veces, llegó al Gobierno en una situación de bonanza económica y dejó el país al borde de la ruina. Cuando Solbes quiso explicar las subidas de precios en España, no se le ocurrió otra cosa que recurrir al café para razonar que, en realidad, el problema de fondo es que los ciudadanos no saben lo que cuesta un euro. “La gente se toma dos cafés y deja de propina un euro", dijo Solbes. ¿Por qué se empeñara este personal en dar lecciones de cotidianeidad si, en realidad, los únicos que no conocen los precios de la calle son ellos? Como Zapatero, cuando le preguntaron por el precio de un café. Ochenta céntimos, dijo el presidente. Es decir, ni idea de lo que cuesta un café en la calle.

El café como metáfora del modelo de Estado y el café como medida de la economía de un país. Aunque el café que más ha dado que hablar en España es aquel que explica los mecanismos íntimos de la corrupción: el café de Juan Guerra. Cuando Juan Guerra resumió toda su actividad en los cafelitos que se tomaba en su despacho de asistente de su hermano, el vicepresidente del Gobierno, sintetizó mejor que nadie la discrecionalidad en la gestión de los fondos públicos. Para conseguir una ayuda o una subvención, o para recalificar unos terrenos o agilizar una licencia, sólo había que pasarse por aquel despacho y, con el cafelito de por medio, el dedo poderoso del hermano de Alfonso Guerra hacía y deshacía. En lo de los ERE, si se fijan, el mecanismo es el mismo, la arbitrariedad y la discrecionalidad que conducen inevitablemente a la corrupción. Por eso es normal que el ex consejero de Empleo, Antonio Fernández, no haya podido aclarar en los juzgados por qué se creó  un fondo opaco que se ha convertido en la mayor corrupción cometida por un gobierno. No se trata de otra cosa: durante diez años, se han repartido cientos de millones en ayudas y subvenciones con el mismo rigor con el que Juan Guerra administraba los cafelitos de la Delegación del Gobierno. La ‘lógica del café’, en fin, que no tiene más justificación que el chalaneo, una ilegalidad global y sistemática en la Junta de Andalucía.

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23 abril 2012

La juez de porcelana


De porcelana parece hecha la juez de los ERE, como supo ver bien Antonio Soler. Porque también él se quedaría atrapado en esa imagen congelada de la juez Alaya llegando a los juzgados, hierática, inexpresiva, misteriosa, abriéndose camino con la mirada firme, el gesto serio, sin concesiones de los labios, ni los ojos; la extraña capacidad de mantener la misma cara en las cientos de fotos que le han hecho llegando a los juzgados. Sólo cambia el vestido, hoy azul, mañana blanco, otro día negro o rojo, pero siempre, indefectiblemente, la misma expresión y la misma compostura, un bolso grande en una mano, un troyller en la otra, arrastrando secretos y sumarios. El cuerpo erguido, el camino recto que no se detiene un instante ni existe previsión alguna que nadie pueda alterarlo. La juez de porcelana, “misteriosa y cabalística,/ puede dar celos a Diana/ con su faz de porcelana/ de una blancura eucarística”, que parece que los versos de Rubén Darío estaban esperando la estampa de esa mujer a la puerta de los juzgados.

Y será que esa puesta en escena, fría y distante, de porcelana, está calculada por la juez para acojonar aún más a los procesados, cuando lleguen a su despacho y la vean allí, en su mesa de despacho, disparando preguntas, sin horas, ni días, ni descanso. En ninguno de los casos de corrupción que se recuerdan en España se ha dado un interrogatorio como el que comenzó el viernes pasado del ex consejero de Empleo, Antonio Fernández, lo que nos devuelve otra vez a la inquietud primera  sobre la forma de llevar la instrucción de la juez Alaya, si esta manera suya de actuar es conveniente para el objetivo final de todo proceso judicial, que es el de sentar a los procesados en un juicio y que sean condenados por los hechos cometidos. ¿Una instrucción así, que ha demorado más de un año la declaración y la cárcel de los principales imputados, clarifica o complica la investigación? A favor de la juez Alaya podría justificarse hoy que si ha esperado tanto tiempo para llamar a declarar al ex consejero Fernández ha sido porque ha estado preparando minuciosamente un interrogatorio demoledor, preciso y riguroso. Arrollador, como el que hemos visto. Porque lo que nadie pone en duda es la capacidad de trabajo de la juez Alaya, y ha esperado hasta tener en su mano el mayor número de  pruebas posibles y conocer, igual o más que los miembros del Gobierno andaluz, sobre el funcionamiento de la Junta de Andalucía y del reparto de las subvenciones del fondo de reptiles.


El problema que se vislumbra es que una actuación profesional así, tan profunda, tan exhaustiva, llevan a la juez Alaya a una implicación personal que puede salirse de lo establecido, de lo legalmente establecido en la Ley de Enjuiciamiento Criminal en cuanto a la distancia que todo juez debe mantener con los procesados y con el procedimiento mismo. Quiere decirse que lo que no es normal, ni adecuado para el proceso, es que la jueza discuta y reprenda a los imputados, como ha ocurrido en este caso. “Asuma al menos la responsabilidad que le corresponde como consejero (…) Si quiere, se acoge a su derecho a no declarar, pero no se ande por las ramas. Contésteme a la pregunta", como le reprendió, al parecer, al ex consejero Fernández durante el maratoniano interrogatorio que le tenía preparado. ¿Qué asuma su responsabilidad? ¿Cómo entender que la jueza se pronuncie en esos términos, más propios del debate parlamentario que del judicial? Y es ahí, en ese punto, donde el interrogatorio del ex consejero Fernández se conecta con la preocupación de siempre: Esperemos que en el futuro, cuando este inmenso proceso judicial llegue a la fase final, los excesos de la instrucción no echen por tierra el mayor escándalo en el uso de fondos públicos que se ha conocido y que la propia jueza Alaya ha levantado con minuciosidad y tesón. Entre tanto, seguiremos escrutando la imagen congelada de esa mujer, la juez de porcelana que cuelga el hieratismo en la percha de su despacho, como una máscara veneciana.

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21 abril 2012

Pollo sin cabeza


El diez de septiembre de 1945, un granjero de Colorado, en Estados Unidos, cogió uno de los pollos que tenía en el corral y se lo llevó debajo del brazo hasta el tronco de madera, junto al cobertizo, en el que solía sacrificar a los animales. Colocó al pollo en posición y, con un golpe certero, le cortó el pescuezo. Fue a dejarlo sobre la mesa cuando, para asombro del granjero, el pollo dio un salto y salió disparado hacia el campo. Levantó la alas, se las sacudió, y siguió caminando como si tal cosa, pero sin cabeza. Primero acudieron su mujer y sus hijos a ver el fenómeno del pollo sin cabeza; luego los de las granjas de alrededor y, ya al final, unos científicos de la Universidad de Utah, que analizaron el caso y ofrecieron las explicaciones oportunas para explicar aquella maravilla de la naturaleza. Desde el primer día, desde que le cortó el gaznate, el granjero convirtió aquel pollo sin cabeza en su favorito, el mejor del corral, y, seguro ya de que nunca podría hincarle el diente ni aunque su mujer le preparase la mejor pepitoria, dedicaba varias horas al día a alimentarlo, introduciéndole con una pipeta de laboratorio gotitas de agua por el esófago y algunos trocitos de maíz. Lo exhibió por ferias y concursos, “¡El extraordinario caso del pollo sin cabeza”!, y cuando ya le había ganado 4.500 dólares en las exhibiciones, un mal día al pobre pollo se le atragantó un grano de maíz en el trozo de pescuezo que le quedaba y la palmó asfixiado.

Como los americanos convierten cada parcela de su historia en un show patriótico, de la historia del pollo sin cabeza de Colorado se han editado libros, múltiples reportajes, dispone de página web, ‘The headless chicken’, y hasta le quieren construir un monumento como símbolo del lucha y de coraje por vivir. Pero toda esa fanfarria es sólo la anécdota local: el pollo de Colorado es la demostración más llamativa de una simetría superior. Cada desvarío humano, tiene su simétrico en el mundo animal: el desastre estruendoso de un elefante en una cacharrería, el placer ordinario de un cochino en un charco, la libertad anárquica de un gorrión. Y el pollo sin cabeza. Este tiempo que vivimos, que tanto trabajo nos cuesta entender y calificar, es, sin duda alguna, un tiempo de pollo sin cabeza. Asómese cualquier día al balcón de las noticias y quédense un rato a escucharlas en orden descendente. Primero, los sobresaltos de las Bolsas que van cayendo, parqué a parqué, de oriente a occidente; luego, la angustia de la deuda gigante de España en los mercados financieros, que deja la quiebra pendiente de un hilo. Luego, un escalón más abajo, la política nacional, crispada y previsible. Nunca se detiene la política española en un momento de normalidad, todos los argumentos tienen un fin electoral. Ya al final, la política andaluza, este oásis: Aquí, extrañamente, ni son necesarios los recortes ni hay nada que ajustar. Sencillamente, no existe conexión alguna entre la realidad política andaluza y la secuencia de acontecimientos internacionales. Pero es que, más allá, tampoco parece que exista conexión alguna entre la política andaluza y la realidad andaluza. El pollo sin cabeza de Corolado estuvo vivo 37 días; aquí vamos tirando desde hace años, sin saber muy bien cómo es posible, y sin embargo nadie nos estudia como fenómeno.

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20 abril 2012

La cena de los idiotas


El otro día, qué risa, nos pusimos a charlar con unos amigos y a poco estuvimos de acabar revolcados por el suelo, de las carcajadas que dábamos. Qué ocurrencias, qué cosas, y todo verídico, como decía aquel humorista. Hablábamos de lo mal que están las cosas, de la crisis y todo eso, y entonces uno nosotros, con gesto serio, aprovechó un silencio de la conversación para hacer de la voz del dios inmisericorde y justiciero. En el momento de silencio que hay en toda cena, cuando acaban de servir un plato y sólo se escucha el tintinear de las copas o de los cubiertos danzando por el plato, que si las espinas de la lubina, que si los nervios del chuletón, en ese silencio atronó su voz de barítono: «Haz de saber, hermano, que dios castiga al avaro con el mayor desprecio, porque escrito está que un día amanecerá con un vestido de saco de arpillera como toda pertenencia. ¡¡Y vosotros, hermanos, sois grandes pecadoreeees!!» Todo fue decirlo y al sobresalto del vocerío le sucedió una carcajada general, que casi nos tira por el suelo.

La culpa de todo, ya verás, la tiene Andrés, que comenzó contando lo aliviados que están ahora en Canal Sur con las elecciones andaluzas, porque han estado acojonados de verdad. Es normal, por otra parte: tal y como está la profesión, los de Canal Sur saben que ni por asomo van a encontrar nada que se le parezca. Y si hubieran ganado los del Partido Popular, seguro que a esta hora ya estábamos hablando de recortes de plantilla. ¿Qué pasa, que les parece mucho que Canal Sur tenga 1.600 trabajadores? Pues eso es lo que hay, que lo único que pretenden es meternos aquí la precariedad de la empresa privada, con tanta explotación como hay. Eso sí, las cosas están ahora estabilizadas, nos dijo, y contó aquella vez que los sindicatos negociaron con la empresa que se le pagara el desayuno a los trabajadores. Tan cubiertos estaban todos los extras, digamos, que se pusieron a negociar ¡el desayuno! Nos reímos, claro, y Andrés también aunque al principio pensara que lo tomábamos a coña. No se enfadó porque, con ese mismo hilo, Antonio contó cómo viven en el ayuntamiento en el que trabajan. Su secretaria, por ejemplo, entre que llega una hora y media tarde porque tiene llevar los hijos al colegio y que luego se marcha antes porque tiene que hacer la comida del marido, pues resulta que sólo se pasa por allí un par de horas, como mucho. ¿Y qué? Si las administraciones públicas no dan ejemplo de conciliación laboral, ¿quién va a darlo en este país?

Total, que la secretaria tampoco se puede quejar de la crisis, dije yo, je, je, y todos comenzamos a reírnos otra vez. Y eso que lo mejor estaba por llegar. Alberto, que es delegado sindical nos dijo que, en realidad, la gente está muy equivocada con la educación de sus hijos, esa obsesión por la Universidad. No creo que haya muchos profesores y médicos que ganen más dinero que un conductor de autobuses municipales en Sevilla, dijo. O un empleado de la limpieza. A ver quién lo supera: en la empresa de limpieza de Sevilla, los puestos de trabajo son hereditarios. ¡Un trabajo que pasa de padres a hijos por convenio! Qué risa, de verdad... Ahí lo llevas, Merkel. Hemos pensado que para la próxima cena invitaremos a alguien de fuera. Pero no puede ser empleado público. Y verás qué divertido, cuando contemos nuestras cosas.

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19 abril 2012

Falibilidad


«Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir». Era todo lo que se esperaba, por eso, al oír sus palabras en la radio, en el tono más triste que se le recuerda nunca, al recibir como ciudadano la disculpa pública que muy pocas veces se ha podido oír en labios de un jefe de Estado, sólo queda levantarse y aplaudir. Aplaudir no a la Corona, no a la Monarquía, que eso forma parte de otro debate que ahora no importa; se le aplaude a la persona, se aplaude la humildad porque sólo a los grandes les asiste ese instante de sinceridad consigo mismos para reconocer los errores cometidos. Y levantarse tras la caída, mirar a los ojos, y pedir perdón. Así como Popper decía que «sólo los canallas intelectuales son inmodestos», podría añadirse ahora que sólo los canallas intelectuales son inmodestos y soberbios. El camino de la disculpa pública, de la admisión del error, va mucho más allá del hecho concreto al que se refiere. Ése, el de la modestia, es el sendero de la autocrítica y de la tolerancia, de saber escuchar a los demás y estar siempre dispuestos a admitir que somos nosotros los que estamos en un error. Cuando un Rey le pide perdón a los ciudadanos está mostrando una forma de ser, un comportamiento necesario para que el futuro siempre pueda ser mejor porque somos capaces de aprender de los errores cometidos. Sí, también con una equivocación se puede ser ejemplar ante la ciudadanía.

Ya se sabe que todo esto, para muchos, es anécdota y que algunos, incluso, lo convertirán en broma, en chufa, y entonces ya no se sabrá muy bien si lo ocurrido merece la pena resaltarlo o pasarlo por alto, sin más trascendencia que una ‘borbonada’. Para resolver esa duda, sólo hay que mirar alrededor. ¿Pidió alguna vez Felipe González disculpas por la corrupción que se lo llevó por delante? ¿Y por los GAL? ¿Alguien le recuerda a Aznar otra cosa que la soberbia cada vez que se equivocaba y persistía en el error? Chaves y Camps, envueltos ambos en escándalos políticos, tuvieron la desfachatez de presentarse ante la sociedad como víctimas de «un intento de muerte civil». ¿Quién puede esperar otra cosa que soberbia de la implicación política de Griñán en la trama de los ERE? La equivocación de Don Juan Carlos ha sido de forma; todos esos escándalos eran corrupciones de fondo. Podría haber invocado el rey, como Isabel II de Inglaterra, el annus horribilis, y aguardar, como sucede en política, a que escampe la tormenta. No ha sido así.

Popper sostenía que, dado que igual que una sociedad sin conflictos sería inhumana, lo esencial de una democracia es la capacidad crítica para, con humildad, contrastar ideas, valores y pensamientos. Como la ciencia, que utiliza la autocrítica en la búsqueda de la verdad. «Todos los grandes científicos naturales fueron conscientes de su ignorancia infinita y de su falibilidad», añadía el filósofo. Y es eso lo que se valora, la necesidad democrática, social, de sabernos falibles. Como Don Juan Carlos, ahora: «Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir».

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