El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

19 abril 2012

Falibilidad


«Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir». Era todo lo que se esperaba, por eso, al oír sus palabras en la radio, en el tono más triste que se le recuerda nunca, al recibir como ciudadano la disculpa pública que muy pocas veces se ha podido oír en labios de un jefe de Estado, sólo queda levantarse y aplaudir. Aplaudir no a la Corona, no a la Monarquía, que eso forma parte de otro debate que ahora no importa; se le aplaude a la persona, se aplaude la humildad porque sólo a los grandes les asiste ese instante de sinceridad consigo mismos para reconocer los errores cometidos. Y levantarse tras la caída, mirar a los ojos, y pedir perdón. Así como Popper decía que «sólo los canallas intelectuales son inmodestos», podría añadirse ahora que sólo los canallas intelectuales son inmodestos y soberbios. El camino de la disculpa pública, de la admisión del error, va mucho más allá del hecho concreto al que se refiere. Ése, el de la modestia, es el sendero de la autocrítica y de la tolerancia, de saber escuchar a los demás y estar siempre dispuestos a admitir que somos nosotros los que estamos en un error. Cuando un Rey le pide perdón a los ciudadanos está mostrando una forma de ser, un comportamiento necesario para que el futuro siempre pueda ser mejor porque somos capaces de aprender de los errores cometidos. Sí, también con una equivocación se puede ser ejemplar ante la ciudadanía.

Ya se sabe que todo esto, para muchos, es anécdota y que algunos, incluso, lo convertirán en broma, en chufa, y entonces ya no se sabrá muy bien si lo ocurrido merece la pena resaltarlo o pasarlo por alto, sin más trascendencia que una ‘borbonada’. Para resolver esa duda, sólo hay que mirar alrededor. ¿Pidió alguna vez Felipe González disculpas por la corrupción que se lo llevó por delante? ¿Y por los GAL? ¿Alguien le recuerda a Aznar otra cosa que la soberbia cada vez que se equivocaba y persistía en el error? Chaves y Camps, envueltos ambos en escándalos políticos, tuvieron la desfachatez de presentarse ante la sociedad como víctimas de «un intento de muerte civil». ¿Quién puede esperar otra cosa que soberbia de la implicación política de Griñán en la trama de los ERE? La equivocación de Don Juan Carlos ha sido de forma; todos esos escándalos eran corrupciones de fondo. Podría haber invocado el rey, como Isabel II de Inglaterra, el annus horribilis, y aguardar, como sucede en política, a que escampe la tormenta. No ha sido así.

Popper sostenía que, dado que igual que una sociedad sin conflictos sería inhumana, lo esencial de una democracia es la capacidad crítica para, con humildad, contrastar ideas, valores y pensamientos. Como la ciencia, que utiliza la autocrítica en la búsqueda de la verdad. «Todos los grandes científicos naturales fueron conscientes de su ignorancia infinita y de su falibilidad», añadía el filósofo. Y es eso lo que se valora, la necesidad democrática, social, de sabernos falibles. Como Don Juan Carlos, ahora: «Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir».

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