El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

15 septiembre 2011

El absurdo



Me has llamado, desde el despacho o desde el escaño, y me gustaría que hubieras podido sentir la perplejidad que me invadió cuando escuché la pregunta. A ver, ha sido uno de estos días negros, tan continuos, tan persistentes, en los que desde que te levantas tienes la sensación de estar caminando sobre arenas movedizas. Oyes las noticias de la radio, despliegas los periódicos, conectas internet y cualquiera que se detenga un instante a pensar en esa retahíla de malas noticias, este aluvión incesante de quiebras, números rojos y gráficas que se hunden; nadie que asista a este cortejo diario de ruinas puede sentir otra cosa que el temblor de la tierra que comienza moverse bajo tus pies. Un terremoto, sí, esta crisis y ha superado hace mucho tiempo los límites de la economía y de las finanzas, se ha salido de los parqués de la bolsa y se ha extendido a todo lo demás que hemos construido: amenaza desde hace mucho nuestro modo de vida. Un terremoto, sí, a lo único que se parece esta crisis económica es a un terremoto de réplicas constantes, aquí y allí. No hay que ser ni pesimista ni agorero para sentir el desconcierto que nos traen las noticias de cada día, el «abismo irreversible» del que habla Felipe González. Y hasta se podría haber ahorrado el adjetivo, porque nada debe haber más irreversible que despeñarse por un abismo.

En esa inquietud, llegó tu llamada, desde el despacho o desde el escaño: «¿Qué piensas de la polémica sobre las competencias del Guadalquivir?» Verás, es muy difícil explicar con palabras el desconcierto que provoca la distancia que existe entre esa pregunta y la realidad que estamos viviendo. La zozobra de Europa es que Grecia se está desplomando, que ya no tiene dinero para pagar ni salarios ni pensiones; se hunde un país en la quiebra económica más severa que ha conocido este continente, y, como si nada de esto fuera con nosotros, como si no fuera cierta la amenaza de que ese desplome nos arrastre a los demás, la preocupación aquí son las competencias del Guadalquivir. ¡Las competencias del Guadalquivir! ¿Y a quién diablos puede preocuparle ahora este patético ejercicio de reivindicación autonomista? Dime, anda, dime, a quién puede representar alguien que piensa que los andaluces están ofendidos porque la Junta de Andalucía no pueda ejercer la competencia exclusiva del Guadalquivir. La ofensa ahora es la contraria; ahora, el insulto a Andalucía es que su clase política se haya instalado en este debate artificial, ficticio, ciego ante la realidad y mudo ante los problemas de la gente. Estrategias políticas perversas que sólo buscan la reanimación de un régimen moribundo. Despilfarro, parálisis y mediocridad. No hay más. Insultan a Andalucía aquellos que pisotean con estulticia la idea de autonomía por la que un día este pueblo se echó a la calle.

Me has llamado y, al colgar, me he asomado al vacío de incomprensión que se crea, la nada que genera estos debates. El Guadalquivir, esta pugna de estatutos que ya han resuelto los tribunales, no le preocupa a nadie. No es la competencia exclusiva del río; la preocupación es la incompetencia exclusiva a la que nos está abocando la política andaluza. Se han creado dos mundos paralelos que nada tienen que ver, dos realidades distintas, dos lenguajes distintos. El lenguaje de los escaños y el lenguaje de la calle. Frustración. Decepción. Tal vez. El absurdo siempre genera sensaciones difíciles de explicar.

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