Tocar fondo
Cuando Jack Johnson compone sus canciones le ocurre como a tantos poetas, a tantos escritores, que las primeras notas, como las primeras letras, nacen del último intento por escapar de la amargura, alejarse de la frustración, huir del agobio, dejar atrás la angustia, el martilleo constante de un desamor; la literatura y la música como terapia de salvación de sus creadores y alivio, delicia, suspiro, de todos los demás. El placer que a nosotros nos produce una canción, la emoción de un poema, nace de la frustración, de la derrota; esa es una de las mayores paradojas del arte. Por eso, Jack Johnson no tiene reparo en admitir que hay veces que sus canciones más celebradas han surgido, de principio a fin, una noche de insomnio, a las tres de la madrugada, «cuando coges la guitarra buscando una respuesta a alguna pregunta imposible». En ese momento de colapso, de hundimiento personal, el hombre toca fondo, soledad y desesperación, y es cuando brota la creación inesperada en el artista. «Es algo que ocurre incluso en las canciones que están llenas de alegría; para entender esa felicidad necesitas un contexto con el que comparar, haberte sentido desdichado alguna vez».
Hace tiempo, cuando las reformas alocadas de estatutos en España, un alto dirigente del PSOE, ya retirado de la primera fila, contó la comida que, unos días antes, habían mantenido en Madrid algunos nostálgicos, entre ellos Javier Solana, alejado en Europa de la trifulca nacional. Contemplaban con pavor el troceo de competencias en España, calculaban las consecuencias nefastas que acarrearía todo aquello, y se asombraban de que nadie entonces, ni dentro de los partidos ni, sobre todo, en la sociedad, pusiera el grito en el cielo ante el disparate en el que se estaba embarcando España. «Lo que tiene que hacer Chaves es darle a Andalucía un desarrollo sólido y dejarse ya de reformas del Estatuto», espetó Solana y todos asintieron. Al cabo, concluyeron que, como no se podía esperar ni una cosa ni la otra, ni el buen gobierno de Chaves ni la movilización de la sociedad para detener aquellas reformas estatutarias, la única esperanza era «el colapso» del sistema.
Al leer ahora la entrevista de Jack Johnson he recordado aquella conversación y he pensado que, aunque este principio de fatalidad es aplicable a muchas facetas de nuestra vida, que hay que tocar fondo para comenzar a ver las cosas más claras, la política es una actividad especialmente indicada para esta estrategia derrotista, esta inercia nihilista que nos lleva hasta el colapso. Por dolorosa que pueda resultar esta determinación, por absurdo que sea el propósito de tener que alcanzar el deterioro máximo para buscar una salida, una alternativa, la realidad es que los pueblos, las mayorías, son las únicas capaces de conducirse hasta el abismo; caminar decididas, elección tras elección, como un ejército encantado por el flautista que los guía. Hasta que se produce el colapso y, sin que se atiendan ya más explicaciones, sobreviene la catarsis colectiva que derrumba en una jornada de urnas una hegemonía que se creía inmune a todo.
Tocar fondo, alcanzar el colapso, para cambiar de rumbo. Hundirse paras buscar otro camino, otear nuevos horizontes. Cada vez que se plantea esta conversación, siempre surge una pregunta última: ¿dónde está el fondo? ¿Lo hemos alcanzado ya? La cuestión es que nadie puede responder a esa pregunta por usted. Quizá basta con estar atentos a uno mismo, y a los demás. Y saber que se ha tocado fondo cuando el espíritu empieza a inquietarse con el deseo irreprimible de cambiar.
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