Los lunes al golf
«Los lunes al golf», dice con media sonrisa y, aunque pudiera parecerlo, sin ánimo alguno de provocación, de chulería. Este tipo, que pasó por la política brevemente y luego se hizo rico en los negocios, es uno de los empresarios que, simplemente, no encuentra ahora motivos de inversión en Andalucía, en España. Pasó por la construcción, allí hizo buena parte de su fortuna, y luego, como tantos otros, ha ido moviendo el dinero al ritmo que marcaba el tambor de las subvenciones públicas, alguna inmersión en la industria agroalimentaria y grandes sumas de dinero en los campos de energía solar, que son los que han dado las mejores cosechas del último decenio en Andalucía a quien ha sabido comprar y vender a tiempo esas enormes extensiones de placas solares. Después de esa década prodigiosa que va de 1996 hasta 2006, en las que el centro del poder económico se desplazó de las fábricas a las gerencias de urbanismo, este tipo hizo como tantos otros, se retiró a su ilustre madriguera y dejó de invertir; se detuvo en seco el movimiento del dinero porque la pompa especulativa dejó de ser rentable y, a fin de cuentas, él ya había acumulado dinero suficiente para el resto de su vida; la suya y la de toda su parentela.
De ahí, la broma de «los lunes al golf», ese paralelismo cruel y certero de un país que se ha detenido, se ha parado de golpe y, como en el juego de la silla, a algunos les ha pillado sentados mientras que otros se han quedado de pie. Una sociedad partida en esas dos mitades opuestas, contrarias, los lunes al sol de los parados y los lunes al golf de una clase empresarial que ya no encuentra motivos para mover su dinero aquí. Unos y otros ven amanecer las semanas con los brazos cruzados, otro lunes más que presagia una semana con calor de chicharra, un zumbido monótono para acompañar la atonía de esta crisis que arrastra la barriga en todas las gráficas. Los unos, al sol; los otros, al golf. Y uniendo esos dos polos se puede dibujar el círculo vicioso de esta crisis en la que los parados seguirán sentados en su banco del parque, contando los céntimos para poder llegar a fin de mes, y los inversores mantendrán el dinero en sus cuentas blindadas a la espera de que se reactive el consumo y la economía eche a andar de nuevo.
«Aquí me ves, los lunes al golf». Lo dice con sorna, sí, quizá cinismo, ese desahogo grande que se aprende en la política, pero no con desdén. No, esa expresión burlona no esconde un desprecio, aunque si lo escondiera también daría igual porque lo importante es que con cuatro palabras se ofrece el retrato descarnado de un país varado en medio de la crisis. Ahora, todos esos que durante el decenio de riqueza y pelotazo invertían en España, los que movían los hilos de la construcción en todos los rincones, compra venta de fincas, chalés adosados en todos los cerros de todas las ciudades y moles de pisos al pie de todas las circunvalaciones, han detenido la circulación del capital. El dinero no influye en España, está en los bancos o en las cajas fuertes, pero no en la calle. El dinero en España se ha coagulado, y el dinero es la sangre de una sociedad capitalista como la nuestra. Por eso amanecemos cada semana mirándonos al espejo, esperando algún cambio, una brisa, alguna señal. Todos los lunes igual. Los unos, al sol; los otros al golf.
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