El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

08 septiembre 2011

Ser comunista



De ser comunista nadie se repone. Ser comunista no es la aventura de un día, no es el aleteo de una mariposa; ser comunista, comunista de verdad, es una forma de vida más allá de la ideología. Ser comunista, los comunistas que conozco, a los que adoro, no son reemplazables por nada, porque, desde el principio, se saben derrotados y ansiosos de victoria. Viven en esa contradicción y quien se acerca a ellos acaba comprendiendo que no se les puede achacar para rebatirlos los exterminios de Stalin, las masacres de Mao, los fusilamientos de Castro o los delirios sangrientos de los Jemeres Rojos, igual que no le reprocharías a un cura de barrio las cruzadas de la guerra santa, las componendas financieras del Vaticano o la pederastia de un purpurado. Un comunista es pertinaz en la creencia y en la equivocación: “El comunismo es una teoría político científica por desarrollar. Ni en la URSS, ni en Cuba, ni en China ni en Corea… El comunismo está por aplicar”, dice uno de mis amigos comunistas con una convicción ciega que mueve a la ternura. Ser comunista es asumir la historia de un fracaso y seguir soñando con la posibilidad de cambiar el mundo. Por eso, un comunista no se repone nunca de haberlo sido, incluso de haberse equivocado, de saberse equivocado. Un comunista no espera nada, nada para él, ninguna satisfacción personal. Un comunista recela del poder, porque hasta el poder le parece insuficiente cuando lo conquista, porque el poder genera frustración, contradicciones, impotencia.

Ser comunista es sentirse en la izquierda y odiar con todas sus fuerzas a todo aquel que, con imposturas, reivindica la izquierda para sí. Tanto, que las luchas de comunistas y socialistas siempre serán fratricidas, a vida o muerte, porque lo único que no perdona un comunista es que le arrebaten la autenticidad de la izquierda. Para los comunistas, un socialista siempre será un intruso, un impostor, un diletante. Un aprovechado sin historia, sin la historia de tantos años sufridos, de tantas humillaciones en la clandestinidad, en las dictaduras y en la posguerra. A esos comunistas, derrotados y equivocados, sólo les queda el certificado de autenticidad, la persistencia sin concesiones. Y no toleran que nadie venga a arrebatarles ese único patrimonio de ser de izquierdas.

Ser comunista es persistir en la idea y en el error, y nunca cambiarse de bando; se puede ser comunista y dejar de serlo, pero ningún comunista que se precie acaba en el PSOE. Casi todos los que han cruzado la línea, acaban convertidos en sombras de lo que fueron, fantasmas ambulantes, pingajos de relleno en una lista electoral, estómagos agradecidos. Porque un imperio nunca paga a traidores. La lista es larga, desde Semprún, que acabó enfrentado y amargado con el aparato socialista de Alfonso Guerra, hasta Rosa Aguilar, vetada en su ciudad, arrastrada al destierro, a un paso de ser concejal por Cuenca. A un comunista sólo le cabe la disculpa de la coherencia; por eso, en cuanto buscan la sombra y el cobijo de otro árbol, cuando se arrellanan en un sillón, se acaba la magia y el encanto, se olvida la disculpa y la justificación, se difumina la atracción de ser comunista de sueños, de ideas, de contradicciones. Se convierten en zombis y terminan sus días pensando, como Semprún, que la única traición cometida en esta vida ha sido a sí mismo.

Etiquetas: ,