La plaza de toros
Si a Isidro Cuberos, que ahora anda por Marbella sacándole brillo a la televisión local que manosearon los giles, le diera por imitar a Miguel Ángel Rodríguez y escribir un libro sobre Javier Arenas, seguro que podría repetir, con los nombres cambiados, alguno de los capítulos en los que el problema principal de cada mañana era sobrevivir al desprecio. Antes que a la rivalidad del adversario político, antes que a las descalificaciones y a los escándalos, la primera asignatura que tuvo que aprobar Aznar cuando salió de Castilla León fue la de que alguien se lo tomara en serio. En 1989, cuando en España todavía se agitaban las olas del maremoto socialista de 1982, nadie apostaba un duro por los contrincantes electorales de Felipe González. En esas, llega Aznar a Madrid dispuesto a comerse el mundo. ¡Un tipo que viene de provincias, que encima es enjuto, feo y antipático! ¿Ése quiere derrotar a Felipe? Estaba tan lejos de la cabeza de cualquier esa posibilidad que si alguien hubiera pronosticado entonces que sería Aznar quien jubilaría a Felipe González, la carcajada se hubiera oído en Kuala Lumpur.
Javier Arenas también debe tener guardadas un buen puñado de esas historias de olvido, de ninguneo, de desprecio. Aún estando en las antípodas de Aznar en lo personal, a Javier Arenas le han dado fuerte y flojo. No creo que haya nadie en política en España que haya recibido más campañas en contra que ese tipo, Arenas, al que todos los días le pitan los oídos con el mismo soniquete de descalificaciones repetidos, incesantemente, por todos los rincones de Andalucía. Y eso cuando estaba en las ciudades, que en muchos pueblos Arenas habrá tenido la sensación de pasear por las calles como Gary Cooper en ‘Solo ante el peligro’. Cuando llegó al PP andaluz en 1994, con 26 escaños en el Parlamento andaluz, y luego, diez años después, cuando se bajó del coche oficial de la vicepresidencia del Gobierno y se montó en la furgoneta del PP andaluza recorrer los pueblos con la resaca del 11-M.
Lo del desprecio, de todas formas, no le ha ocurrido sólo a Javier Arenas. El denominador común de la política andaluza, de todos los políticos de la oposición en Andalucía, era el ostracismo de todo lo que no estuviera en la órbita del PSOE. A los candidatos de la oposición nadie los ha considerado nunca por sí solos, siempre en función del Partido Socialista. Y como la maquinaria de propaganda es implacable, demoledora, cualquiera que se vea en el ojo del huracán ya podía darse por jodido. Tanto es así que en Izquierda Unida, por ejemplo, algunos han acabado ya hasta creyéndose las mentiras que han contado de ellos en el PSOE.
Ahora, cuando las encuestas que se publican van ratificando, una tras otra, que el PP puede ganar las próximas elecciones andaluzas, no quiero ni pensar el espectáculo de palmaditas en la espalda al que debe estar asistiendo Javier Arenas. Aunque todo esto se mide fácil: dentro de nada, otra vez se va a volver a hablar de la plaza de toros de Arenas.
- ¿La plaza de toros de Arenas? Ya, la de Ronda, donde su suegro…
- No la plaza de toros de Arenas es más famosa todavía, es la de la gente que, según dicen, han quedado a tomar café con Arenas y llevan meses esperando. Esa plaza ya se estará llenando otra vez.
Etiquetas: Andalucía, Partido Popular
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