Estallido
En el altar de ídolos políticos coloqué hace un par de años a un santo nuevo: Ferenc Gyurcsany, que fue primer ministro de Hungría. Hasta el santoral, no crean, es difícil escalar. Se llega siempre por méritos excepcionales, discursos que se salen de lo común, revelaciones que consiguen desbrozar la espesura de los días, el magma inmenso que surge de la saturación de noticias y el vértigo del tiempo. Curiosamente, esa lucidez sólo se alcanza con el esplendor intelectual de un momento histórico o con lo contrario, con el estallido inédito de lo más elemental, la sinceridad. Por eso Gyurcsany, un tipo con cara de prudente, gafitas redondas y el pelo liso, peinado a la raya. Hace unos años, en una reunión con parlamentarios, bajó los brazos y se desabrochó el cuello de la camisa. Lo imagino mesándose el flequillo, primero sin fijar la mirada en nadie y más tarde fijando sus ojos en cada uno de los allí presentes, compañeros de partido nuevos y viejos, cómplices de triunfos y derrotas. Con un tono de voz susurrante que se ahueca en el silencio progresivo que se va haciendo en la sala a medida que el impacto de sus revelaciones va congelando el corazón de los parlamentarios que lo miran, el primer ministro se entrega, se rompe, estalla: “El país vive por encima de sus posibilidades y no hemos hecho nada durante años. No se puede mencionar ninguna medida gubernamental de la que enorgullecerse, aparte de haber salido de la mierda para lograr el gobierno. Hemos mentido por la mañana, por la tarde y por la noche. Y no quiero seguir así”.
Yo sueño con un instante como ése en la política española. Sólo a un tipo que es capaz de alcanzar ese instante de esplendor se le pueden perdonar todos los pecados políticos que haya podido cometer hasta ese momento para, a partir de entonces, confiar ciegamente en él. Piensen, por ejemplo, que alguien se descuelga con un discurso para quitarle, de un gafañón, los velos de la propaganda y de la nadería a la Economía Sostenible. El absurdo hiriente de lo que se va a vivir en Andalucía en las próximas semanas, la presentación estelar de la doble iniciativa parlamentaria, la Ley de Economía Sostenible y el programa de Andalucía Sostenible. Sólo había que atender a la forma en la que se anunció hace unos días en Sevilla, el presidente Griñán y la vicepresidenta De la Vega, imponiendo un halo de misterio a la cita: “se presentará en algún lugar de Andalucía, en una fecha cercana a la celebración del treinta aniversario del 28 de Febrero”.
No sé si les ocurre igual, pero la saturación de la propaganda política provoca en el cuerpo humano un estado físico muy parecido a la indigestión. El último estudio que se ha publicado tiene como previsión que Andalucía pueda acabar el año con un índice de paro cercano al 29 por ciento de la población activa. Lo último que hemos conocido sobre el oleoducto que quieren construir cerca de Doñana es que el Gobierno andaluz piensa que, en este caso, es un proyecto sostenible. Como el que lo promueve es un empresario socialista, no importa que las tuberías de petróleo atraviesen varios parque naturales ni que se multiplique el riesgo de vertidos en la costa de Doñana. En resumen, ‘Andalucía Sostenible’ es una región con un 30 por ciento de paro en la que se puede construir un oleoducto junto a la mayor reserva natural de Europa.
“Hemos mentido por la mañana, por la tarde y por la noche. Y no quiero seguir así”… Es absurdo seguir pensando que eso puede suceder aquí.
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