El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

15 agosto 2009

El que manda



El elixir del poder se fabrica con los mismos ingredientes desde los orígenes de la humanidad. Existe, por ejemplo, una inclinación tribal hacia el más fuerte que no varía ni con la evolución ni con los distintos sistemas políticos. En teoría, esa componente de predominio del más poderoso, (una referencia inconsciente que, como tal, es quizá inevitable en las relaciones sociales; no sé, en el amor, en la familia o incluso en los grupos de amigos) tendría que ser incompatible con cualquier organización democrática que, por definición, se sustenta en el contraste de opiniones, en el debate y en la disidencia. Pero no, los partidos políticos mantienen este principio democrático sólo como discurso, no como práctica; más bien al contrario lo que se busca en los partidos –acaso, es verdad, porque es lo que espera también la sociedad, sobre todo la española– es la presencia de un liderazgo sólido, indiscutible, incuestionable. Si no es así, si no hay un liderazgo férreo, inexpugnable, se interpreta como debilidad. Lo cual, que estamos presos de un curioso laberinto de contradicciones: El cuerpo democrático de un país acaba valorando como un riesgo el debate interno mientras que los liderazgos rocosos, el cesarismo, se ofrece como garantía de cohesión, un certificado de seguridad y rigor.

Fíjense, por ejemplo, en lo ocurrido en los últimos cuatro meses en el PSOE andaluz, un periodo de tiempo en el que se ha incubado a toda prisa un líder nuevo. Griñán, que hace unas semanas era un político colmado, amortizado, que pensaba sólo en su jubilación; Griñán, que siempre ha sido un segundo de lujo, un tipo serio, alejado de la trifulca política, de las tripas del partido; Griñán, que rechazó la Alcaldía de Sevilla porque se batía en retirada, que nunca hubiera firmado este final para su vida política; Griñán, aquel Griñán, ha renacido como una crisálida inesperada, a sus sesenta y muchos, convertido en el nuevo e indiscutido líder del PSOE andaluz. «La presidencia me rejuvenece», dijo él, Griñán, hace unos días, cuando se vio salir del capullo convertido en líder.

Ha abandonado Griñán el enredo de sedas en el que lo envolvieron, y ya tiene asumido que la presidencia de la Junta de Andalucía tiene «como consecuencia» la secretaría general del PSOE, lo cual que los socialistas andaluces le han dado un giro completo a su historia, quizá el más sincero. Lo primero es el poder, lo segundo la representatividad. Volvemos a la teoría: el poder público es la consecuencia democrática de la representatividad. Aquí, ya vemos, se invierten los términos.

Quien mejor ha expresado el proceso, en el sentido tribal de antes, ha sido Chaves; es decir, el propietario del dedo que puso a Griñán en la Presidencia de la Junta después de que el propietario de otro dedo, Zapatero, lo sacara a él mismo del virreinato andaluz. «Ahora, el que manda en Andalucía es Griñán», ha dicho Chaves para ahuyentar debates y críticas, para despejar dudas y tentaciones, para encauzar debidamente las filiaciones y las devociones.

Cuando el próximo congreso del PSOE andaluz encumbre a Griñán (pasará de militante a secretario general), ¿tenemos que contemplarlo como una elección o como aclamación? Lejos, muy lejos, queda el tiempo en el que al PSOE le preocupaba que el poder acabara engullendo al partido; los años en los que el PSOE contaba con debates internos, corrientes internas, tensiones ideológicas. El elixir del poder se ha fabricado siempre con los mismos ingredientes. Griñán es el nuevo virrey. Nadie discuta por qué; es el que manda.

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