El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

19 agosto 2009

Violencia



¿Y si la razón última de la violencia de género no es el género? ¿Y si no es el machismo lo esencial, el motivo, la causa de esa terrible secuencia de malos tratos, de muertes de mujeres a manos de sus parejas? Casi cinco años después de la aprobación de la Ley de Violencia de Género ya vemos que su influencia real, estadística, en el problema es nula o insignificante, que periódicamente se conocen comparativas trimestrales o anuales en las que se constata el aumento progresivo de las denuncias en los juzgados y, al mismo tiempo, de los asesinatos. Aumenta la concienciación de la ciudadanía, aumentan las penas, se crean juzgados específicos y, sin embargo, el delito avanza imparable, incontenible. ¿Por qué? ¿No merecería la pena revisarlo todo, pensar de nuevo qué está ocurriendo?

La reflexión se hace más urgente cuando, ante estas preguntas, se oye la respuesta de los dirigentes políticos que están al frente de algunos de los organismos que han surgido al amparo de la nueva legislación, ministerios, observatorios, consejerías, institutos y foros, la nueva red de burocracia política creada en torno a la Igualdad o la Mujer. Todos ellos concluyen, cuando una estadística cuestiona la eficacia de las medidas puestas en marcha, que es necesario fomentarlas más. La secuencia, además, sólo se da en esta parcela. Si el exitoso cambio, por ejemplo, en la política de tráfico hubiera dado como resultado un aumento de las muertes en carretera, nadie del Ministerio del Interior concluiría que lo adecuado es profundizar en esas mismas medidas. Si una política produce el efecto contrario al que persigue, lo lógico es que se replantee la estrategia, al ver que ése no es el camino. En las políticas de Igualdad de género, sin embargo, ocurre lo contrario a lo que dicta la lógica: la ausencia de resultados satisfactorios conduce a la reafirmación de las políticas. Y esa terquedad, sin entrar en otras consideraciones sobre el estatus político, es una razón más para volver al planteamiento inicial. ¿Y si no es el género lo que motiva la muerte de tantas mujeres?

Sólo habría que acudir a las memorias anuales de la Fiscalía para comprobar que, aunque tengan un trato diferenciado en las evaluaciones, el aumento de las muertes por violencia de género, el «terrorismo machista», no se diferencia en casi nada del aumento de otros tipos de violencia, no sólo de violencia doméstica. Crece la violencia de género de la misma forma que aumenta la violencia juvenil, igual que se observan casos desconcertantes de violencia infantil; crece la violencia de género porque lo que aumenta es la violencia en la sociedad y la violencia siempre se ejerce sobre el más débil, la mujer en la pareja, el niño más retraído de la clase o de la pandilla, el abuelo quejoso o el padre de familia. Si fuera así, sólo tendríamos que pensar, desde un punto de vista meramente pragmático, en el sinsentido de haber creado una legislación específica y unos organismos específicos para intentar acabar con un problema general. El machismo, en este caso, estaría actuando como espejismo; el falso problema de fondo.

Tras la última memoria, el fiscal jefe andaluz, Jesús García Calderón, proponía, al hablar del aumento cuantitativo y cualitativo de la violencia juvenil, «un debate serio, profundo, científico, que aproveche los datos empíricos que tenemos», porque lo esencial, decía, «lo primero, es saber por qué ocurre». ¿Y si el problema no es el género, sino la violencia? Cinco años después de la aprobación de la Ley de Violencia de Género, ha llegado el momento de volver a las preguntas, a las dudas.

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