El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

09 diciembre 2008

Despotismo



Observen estos dos titulares que se han ofrecido estos días, cuando los festejos de la Constitución. El primero, “Zapatero renuncia a reformar la Constitución porque “no es prioritario” y “no hay clima de acuerdo”. Y el segundo titular, “El 88 por ciento de los españoles apoya la reforma constitucional. Los votantes del PSOE son los partidarios más entusiastas de la reforma”. Verán que, para ser el día en el que se celebra ‘el triunfo de la ciudadanía’ y su acierto en un ‘referéndum histórico’, no hay mejor demostración que ese contraste de titulares para reflejar el nuevo despotismo ilustrado por el que se despeña la política moderna, la política de castas. ¿Qué otra cosa puede ser prioritaria en una democracia que aquello que defiende casi el noventa por ciento de los ciudadanos? ¿Qué otra reforma de las emprendidas por el Gobierno Zapatero, en la educación, en la negociación con ETA, en la memoria histórica, en los matrimonios homosexuales o en el modelo territorial, hubiera alcanzado siquiera el cincuenta por ciento de apoyo de haberse consultado a los ciudadanos en un referéndum?

Que no, que no. Que no hay mayor ironía en una democracia que la de estos días, en la alfombra roja van y vienen copas de cava y grandes discursos de la Constitución, como triunfo del pueblo, conquista histórica de la ciudadanía. Treinta años de Constitución, y se hacen jornadas de puertas abiertas en el Congreso como quien abre las puertas del Bernabéu para que los aficionados entren en el vestuario. “Yo quiero sentarme en el sillón de mi Zapatero, que es el más guapo”, se le oye decir en la radio a una señora que, con un grupo de andaluces, se fue hasta la Carrera de San Jerónimo y quedó extasiada con el vaso de chocolate caliente con el que las recibía Pepe Bono. Y en el Parlamento andaluz, un mural enorme, ‘Treinta años de la Constitución’; enorme e inútil como el propio Parlamento, que ya me contarán de qué sirve tirar unos cuantos miles de euros en esa pavada mientras, en Jaén o en la propia Sevilla, no hay dinero para dar albergue a los inmigrantes que duermen en la calle. Los mismos inmigrantes que han llegado aquí atraídos por otro mural de propaganda, aquel que decía ‘papeles para todos’.

Que estamos, en fin, como se ha apuntado otras veces, en una suerte de democracia tuneada, más aparente que formal. La reforma de la Constitución es necesaria no sólo por la cuestión sucesoria de los Borbones, que es, quizá, lo de menos, sino para cerrar de una vez las asignaturas pendientes de la Transición y hacer de España un Estado más eficaz y competitivo. Racionalizar el modelo autonómico y el sistema electoral. Reformas económicas y políticas que devuelvan al Estado la capacidad de acometer proyectos comunes, sin quedar trabado por el interés provinciano. Esa es la gran reforma pendiente, la gran prioridad ahora en la crisis; y el problema no es que no exista consenso, el problema es que de lo que carecemos es de políticos a la altura de los tiempos.

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