Confusión
El obispo de Asidonia-Jerez, Juan del Río, ha estrenado el Domingo de Ramos con una carta inquietante: “el laicismo, si pudiera, prohibiría la Semana Santa”. Tras el susto, reclama a los cofrades que se conviertan en activistas, que “luchen para que Dios y su ley moral tengan cabida en esta sociedad”. Y remata con una exclamación tétrica: “¡No apaguemos la pequeña llama humeante en el frío invierno de la cultura de la muerte!”
El obispo, en fin, nos tiende trampas. Porque aunque es evidente que existe una corriente laicista que confunde el Estado laico, que garantiza la libertad religiosa, con el laicismo, que promueve la hostilidad del Estado hacia la religión, no está menos claro que, después de cinco siglos, la Semana Santa no sólo ha logrado sobrevivir y adaptarse a los tiempos, sino que, frente a laicos y ateos, ha alcanzado la extraordinaria conquista de integrarlos con normalidad y hasta con pasión en las cofradías.
La confusión llega a extremos inimaginables. Recuerdo una charla de hace años con el pintor Paco Cuadrado, ateo confeso, comunista antiguo y apasionado cofrade de la Semana Santa sevillana. No recuerdo a nadie defender con más pasión la vivencia de un nazareno, la experiencia introspectiva del penitente, la fabulosa sensación de observar el mundo con antifaz; recorrer la vida, verla y oírla, sin ser visto ni oído, espíritu invisible que recorre su ciudad con un cirio en la mano. Horas y horas de reflexión con uno mismo, en silencio. Cansados, reconfortados. Tal era su pasión que Cuadrado llegaba a decir entonces que “si Carlos Marx hubiera conocido la Semana Santa de Sevilla, saldría de nazareno”. ¿Confusión? Pues claro, bendita confusión.
Hay que luchar contra el laicismo, sí, y contra lo políticamente correcto que, con la falsa apariencia de equidistancia, evalúa por igual a todas las religiones como fenómenos agresivos y fundamentalistas. Pero con la misma convicción hay que combatir a quienes pretenden aprovechar los tiempos que corren para hacer de la religión católica una Iglesia más cerrada, más intransigente, más excluyente. La Semana Santa andaluza es la mayor expresión del progreso de la Iglesia católica. La demostración de por dónde deben caminar las religiones en el futuro.
Por eso, el obispo de Jerez se equivoca, porque esa provocación es innecesaria. La Iglesia más inteligente de estos dos mil años de historia ha sido la que, frente al no creyente, ha abierto los brazos y los ha integrado en su comunidad. La equivocación está en pensar que, después de lo logrado, después de haber asentado tanta apertura, la defensa de los valores y principios de la Iglesia Católica se realiza con una vuelta de tuerca hacia la intransigencia. La Semana Santa, en fin, como ejemplo de tolerancia. En vez de aventar los peligros, de asustar con las amenazas, lo inteligente de la Iglesia Católica sería presentar su Semana Santa como ejemplo. Y decir a laicos y fundamentalistas, “éste es el camino”.
El obispo, en fin, nos tiende trampas. Porque aunque es evidente que existe una corriente laicista que confunde el Estado laico, que garantiza la libertad religiosa, con el laicismo, que promueve la hostilidad del Estado hacia la religión, no está menos claro que, después de cinco siglos, la Semana Santa no sólo ha logrado sobrevivir y adaptarse a los tiempos, sino que, frente a laicos y ateos, ha alcanzado la extraordinaria conquista de integrarlos con normalidad y hasta con pasión en las cofradías.
La confusión llega a extremos inimaginables. Recuerdo una charla de hace años con el pintor Paco Cuadrado, ateo confeso, comunista antiguo y apasionado cofrade de la Semana Santa sevillana. No recuerdo a nadie defender con más pasión la vivencia de un nazareno, la experiencia introspectiva del penitente, la fabulosa sensación de observar el mundo con antifaz; recorrer la vida, verla y oírla, sin ser visto ni oído, espíritu invisible que recorre su ciudad con un cirio en la mano. Horas y horas de reflexión con uno mismo, en silencio. Cansados, reconfortados. Tal era su pasión que Cuadrado llegaba a decir entonces que “si Carlos Marx hubiera conocido la Semana Santa de Sevilla, saldría de nazareno”. ¿Confusión? Pues claro, bendita confusión.
Hay que luchar contra el laicismo, sí, y contra lo políticamente correcto que, con la falsa apariencia de equidistancia, evalúa por igual a todas las religiones como fenómenos agresivos y fundamentalistas. Pero con la misma convicción hay que combatir a quienes pretenden aprovechar los tiempos que corren para hacer de la religión católica una Iglesia más cerrada, más intransigente, más excluyente. La Semana Santa andaluza es la mayor expresión del progreso de la Iglesia católica. La demostración de por dónde deben caminar las religiones en el futuro.
Por eso, el obispo de Jerez se equivoca, porque esa provocación es innecesaria. La Iglesia más inteligente de estos dos mil años de historia ha sido la que, frente al no creyente, ha abierto los brazos y los ha integrado en su comunidad. La equivocación está en pensar que, después de lo logrado, después de haber asentado tanta apertura, la defensa de los valores y principios de la Iglesia Católica se realiza con una vuelta de tuerca hacia la intransigencia. La Semana Santa, en fin, como ejemplo de tolerancia. En vez de aventar los peligros, de asustar con las amenazas, lo inteligente de la Iglesia Católica sería presentar su Semana Santa como ejemplo. Y decir a laicos y fundamentalistas, “éste es el camino”.
Etiquetas: Religión, Semana Santa, Sociedad
4 Comments:
En efecto querido Caraballo, la conciencia, el sentido de la culpabilidad, de la responsabilidad y por que no del arrepentimiento, de ser mas del lado humano del hombre, no es patrimonio exclusivo ni de Rouco Varela ni de Juan del Rio, ni siquiera de la jerarquia eclesial, es del ser humano como tal. Una forma de acercarse a uno mismo, si el propósito es el recogimiento y la reflexión, es con una tunica de Nazareno y no es que sea imprescindible pero, a mi el Legendario me gusta mas con una rodajita de naranja.
Ha conseguido emocionarme.
Nuestra sociedad "moderna", basada sobre la cultura del "bienestar", nos han enmarcado la vida y solo nos interesa nuestra autosatisfacción. Hay que evitar todo aquello que cause el más mínimo sufrimiento y para lograrlo no importan los medios empleados. Es por ello que hoy en día es fácil encontrar postulados que llaman bién al mal y viceversa. Se ha oscurecido la razón, ésa que nos indica como un faro la Verdad. Por eso oímos constantemente mentiras con apariencia de verdad y bondad. El bien más preciado que Dios ha dado al ser humano es la libertad para elegir, pero la libertad de cada uno tiene un límite y ese es la libertad de la otra persona. Ahora las cosas no son tan claras, ya no se sabe con claridad qué es el bien y el mal. Por ello la Iglesia presta hoy en el mundo un servicio muy incómodo. Un cristiano está convencido de que no se puede combatir el mal con otro mal. Eso es lo que queremos manifestar en nuestra Semana Santa, que existe el bien, cuando vemos regímenes totalitarios que imponen con las armas sus verdades, que expresan con categórica insistencia "el límete del mal, es el bien".
Prefiero la Navidad.
Y yo, perdón por la 'herejía' que ya sé que no está bien visto, prefiero la feria.
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