Pimenteles
Al Partido Popular no le crecen los enanos, le crecen los pimenteles. Todos los partidos políticos, vamos a ver, se convierten en estas fechas en un trasiego de puñales porque «estar en la lista», «entrar en una candidatura», «ocupar un puesto de salida» es un elixir de nervios desbocados para los políticos. Una línea roja que separa a los elegidos de los desahuciados. Mucho más en un sistema político como el español, de listas cerradas y prietas las filas, en el que todo dependen de que en la ‘mesa de camilla’ de las ejecutivas correspondientes, el pulgar se mantenga hacia arriba o hacia abajo.
La confección de candidaturas, por tanto, es sinónimo de tensiones internas en todos los partidos, y la cuestión es averiguar por qué sólo en el PP esos episodios cíclicos de crisis acaban siempre en grandes convulsiones, en terremotos que, mientras duran, arrasan con todo lo demás. Podemos aventurar dos posibles explicaciones, cultura de partido y eficacia de la comunicación.
En el primer caso, en la izquierda, el partido aparece como un todo irremplazable, irrenunciable. ‘No hay vida fuera del partido’. Sucede así por el sustrato histórico, por el arraigo social que le ha proporcionado su discurso de clase, y, sobre todo, por los componentes sectarios, casi de pertenencia a un clan, que se detecta en muchas organizaciones. En la derecha, acaso por su esencia liberal, el partido no es un ente sagrado, intocable, de ahí la propensión a romper con todo. «La diferencia entre PP y el PSOE es que los socialistas, cuando caen en desgracia, se marchan a su casa y siguen como militantes, mientras que en el PP, cuando alguien se marcha, da un portazo y monta otro partido», afirmó, contundente y acertado, un viejo dirigente de la derecha andaluza. Únase a esta circunstancia que la derecha española, a diferencia de la europea, se ve obligada a cargar con el lastre de cuarenta años de franquismo. No existe conexión posible en el subconsciente colectivo con la derecha democrática de la República.
La segunda razón que explica estas convulsiones es la tradicional deriva de comunicación del PP. Ya pueden fichar a los estrategas más reputados del mundo, que acabarán involucrados, ellos también, en estas luchas autodestructivas. En su libro de reflexiones, lo explicaba bien Sarkozy: «Hace treinta años, en política primero se actuaba y después de explicaba. Hoy es a la inversa, la comunicación es previa a la acción. Y porque se ha explicado bien algo, la opinión pública nos autoriza a hacerlo».
En el PP es justo al contrario. Lo sucedido con Gallardón es un ejemplo claro, pero sólo el último, de cómo convertir la virtud en defecto. Lo de menos es quién tiene razón, quién es más ambicioso o quién ha puesto las zancadillas. El PP no pierde porque Gallardón no vaya en las listas, pierde porque lo han convertido en un símbolo de sus carencias, de sus prejuicios. Gallardón ahora, como antes Pimentel. Disidentes y desahuciados hay en todos los partidos, pero pimenteles sólo en el PP.
Etiquetas: Elecciones, Partido Popular, Política
2 Comments:
No creo yo que el término "pimentel" sea el más acertado para describir este tipo de conductas. Un´"pimentel", como moneda política de cambio, es unidad de medida de la capacidad de una persona para aliarse con el enemigo político momentos antes de que su antiguo partido alcance en las elecciones generales la mayoría absoluta. Pero no crea que por eso el "pimentel" es un perdedor en términos políticos. En absoluto. El "pimentel" es realmente un oportunista que sabe asumir que su tierra y su patrimonio deben compartir la unidad de destino en lo universal que siempre representa la cómoda subvención del otrora enemigo/adversario político. No creo yo que Ruiz Gallardón caiga por esos arrabales, sinceramente, ni se dedique en el futuro a hacer pasillo esperando -como un "pimentel"- que pase por su lado y le salude el "chaves" de turno.
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