Cavilación
De la extensa entrevista del presidente Zapatero con el director de EL MUNDO, una frase que marca todo un pensamiento político: «Mi ética es la ética de la responsabilidad». Desde los filósofos griegos, que pusieron los cimientos de la ética y de la política, el concepto no había sufrido un manoseo igual. Tan retorcido se presenta en boca de Zapatero como aquel otro de la tolerancia. Por cierto, si la tolerancia se impusiera como norma en el PSOE tendría representantes tan dispares como el presidente Zapatero, que sigue concediendo grandes entrevistas a EL MUNDO, y el presidente Chaves, que sigue poniendo querellas contra EL MUNDO. Y no será porque en este periódico no se haya criticado al Gobierno de la nación. Por ejemplo, antes, durante y después del juicio del 11-M. En fin, rivalidades propias de la tolerancia y del talante, demonios internos del poder. A Chaves le puede el talante. Lo delata.
Pero, a lo que íbamos, que el presidente Zapatero, cuando le han preguntado que cómo pudo soportar la negociación con ETA después de los dos primeros asesinatos, cuando le han inquirido que cómo es posible que no sintiera ningún reparo moral a seguir negociando, ha contestado que su ética es la ética de la responsabilidad. Ojo, porque en esta afirmación va contenida la escala de valores del presidente: La ética de la responsabilidad es la carencia de ética.
La responsabilidad, como el deber y como la fidelidad en el ejercicio de un cargo público, tiene que estar necesariamente por debajo de la ética. La ética es el umbral, el frontispicio de mármol de ese templo antiguo de la política, de la función pública. ‘La ética de la responsabilidad’ es una degradación del concepto; una limitación inaceptable para los ciudadanos y un atajo peligroso para los gobernantes. La ética de la responsabilidad es la justificación baldía de lo que no se debe hacer y, sin embargo, se hace.
El Gobierno de la nación, al principio de la legislatura, aprobó con todo el boato un Código de Buen Gobierno que pretendía llevar la ética más allá incluso que las exigencias legales. «No se refiere tanto al cumplimiento de las normas legales, a lo que es legal o ilegal, que está claramente explicitado en las leyes, sino más bien a lo que es correcto o incorrecto, a lo que afecta a las actitudes, los valores, la ética en suma». El problema de los políticos demagogos es que, a menudo, se enredan en sus propias cavilaciones.
Preocupa, en fin, el presidente cuando dice estas cosas. Le queda mejor la divagación que estas cavilaciones. Ya lo destaca Joaquín Leguina, uno de los más feroces desencantados del zapaterismo. En su blog, Leguina recurre a la exégesis de Suso de Toro y rescata una frase memorable de Zapatero. «Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas». Que no, que lo mejor de Zapatero es el talante, las formas, la imagen. Cuando se pone a cavilar, se descubre todo lo demás.
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