El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

01 febrero 2012

De la vanidad


Huye siempre de los políticos que quieran pasar a la posteridad’. Deberían incluir la frase en el reverso de todas las papeletas de voto, como una advertencia que nos previniera de los vanidosos, de los chiflados, de los engreídos. Huye de esos tipos que buscan su nombre en mármol y acércate a quienes sólo aspiran a la serena normalidad de las cosas que funcionan correctamente, aquellos que persiguen la eficacia en lo cotidiano, aquellos que piensan que un buen gobierno es aquel que se pone detrás de sus ciudadanos para apoyarlos, para asistirlos, para ayudarlos, aquel que facilita la creación, que protege a los creadores, aquel que busca la excelencia de una sociedad mejor. Huye de los vanidosos como nos aconsejaron huir de los idiotas porque ni de unos ni de otros existe un censo fiable en la tierra ni una conciencia clara del peligro enorme que suponen para la humanidad. Son mucho más letales que todos los demás que identificamos como gobernantes temibles, dictadores o sátrapas, porque todos esos son reconocibles, mientras que los vanidosos y los idiotas pueden pasar entre nosotros sin que se haga notar el daño irreparable que le hacen al progreso de la humanidad.

Huye siempre de esos tipos, fíjate en el desastre al que nos han llevado en tantas ciudades de España, en tantas regiones, ese reguero de quiebras y de promesas muertas. Es verdad que la política siempre ejerce de imán para esa gente; el poder los atrae como ninguna otra actividad en la vida, pero lo realmente significativo es lo que estamos viviendo estos días en España. Si lo contemplamos con la suficiente perspectiva, nos daremos cuenta de que el estado de los autonomía ha multiplicado por varias decenas el número de vanidosos con poder, con influencia y con presupuesto suficiente para hacer realidad sus delirios de grandeza. «Me dicen loco por construir un aeropuerto sin aviones», que dejó dicho un día el presidente de la Diputación de Castellón y en esas pocas palabras resumió el disparate en el que nos habíamos instalado. Lo mismo podrían decir ahora en Sevilla, los que construyen la Torre Pelli, «nos dicen locos por construir un rascacielos de oficinas en una región, en una ciudad, sin empresas». O los que idearon en su día la adquisición de la aerolínea Spanir, que tendría que haber sido la apuesta de la sociedad civil catalana y acabó convertida en el pozo sin fondo que engullía dinero público sin descanso.

Una a una, en todas las comunidades autónomas, existen proyectos faraónicos estancados, inacabados, fracasados. Y otros que son grandes obras que sólo podrían haber prosperado si hubieran nacido de la sociedad, si hubieran surgido de la prosperidad real de una región, que no es la que se refleja en los presupuestos sino en el balance de sus empresas, en la renta de sus ciudadanos, en la calidad de sus universidades, en la cualificación de sus profesionales, de sus trabajadores. La vanidad del poder autonómico ha provocado que la actividad pública se haya colocado por delante de la sociedad, que haya asumido todo el protagonismo, y le ha cegado todas las salidas, todas las posibilidades de desarrollo. Ahora que el poder autonómico está empequeñecido, mira hacia atrás y contempla que, en realidad, nadie lo sigue, que no había pueblo detrás. En su día lo llamaron ‘cultura de la subvención’. El pulso anémico de la sociedad es el resultado palpable de la vanidad.

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