Puto dinero
Una de las ultimas teorías sobre los misterios ocultos que mueven el mundo de las transacciones comerciales y financieras, la ha ofrecido Gordon Gekko, aquel magnate de las finanzas que en los noventa entró en la cárcel por el uso de información confidencial en la compra venta de acciones de grandes empresas. Ahora, después de una temporada a la sombra, Gekko ha cambiado la prisión por la literatura, memorias, batallitas y consejos para futuros brokers. Es un autor de éxito, sí, pero cualquier actividad que no pueda multiplicarse por muchos ceros en una misma mañana nunca será para él lo suficientemente atractiva. Quienes se entregan a ese placer, el placer del dinero, no encuentran ya en su vida un éxtasis, ningún orgasmo, comparable al del ingreso de una cantidad escandalosa, indecente, en su cuenta bancaria. Esa fue la experiencia de Gekko, en ese paraíso de champán, caviar y aviones privados vivió hasta que lo empujaron al suelo sucio de una celda sin quitarle la chaqueta ni la gomina. Y ahora, cuando la crisis financiera ha tumbado a bancos y a empresas mientras él contaba sus últimos días de cárcel, Gordon Gekko se sobrepone en su nueva libertad y masculla con desdén que «el dinero es una puta que nunca duerme. Y es celosa. Como no la cuides y le prestes atención, una mañana te despertarás y se habrá ido a otra cama».
No se puede decir que Gekko, el yuppie cinematográfico de Wall Strett, Gekko, el personaje de Michael Douglas, haya innovado nada sobre el dinero; nada que no se haya repetido ya desde Sócrates hasta ahora porque el dinero ha sido, sin duda, la invención que más identifica al hombre con sus ansias, con sus miserias, con sus excesos, con su bondad. El dinero ha sido y será el espejo de nuestras pasiones y, como tal, siempre se le presentará revestido de sedas y de pecado; el mayor objeto de deseo, del oscuro objeto de deseo de la humanidad. Por tanto, nada aportan los guionistas de Oliver Stone salvo la evidencia de que esta crisis económica no tiene nada de original; como ocurre con la corrupción, es la historia de siempre, la atracción fatal que ejerce el dinero en el hombre. De hecho, si intentamos mirarlo con la perspectiva que aún nos falta, esta crisis del estallido de la burbuja inmobiliaria seguida de la burbuja financiera, vuelve a remitirnos a una fase cíclica de la humanidad, los periodos expansivos que dan paso a épocas de bonanza, euforia desmedida, gasto descontrolado y, como consecuencia inevitable, una fase posterior de depresión profunda, de desconfianza general y de retracción en todos los órdenes de la vida. Se van sucediendo los ciclos y, en todas esas etapas de crisis vividas a lo largo de la historia, lo que el hombre no ha logrado nunca es sacar conclusiones generales que eviten que pueda tropezar de nuevo en la misma piedra.
Economistas y filósofos dejarán teorías que expliquen el momento, que analicen las causas y las consecuencias de la crisis que han vivido, pero nunca extraeremos de una depresión como ésta una teoría general que vaya más allá del detalle. Esa puta de lujo que hace la calle en Wall Strett seguirá cambiando de cama sin descanso; como hasta ahora, con la seguridad que le da saber que siempre les proporcionará a algunos el mayor orgasmo de sus vidas.
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