Den Plirono
La prosa de los indignados ha comenzado ya a cristalizar en algunas iniciativas contantes y sonantes. La sentada pacífica de las plazas, el malestar etéreo con el sistema, empieza a tomar el cuerpo de una rebelión más práctica. Se han levantado los culos del asfalto y ahora se dirigen a una insumisión más inmediata: “Yo no pago”. El movimiento ha comenzado en Grecia y ya se está extendiendo por España, por las redes sociales que han convocado para el 15 de enero concentraciones en las estaciones metro o de autobús de varias ciudades españolas para que se dé cita allí todo aquel que quiera comenzar esta rebelión con la negativa elemental de no pagar el billete del transporte. Luego ya se les ocurrirá otra cosa. Lo único que saben hasta ahora es que en Grecia ya hay un cuarenta por ciento de los usuarios de bus y de metro que se cuelan sistemáticamente, que no pagan ni un céntimo, y que casi el sesenta por ciento de la población, incluida la mayoría de los trabajadores de las empresas de transporte, está de acuerdo con el corte de mangas porque también ellos están profundamente cabreados. “Den Plirono”, dicen en Grecia; “Yo no pago”, replican en España.
¿Puede controlarse una insumisión así, cuando la secundan miles de persona y la apoya el resto de la sociedad? Ese es el problema para los gobiernos, que este movimiento de ahora ya no se detiene en una plaza a esperar que llegue la Policía a desalojarlo. Y tampoco la Justicia, ni el Código Penal, tienen respuestas para responder a miles de acciones individuales que no superan los dos euros de un billete de transporte y porque nada hay más difuso que la autoría de una protesta masiva divulgada por internet a través de decenas de miles de contactos. En este caso, además, ya disponen de modelos de recursos gratuitos para afrontar las sanciones que puedan venir. Igual que se anuncian legalmente en España las empresas ‘quita multas’, se trata de colapsar el sistema con recursos y recursos ante los que la administración no tendrá capacidad para responder. ¿Qué ocurriría si se extendiera luego a algunos de los impuestos del Estado y a las tasas municipales?
Sólo faltaba para que un movimiento así comience a prender en España que el nuevo Gobierno del Partido Popular haya agitado el avispero del malestar social con la repentina traición de sus promesas electorales de no subir impuestos. Internamente, algunos afirman en el PP que el problema es que “no se han sabido explicar las medidas”, que es, de forma sintomática, la misma razón que se argüía en el Gobierno socialista cuando el desplome de Zapatero. Pero no es esa la razón del malestar, claro, sino la percepción de muchos ciudadanos de que la enorme burocracia política se enroca, se perpetúa, sin drásticas reformas estructurales, mientras que se exprimen los bolsillos de la calle. La peligrosa desconfianza de la clase política, esa deriva peligrosa, se observa ahora bien con la decepción temprana por la subida de impuestos del PP y la ignorancia absoluta de los debates endogámicos que el PSOE promueve ante su congreso.
Se han apagado las fiestas y llegarán las noticias de enero, esa escalada desabrida que llaman ‘cuesta de enero’. Se han ido las fiestas y llegaran los titulares de prensa con cierres de nuevas empresas, con subidas de precios, con cálculos de los nuevos impuestos… Y desde el fondo se les oirá decir: “Yo no pago”.
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