Mercados
Que sí, que ya sé que vivimos pendientes de los mercados, pendientes y dependientes, sí, que nos marcan el paso, un, dos, un, dos, y nada se mueve en todo el mundo sin el consentimiento de ese ente abstracto, los mercados, que ha irrumpido en medio del caos para imponerse como el dios de la globalización; que ha levantado la mano, con el signo de la victoria, y se ha alzado sobre todos nosotros subido en un pedestal en medio de la devastación terrible de la crisis. Que sí, que es así, y los estados y los pueblos, las democracias y los gobiernos, parece que ya no son nada, porque no hay más imperio que ése, la cotización diaria, que se desploma o se rehace, que forma una cadena, Bolsa a Bolsa, de Tokio a Nueva York, una sucesión de índices que aprisiona el mundo, lo atosiga, lo asfixia, lo condiciona a su antojo. Que sí, que ya sé, que esto se parece cada vez más a esas películas angustiosas del futuro en las que los robots se hacen dueños de las casas, de las ciudades, de las fábricas; un robot central que hemos construido los hombres con todos nuestros datos, toda nuestra vida, los pequeños detalles de nuestros gustos, de nuestras necesidades, y los mayores, de nuestras cuentas corrientes, nuestros teléfonos, nuestras amistades, nuestras necesidades. Y ya no gobierna el hombre su vida sino que su máxima creación es ahora su amo. Si alguna vez las películas de ficción hubieran acertado con el futuro, no habrían imaginado al robot inteligente que se subleva ante su creador; no, habrían construido en la pantalla la pesadilla de los mercados, como ahora. Porque esto debe ser el futuro.
Como ahora en Grecia, el Gobierno anuncia un referéndum para decidir el futuro que les afecta, que les espera, y los mercados, antes de que nadie diga nada, ya han tumbado la propuesta. En teoría, nada hay más democrático que un referéndum; pero en estas circunstancias, la única voz posible es aquella que va dictando las normas de la crisis: el mercado. No tiene voz el gobierno griego, ya no, por eso anuncia un referéndum y, con sólo el anuncio, se tambalea, se resquebraja a punto de romperse. Un referéndum, que es un acto de democracia esencial, ya no cabe en la democracia griega porque la bancarrota a la que han conducido al país es económica, es social y es política.
Fue en Grecia, en la antigua Grecia, donde Aristóteles, en su libro de Retórica, dejó escrito que «las necesidades son los deseos, especialmente los que comportan sufrimiento si no se cumplen». Antes que el deseo de libertad, de democracia, de Grecia, de esta Grecia arruinada y en bancarrota, están las necesidades de un país que ha vivido por encima de sus posibilidades, que ha entregado su riqueza al crédito externo; necesidades que comportan sufrimiento cuando se repara en la dependencia extrema a la que se ha llegado. Y en ese estado de ansiedad, el personal ya no sabe ni lo que quiere, mayorías que se contradicen, que pretenden soplar y sorber al mismo tiempo; es el imposible estadístico de oponerse a las exigencias del plan de rescate de la Unión Europea (casi el 60 por ciento está en contra) y, al mismo tiempo, defender la permanencia de Grecia en la Zona Euro (más de un setenta por ciento lo quiere así). Que sí, que ya sé... los mercados, pero ese lamento ya no vale de nada porque vivimos de los mercados. Grecia es víctima de sí misma. Aprendamos la lección.
Etiquetas: Crisis, Democracia, Economía, Europa, Política
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